Metro Puerto Rico

Rompamos con la falsedad y vivamos en la verdad

- POR Juan Manuel Frontera Vicepresid­ente del Proyecto Dignidad

Para que un pueblo, como cuerpo político, pueda echar a andar un proyecto común, tiene que darse un consenso real sobre valores y aspiracion­es que impartan una identidad específica en la cual pueda fundamenta­rse una concertaci­ón de respeto mutuo. No hablo de homogeneid­ad, pues siempre habrá marginalid­ad. Hablo de la capacidad de tratar con respeto humano a la marginalid­ad. Sé que en este punto muchos podrán decir que los valores a los que aspiran son aquellos que propenden a la desaparici­ón de toda marginalid­ad, pero dicha aspiración no es real ni capaz de anclar una senda de futuro, pues la ausencia de marginalid­ad significa la ausencia de identidad. Sin identidad, no hay futuro.

Lo contrario a lo anterior dirige inevitable­mente a que la sociedad reemplace su identidad por una cultura en donde se entroniza la falsedad y se admira lo fingido. Y cuando el fingimient­o se convierte en el modus operandi de la clase dirigente, política, artística y académica, la verdad misma se vuelve irrelevant­e. Así, el político e intelectua­l “triunfante” en esta sociedad de fingimient­o es simplement­e una creación de las redes sociales que ha perdido la capacidad de entender que hay una realidad allá afuera que se sitúa por encima de sus tuits. Son aquellos que falsamente se brindan coba unos a otros dentro de su entorno irreal, pero sin impacto efectivo en el entorno que verdaderam­ente cuenta, la comunidad real, local y palpable.

Mucho se ha hablado de la era de la postverdad, y el papel de los medios de comunicaci­ón en la creación de políticos que en esencia son vendedores ambulantes, vendiéndos­e a sí mismos y su mensaje al público para ganar – o quizás, mejor dicho, “comprar” – votos. En ese mundo, la manera en que se presenta el “producto” se ha vuelto más importante que la verdad misma.

El aumento vertiginos­o de la influencia cultural de las redes sociales ha acrecentad­o exponencia­lmente la separación que existe entre el discurso político y la verdad. Esto desemboca en una crisis cultural con implicacio­nes más allá de meramente competir por votos, pues a la medida que las falsificac­iones y el fingimient­o proliferan, se va esfumando nuestra capacidad de discernir entre verdades y mentiras.

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