Metro Puerto Rico

NOTICIAS COMO CUENTOS

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Imagine usted leer una noticia en la que al final se le advierta que puede ser ficticia. Luego de consumirla y hasta evaluarla, se da cuenta de que el autor es un timador profesiona­l con un extenso banco de datos falsos. Resulta que el periodista estrella de un prestigios­o semanario se dedicaba a timar al lector. El periodista estrella era tan famoso como su periódico, pero un día, otro periodista, quien apenas se hacía notar en la redacción, pues trabajaba por su cuenta, comenzó a sospechar de las andadas. Probar que su compañero periodista se dedicaba a escribir noticias falsas fue cuesta arriba. Estaba decidido a desenmasca­rar a la estrella del periodismo. Sin embargo, el periodista sabueso se las jugó y, entre historia e historia, sacó el tiempo y las garras para corroborar las historias que el periodista estrella supuestame­nte cubrió. Necesitaba pruebas, así que cada uno de los personajes nombrados en las historias del periodista estrella probaron sus sospechas: nunca fueron entrevista­dos y jamás visitó el lugar donde ocurrieron los acontecimi­entos de las noticias. A sus pies, entonces, estaba el fraude probado, pero con ello también su despedida como periodista independie­nte del prestigios­o periódico.

Lo descubiert­o también sacaba a relucir cuán negligente­s fueron la mesa editorial y los encargados de corroborar los datos que se publicaría­n. Aparte de ello, el periódico perdería miles de lectores timados y señalarían a todos los periodista­s. Siempre pagan justos por pecadores. Pero el periodista sabueso decidió continuar con su probada tarea de investigad­or y vertió sobre la mesa editorial sus pruebas. Defendía con gallardía los valores del periodismo y no podía permitir que su público fuera engañado con historias inventadas y que luego se publicaran en las redes sociales. El momento de gloria del periodista estrella terminó cuando fue asignado a cubrir una historia junto con el periodista sabueso. El periodista estrella publicó que vio cómo les disparaban a migrantes mexicanos, lo cual era falso. Así fueron revelán- dose más de 50 historias falsas que hasta recibieron premios internacio­nales. El sabueso hizo lo que la estrella y el componente editorial no realizaron: trabajo de campo para desenmasca­rar y contrastar documentos. El periódico tuvo que aceptar que falló en supervisió­n. A mi juicio, por un poco de fama y glamour, pues luego de leer algunas de las historias premiadas, nadie se creería semejante cuento.

Al fin y al cabo, el periodista sabueso no se quedó solo porque algunos de los supuestame­nte entrevista­dos por el periodista estrella también se quejaron de la falsedad, pues nunca habían sido entrevista­dos. Acorralado por la falsedad, el periodista estrella tuvo que aceptar que era un timador movido y embriagado por la fama. El periódico tuvo que pedir perdón a sus lectores y reflexiona­r sobre los postulados del periodismo para recobrar la credibilid­ad. Esta es una historia verídica ocurrida muy lejos… en Alemania. Si los periodista­s seguimos los valores y postulados de nuestra profesión, esas historias de falsedad no se publicaría­n. Echar a un lado la verdad para construir cuentos es otro género que, quizá, el llamado periodista estrella debería considerar, porque, para colmo, escribe como los dioses. Tiene talento, pero para cuentos de ficción tipo Harry Potter. A veces, estamos hechos para otras profesione­s y las descubrimo­s luego de golpearnos. ¡Ah! El periodista estrella devolvió todos los premios; no era para menos.

Luego de los ataques que ha recibido el periodismo por parte de Gobiernos que luchan por ocultar la verdad y la corrupción, sería más que deshonesto no devolver lo ganado. En momentos en que los periodista­s pasan por uno de los peores momentos por ataques contra su dignidad y credibilid­ad, ese incidente aumenta la cólera de los que odian nuestra profesión y su deber. También esa experienci­a coloca sobre la mesa la obsesión de los medios de comunicaci­ón por historias fantasiosa­s y atractivas a cuenta de sacrificar la verdad, convirtien­do la noticia en un producto para el espectácul­o.

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