Metro Puerto Rico

La amenaza les llegó primero que la asistencia

-

Adrián, todavía es la hora que no se asoman las esperanzas.

“Yo tengo un marcapaso que me lo pusieron después que pasó ese monstruo [el huracán María]. Yo viví San Felipe, pero esto fue el doble. Se me mojó todo y todavía se me moja la cama. A veces, no puedo respirar porque me falta el aire por el calor. Las ventanas se dañaron y no entra el fresco”, señala Adrián, con voz entrecorta­da, visiblemen­te fatigado y con los ojos llorosos.

La nueva temporada de huracanes está a la vuelta de la esquina y todavía don Adrián sigue durmiendo en la sala de su casa. Justo al cruzar la puerta principal de la humilde vivienda, una cama con dos sábanas y un mosquitero da una bienvenida chocante, poco acogedora.

“Yo duermo aquí porque se me mojó el cuarto. Cuando llueve se me moja, y como yo no puedo estar haciendo fuerza, me quedo aquí”, asegura.

Mientras nos muestra las pocas latas de atún y salchichas que todavía conserva en una nevera que ya no sirve, don Adrián lamenta sobremaner­a que su vida cierre de esta forma. Después de tanto andar por la vida, de trabajar tanto y ayudar a sus vecinos, don Adrián sufre el hecho de ser “una carga para otros”.

“Yo me dediqué a la pesca. Fui un hombre pescador y ayudaba mucho a la gente. En el pueblo me conocen y le dan la mano a uno. Pero no es bueno, porque yo no quiero esto. Uno siempre solo, sin nada y tiene que estar pidiendo que lo lleven al médico y esas cosas. Me hallo ensorra’o. Los otros días me regañaron porque yo tengo malas ideas. Imagínate, no hay una persona que venga tan siquiera a verme”.

No obstante, en medio de la crisis que arropa a todo el mundo en la comunidad costera, las vecinas de don Adrián, doña Julia del Moral (87 años) y Herminia Quintana (65), son un soporte importante.

“No nos queda de otra que ayudarnos entre nosotros. Aquí no han venido ni a recoger escombros”, manifestó doña Julia.

Un poco más arriba en la montaña, en el barrio Guayabota del mismo pueblo, doña Guadalupe Reyes Medina, paciente de fibromialg­ia y tiroides, lava la ropa a mano en la marquesina de su casa. También está co- cinando, porque a pesar de que no hay luz y de que ya no puede más, el fogón tiene varias bocas que alimentar.

“En esta casa, hay fibromialg­ia, depresión, diabetes, tiroides y una bebé de cuatro meses. Tenemos una plantita que nos la enviaron hace un tiempito desde los Estados Unidos y nos estamos manejando con el seguro social de mi esposo, que tiene 63 años. También vive mi hija, que es la mamá de la bebé”, señala.

De acuerdo con doña Guadalupe, en su barrio, el mal más grande es la hipocresía. La madre de familia asegura que la gente que una vez fue casi familia cambió. Dice que lo que dejó el huracán María transformó negativame­nte a todos.

“Aquí seguimos casi igual. Tanto dolor y tanta pena nos ha encerrado en nuestras vidas, en nuestras luchas. Yo iba a la iglesia, que está ahí al lado, pero ya no. ¿Para qué? ¿Para aparentar sentir lo que no siento y para aparentar ser alguien que ya no soy? Este proceso me ha enseñado que la iglesia soy yo y la gente que se ama. María y todos estos meses de sufrimient­o han destapado la hipocresía”, manifiesta mientras sonríe.

Todavía el techo de la casa de doña Guadalupe necesita reparación urgente. Un toldo aparenta “resolver” la situación desde hace meses.

Si bien al sol de hoy las cifras oficiales señalan que el 30 % de la población de Yabucoa continúa sin servicio eléctrico, aunque el alcalde sostiene que es el 45 %, al arrancar la nueva temporada de huracanes, los niveles de vulnerabil­idad de la gente siguen por las nubes.

Solo queda en el aire una pregunta: si algo le pasa a don Adrián y a doña Guadalupe en las condicione­s que enfrentan, ¿serán parte del golpe de María o serán condenados al olvido?

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Puerto Rico