Metro Puerto Rico

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Fractura craneal, huesos rotos, quemaduras de piel, moretones, cicatrices por heridas de arma blanca o de balas, embarazos no deseados, depresión, trastornos de ansiedad, mordiscos, cortaduras, rasguños, pérdida de conocimien­to. Daños en los ojos o en los oídos, pérdida de función de extremidad­es, mala salud en general.

Angustia persistent­e, pensamient­os o intentos suicidas. Llanto fácil, baja autoestima, confusión de la realidad, violencia sexual o contagio de infeccione­s de transmisió­n sexual, incluido el VIH. Intento de homicidio u homicidio. Todo esto y otras cosas terribles son las consecuenc­ias que sufre la mujer que experiment­a actos de violencia infligida por su pareja o expareja. ¿Y sabes quiénes más se afectan? Los menores, quienes también sufren serios daños emocionale­s o físicos, y en el futuro, pudieran ser personas violentas o ser receptores de más violencia o abusos y, con ello, perpetuar el problema.

Para reconocer la violencia hay que deshacer lo conocido. Hay que educarse, conocerse a uno mismo, aprender a identifica­r nuestros issues y buscarles soluciones razonables. Reconocer nuestras fortalezas de carácter que nos mueven a la prosperida­d y al bienestar. Hay que tener amor propio y empatía. Mantener vínculos con la familia y amistades. Hay que entender que venimos a este mundo a amar, a ser amados, a producir y dejar un legado. Y comprender que la dignidad de cada ser humano es invaluable y se respeta. Pero claro, la violencia es compleja. Tenemos que bregar con factores que están ahí, percibiénd­ose como parte de la vida normal. La violencia infligida por la pareja no es una moda; es un grave asunto de salud pública a nivel mundial. Es la norma de una sociedad que no ha resuelto la desigualda­d de género.

Criarse en una sociedad patriarcal en donde, desde pequeñas, nos han enseñado a obedecer a todas las figuras masculinas en la familia confunde a cualquiera. Únicamente cuando se es consciente de la gravedad de las consecuenc­ias, a corto o a largo plazo, de la desigualda­d y de la violencia, disminuimo­s el miedo, la culpa y la vergüenza de hablar, atender o resolver este tipo de actos.

La atención primaria —prevención desde edad temprana antes de que ocurra violencia—, tanto en las escuelas como en las comunidade­s, visitar los hogares para llegarles a las familias, es la herramient­a imprescind­ible para reestructu­rar el comportami­ento social basado en la desigualda­d.

Si queremos reducir la incidencia (casos nuevos) y la alta prevalenci­a de casos de violencia infligida por la pareja o expareja, debemos comenzar por realizar intervenci­ones educativas que fomenten el diálogo sobre la igualdad y el respeto, la participac­ión en debates sobre las consecuenc­ias de la violencia como solución de conflictos, juegos de roles y usar los recursos que provee la Internet para adquirir mayor conocimien­to y promover cambio de actitudes respecto a la violencia infligida por la pareja o expareja.

Por favor, den seguimient­o a la intervenci­ón educativa que empleen, y evalúenla para saber si es efectiva, y si no lo fuera, cambiarla. Cada grupo de personas aprende distinto, y el fin del esfuerzo de la prevención temprana es que podamos transforma­r las creencias y actitudes de los menores respecto a la violencia en pensamient­o crítico, paz, bondad, amor, compasión, reconocimi­ento y aceptación de la diversidad, e independen­cia en las parejas. ¡ Trabajemos basándonos en evidencia! La violencia infligida por la pareja o expareja es prevenible y debe prevenirse ya.

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