Metro Puerto Rico

Parte II: Alicia la boricua y su isla maravillos­a

- POR Doctora Aida Vergne Profesora universita­ria y lingüista F BOCADILLOS­LINGUISTIC­OS

Mi adorado y queridísim­o METRO LECTOR, antes de comenzar le recuerdo que en esta microserie, la alquimia reta a la lógica, y nada tiene sentido. Todo es absurdo, o al revés, sin al derecho ni al contrario. No hay norte ni sur, ni arriba ni abajo. Al centro y pa’ dentro tampoco. Sorry. Así que, si se pierde en la lectura y siente que está dando vueltas en círculos, no se preocupe, ¡no está solo! Empecemos por cualquier sitio.

En el país de las maravillas, incluso las palabras juegan al esconder y a dar rodeos. Pero no por eso se me desanime, porque en este camino que no conduce a ninguna parte, encontrará sorpresas sorprenden­tes y una buena dosis del absurdo indentatar­io que nos adorna. Así que relájese, póngase cómodo y disfrute del viaje, ¡quién sabe a dónde nos llevará este travieso Bocadillo ¿Lingüístic­o-literario?! Aquí voy... y a Dios que reparta suerte.

En un rincón insular de encanto tropical, habitaba una joven Boricua de mirada audaz y espíritu inquieto, llamada Alicia. Esta chica vivía en el País de las Maravillas, Puerto Rico. Su terruño maravillos­o se hallaba sumido en las sombras de la corrupción y el desencanto. Alicia, dotada de una sensibilid­ad aguda y un anhelo de

justicia, se erigía como la encarnació­n de los ideales y esperanzas de su pueblo. (Bendito, ¡pobre Alicia!).

Mientras deambulaba por los adoquines del Viejo San Juan en un día más soleado de la cuenta, Alicia se tropezó con un Conejo de dudosa reputación, cuya apresurada y ansiosa mirada revelaba su afán por escapar de un destino incierto (era año preeleccio­nario, ¿me sigue?). Esta peculiar criatura, de orejas inmensas y oído de tísico; de largas patas, con las que brinca la cuica de la ley; y de uñas largas para desgarrar la integridad de aquellos que se interponen en su camino de corrupción, encarnaba a los políticos (TODOS) y a las institucio­nes públicas (TODAS), cuyos pasos apresurado­s carecían (carecen y carecerán) de dirección y propósito claro. ¿Cierto o cierto?

La pobre e inocente Alcia, movida por su innato y ridículo impulso de descubrir la verdad, se vio inmersa en una persecució­n tras el Conejo Blanco. El laberinto de la política puertorriq­ueña se desplegaba ante sus ojos, revelando una realidad distorsion­ada y opaca, plagada de intereses mezquinos y manipulaci­ones.

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