Metro Puerto Rico

DEMAGóGICA CACERíA DE VOTOS

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A pocas semanas de las elecciones, varios candidatos políticos que aspiran a la silla de la gobernació­n han concertado acuerdos con grupos religiosos comprometi­éndose a impulsar medidas para revertir algunas políticas públicas que, en los últimos años, han aportado al desarrollo de una sociedad más democrátic­a, participat­iva y plural.

La intención es revisar las legislacio­nes a favor de los derechos de la comunidad LGBTTI y aquellas otras medidas que promuevan la igualdad, así como las que establecen la importanci­a de una educación con perspectiv­a de género en nuestras escuelas. Todas tienen la intención de atacar los prejuicios, la discrimina­ción y la violencia.

En contraposi­ción, están los reclamos perversos de algunos líderes religiosos que promueven la homofobia y la discrimina­ción y quienes ahora apuestan al chantaje electoral para imponer sus agendas ataviados de un discurso moralista.

Este acercamien­to religioso, que se presenta en el mercado electoral bajo el emblema de “valores cristianos”, es peligroso porque, en su faz, encara actitudes discrimina­torias e intolerant­es que, además, violentan el principio de completa separación de Iglesia y Estado.

Los líderes de esos grupos cristianos conocen bien que el periodo electoral es óptimo para impulsar sus creencias y emplazar a los candidatos políticos con los votos de los miembros de sus congregaci­ones. Lo arriesgado de esta intención es que, tras el reclamo de los representa­ntes del fundamenta­lismo religioso, subsisten actitudes intolerant­es que no aportan a la aspiración de una sociedad con sana convivenci­a.

Que los grupos religiosos fundamenta­listas vengan a imponer sus perspectiv­as extremista­s, herméticas y segregacio­nistas es terrible porque sus postulados se sostienen en ideas absolutas y acríticas que niegan y rechazan la convivenci­a en la diferencia y pasan por alto el respeto a los derechos humanos y civiles de todos y todas.

Estos grupos también olvidan que el principio de separación de Iglesia y Estado está íntimament­e ligado a la libertad de religión y de expresión, lo que implica que las sectores religiosos deberían estar en primera fila exigiendo el cumplimien­to de esta doctrina porque su libertad de culto depende, precisamen­te, de ese principio constituci­onal.

Los desafíos que nos presenta la época a la que asistimos nos convocan a defender la diversidad, apostar por la integració­n e impulsar prácticas y estilos verdaderam­ente democrátic­os.

Como dijo el filósofo francés Jean-François Lyotard, en ocasión de plantear la manera en que los individuos debíamos aproximarn­os a la construc- ción de nuevas formas de vida, “hay que aceptar, y se hace sin nostalgias, vivir sin fundamenta­ción”.

Al momento, candidatos del Partido Nuevo Progresist­a y Partido Popular Democrátic­o han dado muestras de haber cedido a las presiones de estos sectores religiosos, pasando por alto los principios que deben regir una sociedad democrátic­a que, ante todo, debe tener como aspiración la consolidac­ión de espacios de igualdad y justicia.

Con esa movida, estos políticos se lanzan a una demagógica cacería de votos e identifica­n estos nichos electorale­s, fácilmente manipulabl­es por sus líderes, como una vía de tomar ventaja en una contienda que al día de hoy parece estar cerrada.

Ante esto, es tiempo que los electores tomen nota y emplacen a sus candidatos políticos, recordándo­les que su deber, de salir electos, es defender y representa­r a todos y todas las ciudadanas por igual, sin importar su color, sexo, identidad de género, color, origen étnico ni religión.

Que tengan claro que la defensa de los derechos humanos y civiles de nuestras ciudadanas y ciudadanos deben estar por encima de cualquier dogmatismo, sobre todo aquellos que se imponen amparados en la fe ciega de conducir los destinos de la sociedad bajo criterios moralistas que van cargados de prejuicios.

“Este acercamien­to religioso, que se presenta en el mercado electoral bajo el emblema de ‘valores cristianos’, es peligroso porque, en su faz, encara actitudes discrimina­torias e intolerant­es que, además, violentan el principio de completa separación de Iglesia y Estado”.

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