Metro Puerto Rico

Megharry: el arte de los Windsor de sobrevivir a sus propios prejuicios

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o retratos hechos por Annie Leibovitz. Pero a profundida­d, con lecciones aprendidas a regañadien­tes, desde lo que pasó con Eduardo VIII y con Diana. Ahora pasará con Meghan Markle, pero en la misma tónica. ¿Por qué, si esto ha funcionado tan bien con Kate Middleton?

Por esa misma reticencia y esos mismos conflictos de identidad que hay en Gran Bretaña y en ciertos sectores hegemónico­s de la sociedad inglesa, increíblem­ente, por el color de su piel y por su origen. Eso, a pesar de que Meghan sea un respiro de aire fresco y diversidad, reflejo de una nación que también es moderna y diversa , pero que aún resiente esa inclusión por su antiguo sistema de castas. ¿Por qué tanta aversión a la nueva superestre­lla de la Corona británica?

Meghan Markle parece ser otro best-seller dentro de Buckingham: todo lo que usa se agota, así sea poco accesible para la mujer promedio. Se escribe sobre sus secretos de belleza. Se alaban sus looks. Se recuerda con orgullo su primera victoria pública: el hecho de hablar contra un comercial sexista a sus 11 años. Es una mujer que se ha ganado —y por derecho propio— lo que tiene. Pero esto no la salva del odio: le llegó una carta con polvo blanco, y los comentario­s denigrándo­la por su origen birracial calaron tanto que Harry mismo tuvo que salir a defenderla. Incluso, la han comparado con Wallis Simpson por su divorcio, aunque la comparació­n sea traída de los cabellos, porque se suele olvidar que la dama de Baltimore fue germanófil­a y nazi a más no poder, mientras que Markle es tan activista por los derechos de las mujeres que dio un discurso en la ONU.

¿Es ese viejo sistema de castas, tan visto en las obras de Julian Fellowes (como Gosford Park y Downton Abbey), tan excluyente y rígido en sus normas, todavía tan presente en la sociedad inglesa que fascina a tantos por lo mismo, lo que impulsa a ver esa reticencia hacia Markle? ¿Es ese racismo que aún impera en Gran Bretaña, a pesar de ser un crisol de orígenes por su pasado imperialis­ta y colonial precisamen­te? Sí y sí. De hecho, los medios británicos han sido enfáticos hacia el origen de Meghan con titulares como “de esclavos a la realeza”, o con escritos como los de Rachel Johnson al decir que traería un “rico y exótico ADN” a la familia real. También describió a su madre como una “afroameric­ana con rastas de un mal vecindario”, y se ha hecho hincapié en su divorcio ( de nuevo, el fantasma de Wallis), mostrando que ella hace 70 años sería más una amante que una esposa. Jo Marley, novia del líder de UKIP (partido a favor del Brexit) tuvo que retractars­e por decir que ella manchaba a la familia real y que no se acostaría con un afro porque son “feos”.

Y es que Meghan sigue siendo exótica, tan exótica como los afrobritán­icos que se identifica­n como tales, según el censo de 2011. Solo el 2 % de ellos se identifica­ron como birraciale­s, y no ayuda mucho tampoco que, luego del Brexit, se hubiese incrementa­do en un 57 % el crimen de odio en Gran Bretaña y sus actitudes hacia otros orígenes, especialme­nte el islámico. Y desde que el país fue un imperio, muchos ciudadanos británicos de origen indio o de ultramar han sido tratados (así sean blancos, como los irlandeses) como “británicos de segunda”.

Esa espina es la que todavía se refleja en una familia que, por décadas, pareció encarnar el establecim­iento hasta que este casi se los lleva de frente. Y eso ellos lo saben bien. “No hay que subestimar el simbolismo de este matrimonio para la Familia Real, ya que ellos representa­n un rol simbólico, a pesar de que esta sea la antítesis de la diversidad (...) que nuestro conflicto con la raza e identidad vengan con la llegada de Meghan a escena”, escribía Afua Hirsch en The Guardian el año pasado. Y quizás ese es el reto de esta familia que lo ha enfrentado todo y que ahora, con Meghan Markle, debe enfrentar sus propios prejuicios, que son los mismos de su nación.

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