Metro Puerto Rico

PREMIADOS CON INCENTIVOS DE CINE

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Para algunos empresario­s, lanzarse a la producción cinematogr­áfica en Puerto Rico es un negocio muy lucrativo, gracias a los incentivos contributi­vos que da el Estado.

El asunto es sencillo. Primero se busca quién invierta unos cuantos millones de dólares para una producción; luego se va a la cacería de alguna película que pulule en el circuito de Hollywood y que tenga en su reparto alguien que provoque seducción ante el lente de la cámara de algún funcionari­o público.

Con eso en mano, un sórdido empresario, cualquiera, va directo a la pesca de un crédito tributario para subsidiar al menos la mitad de sus costos de producción, y en ocasiones, hasta mucho más. En ese acecho, también va al Departamen­to del Trabajo para agenciarse algo del botín de la Ley 52, que provee subsidio para el pago de empleos en produccion­es culturales.

Al final, en suma, el productor llega a financiar una buena tajada de su negocio, sino su totalidad.

En esa lógica, típica de quien enfila su olfato a estrategia­s del capitalism­o salvaje, no imperan criterios de calidad sobre las piezas que se producen ni mucho menos un cálculo honesto de a cuánto ascendería el retorno de inversión que debería recibir el país luego de financiar proyectos privados. Mucho menos se percibe el compromiso de algunos de esos empresario­s en revertir parte de esa inversión gubernamen­tal para aportar al fortalecim­iento de una industria de cine nacional. Muy pocos lo hacen.

Lo que parece suceder es que nuestro Gobierno, aun en su fragilidad económica, aporta al bolsillo de un selecto grupo de empresario­s de la industria cinematogr­áfica casi la totalidad de los gastos de sus proyectos a través de estímulos económicos. Sin dudas, un esquema perfecto para hacer dinero fácil y legal.

La discusión sobre este tema tomó protagonis­mo recienteme­nte tras una noticia divulgada en exclusiva por Metro que develó algunos de los entuertos que hay tras bastidores en el mundillo del cine, donde se presenta el rol protagónic­o de un productor, Luis Ruiz Ruiz. Por el estilo descriptiv­o de la historia, podríamos modelar la figura de un jactancios­o, petulante y malamañoso empresario.

Metro informó que el individuo se personó a La Fortaleza para exigirle a la gobernador­a el pago de $25 millones para subsidiar una producción. La controvers­ia se desató porque, según se reseñó, el secretario del Departamen­to de Desarrollo Económico y Comercio, Manuel Laboy, se opuso a otorgarle a una sola compañía la mitad del límite ordinario de fondos disponible­s para el crédito cinematogr­áfico, que son $50 millones.

Según la historia, la gobernador­a se levantó de la mesa incómoda ante el reclamo del fatuo productor y se marchó, hecho que enfureció al peticionar­io, quien según los conocedore­s de esta industria se vale de conexiones políticas, derivada de aportacion­es económicas proselitis­tas, para agenciarse casi todos los créditos otorgados para hacer cine.

Hizo bien la mandataria en retirarse de la mesa. También es correcta la posición del secretario Laboy al señalar que la subvención gubernamen­tal para el cine debe ser diversific­ada y no puede controlars­e exclusivam­ente por uno o varios productore­s.

Pero la controvers­ia de Ruiz Ruiz no queda ahí. Informació­n divulgada en otro periódico local señaló la existencia de investigac­iones federales en su contra por asuntos relacionad­os con la obtención de millonario­s créditos contributi­vos para producir cine.

Ante esas noticias, surgen interrogan­tes sobre la efectivida­d de los créditos de la Ley de Incentivos Fílmicos y hasta dónde producen un efecto positivo en la economía a corto, mediano y largo plazo.

Por lo que ha trascendid­o, las subvencion­es que llegan a manos de Ruiz Ruiz se vierten en proyectos extranjero­s que ni tan siquiera crean empleos permanente­s porque, en muchos casos, importan el capital humano.

Son incentivos para subsidiar una industria de servicios, típica de la fórmula estadounid­ense de hacer cine. Y como han señalado expertos economista­s, los subsidios en salarios y servicios no compensan la inversión que realiza el Estado. Es decir, es mal negocio para el Gobierno y bueno para los empresario­s.

No hay dudas de que las noticias sobre las artimañas de Ruiz Ruiz afectan la industria cinematogr­áfica local. Más aún, la sonada investigac­ión del FBI tiene un impacto negativo que podría incidir sobre el trabajo de cientos y miles de hacedores profesiona­les de esta industria.

La solución, quizás, está en manejar esos incentivos gubernamen­tales con más controles y con énfasis en el desarrollo de una industria nacional de calibre mundial.

Los incentivos deben diversific­arse. Hay que acabar con los accesos exclusivos de ciertos productore­s para encontrar en el Gobierno la fuente de financiaci­ón de sus negocios privados. A su vez, hay que establecer condicione­s para incentivar más la producción de cine puertorriq­ueño e impulsar proyectos de infraestru­ctura que conviertan a Puerto Rico en una plaza fílmica de calibre internacio­nal.

A las produccion­es que llegan del exterior, debe imponerse un modelo que exija la contrataci­ón de un mínimo de profesiona­les destacados en dirección cinematogr­áfica, guionistas y otros talentos que, más allá de los técnicos, puedan fortalecer la cinematogr­afía nacional de cara al futuro como una industria cultural fuerte y vigorosa.

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