Metro Puerto Rico

Llamado a alzar voz contra el racismo

Una joven comparte su motivación a ser parte de las manifestac­iones tras el asesinato de George Floyd

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No podía comer ni dormir. Una hora después de acostarse seguía despierta. Kelly Bundy no dejaba de pensar en la gente abatida por disparos de la policía o que debió soportar que un agente le apoyase una rodilla en el cuello.

Escuchaba los chillidos de su abuela cuando la policía mató a tiros Michael Newby, un amigo de la familia de 19 años, en el 2004, en un episodio que conmovió a la ciudad. Eso sucedió hace 16 años, pero parecía como si hubiese pasado ayer. Nada cambió desde entonces. Solo que la lista de víctimas aumentó, en Louisville y más allá: Trayvon Martin, Michael Brown, Eric Garner, Tamir Rice, Freddie Gray, Breonna Taylor, George Floyd.

“Me siento acosada por ellos porque no hago lo suficiente”, dijo Bundy.

Por ello, luego de dormir dos horas se levantó de la cama y se encaminó a una protesta por tercer día.

En todo el país se suceden manifestac­iones en honor a George Floyd, quien falleció la semana pasada cuando un agente le apoyó demasiado tiempo una rodilla en el cuello, mientras él decía que no podía respirar; a Breonna Taylor, de 26 años, técnica de emergencia­s médicas baleada en Louisville por detectives que golpearon su puerta en medio de la noche. Muestran carteles, piden justicia y repiten los nombres de los caídos.

Se habla mucho de los manifestan­tes que queman edificios y vehículos de la policía, que rompen vidrios y tiran bombas incendiari­as a los agentes. Bundy y sus amigos dicen que la mayoría de los manifestan­tes son gente pacífica como ellos, que sienten que tienen que salir a protestar una vida de desigualda­des, las indignidad­es diarias del racismo, el temor constante a ser agredidos por la policía.

En todas las multitudes que se manifiesta­n, como esta con miles de personas concentrad­as en una plaza céntrica, hay gente que hace lo que puede como Bundy, que trabaja en un bar, hace entregas de alimentos y tiene un programa radial; enfermeras y abogados, pastores, un diseñador de modas, una modelo, un comediante, un empleado de la alcaldía.

Kelly Bundy

La policía de Louisville, igual que las de otras ciudades, dispersa a las multitudes con granadas de gases lacrimógen­os y con gas pimienta. Vehículos militares bloquean las calles y agentes antimotine­s con bastones dispersan a los manifestan­tes al caer el sol. Helicópter­os sobrevolab­an la zona. El lunes por la mañana comenzó otra ronda de resistenci­a en Louisville, luego de que David Mcatee, dueño de un restaurant­e, muriese abatido por soldados de la Guardia Nacional que hacían cumplir un toque de queda.

El lunes por la mañana Bundy, de 30 años, y sus amigos empacaron agua y cosas para picar para distribuir entre los manifestan­tes. Llevaban un kit de primeros auxilios y leche para arrojar en los ojos de la gente afectada por gases lacrimógen­os. Las autoridade­s le decían a la gente que volviese a sus casas para estar a salvo. Pero Breonna Taylor fue baleada en su propia casa, dijo Bundy. “Me pueden matar en mi casa por el color de mi piel. ¿Dónde estamos a salvo? ¿Qué cambia si estamos aquí o en casa?”.

La agitación de los últimos días es la peor desde la muerte de Newby en el 2004. Newby fue baleado por la espalda por el agente Mckenzie Mattingly, quien fue despedido, enjuiciado y absuelto por un jurado.

Bundy tenía 13 años por entonces y recuerda que su abuela enloqueció al ver la noticia. La abuela era la mejor amiga de la madre de Newby. Empezó a sonar el teléfono: “Mataron a nuestro muchacho”, decían del otro lado. “Pensé, ‘él era negro, yo soy negra; esto me puede pasar a mí también’”, relató Bundy.

Los manifestan­tes de Louisville dicen que la muerte de Newby los impulsó a militar. Ese día Bundy comprendió que Estados Unidos iba a hacerle la vida imposible.

Hay injusticia­s cotidianas: barrios pobres, falta de atención médica, escuelas malas. Y policías que se toman todo muy a pecho: Cuenta que cuando tenía 17 años salía de un nightclub con amigos y un grupo de mujeres blancas se burlaron de sus atuendos y les dijeron que no deberían frecuentar ese barrio. Llegó la policía y dio por sentado que las mujeres afroameric­anas eran las que habían empezado todo. A una la tiraron al piso, según Bundy. La mayor parte de la gente afroameric­ana que conoce ha pasado por alguna experienci­a como esta y ella siente que está a punto de estallar.

Las manifestac­iones también han sido traumática­s y Bundy cree que es algo con lo que cargará toda su vida. El primer día estaba aterroriza­da. Su familia le rogó que no fuese. “Te van a matar”, le decían. No pudo salir del auto. Tampoco pudo sacarse de la cabeza los gritos de su abuela. No podía comer, beber ni dormir.

Regresó al día siguiente. Apenas salió del auto fue alcanzada por gas lacrimógen­o y un amigo le tiró leche en los ojos. Vio como la policía les disparaba balines de goma a sus amigos. Pensó en sus tres hijos y se preguntó si algún día ellos tendrían que ir a manifestac­iones como esta, igual que hicieron sus padres y sus abuelos.

“Me pueden matar en mi casa por el color de mi piel. ¿Dónde estamos a salvo? ¿Qué cambia si estamos aquí o en casa?”

 ?? AP ?? Kelly Bundy (centro) fotografia­da durante una manifestac­ión de protesta por las muertes de George Floyd y Breonna Taylor el lunes.
AP Kelly Bundy (centro) fotografia­da durante una manifestac­ión de protesta por las muertes de George Floyd y Breonna Taylor el lunes.

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