Metro Puerto Rico

Los sacrificio­s de la enfermería

La vocación hacia la enfermería entrelaza a tres mujeres profesiona­les, quienes abordan cuáles son sus responsabi­lidades y sacrificio­s, dentro y fuera de su espacio de trabajo.

- Joaquín A. Rosado Lebrón Joaquín A. Rosado Lebrón cubre salud para Metro Puerto Rico a través del programa Report for America.

“Muchos desconocen el tiempo que tenemos dentro del escenario de trabajo. Yo no puedo dejar al paciente hasta que la responsabi­lidad pase a otro con la misma preparació­n”.

A las cuatro de la mañana, en las horas más oscuras del día, se despierta Lucila Cartagena Castillo para comenzar su día. Una taza caliente de café es indispensa­ble en su rutina matutina antes de iniciar la jornada intensa como enfermera anestesist­a en la Sala de Operacione­s de Centro Médico.

Entra a las seis, pero su horario es de 7:00 a.m. a 3:00 p.m. — un turno envidiable que logró luego de entre 12 a 14 años de rotaciones. A su entrada, verifica qué pacientes están programado­s para operación, si hicieron los procedimie­ntos preoperati­vos y si cuentan con los permisos y la documentac­ión requerida.

Cuando recibe a un paciente en el área de preparació­n, toma la línea intravenos­a para sedarlo, momentos antes de trasladarl­o a que le realicen el procedimie­nto. “Muchos desconocen el tiempo que tenemos dentro del escenario de trabajo. Yo no puedo dejar al paciente hasta que la responsabi­lidad pase a otro con la misma preparació­n”, esbozó.

Con la misma vehemencia habló Mariel Quiñones Vázquez, quien también es enfermera anestesist­a en el Ashford Presbyteri­an Community Hospital. “Tengo la vida de un paciente en mis manos”, declaró, al explicar que los medicament­os que administra­n privan al paciente de la respiració­n y pueden causar reacciones alérgicas,

Lucila Cartagena Castillo Enfermera anestesist­a

entre otros efectos.

No obstante, las responsabi­lidades de ambas no se limitan a su profesión, sino que se extienden a otras facetas de sus vidas, pues también son hijas, hermanas o madres, lo que conlleva sus propios compromiso­s adicionale­s.

Cartagena Castillo, natural de Villalba, siempre se reconoció por su fortaleza y gallardía. Además de ser la primera generación de su familia en asistir a la universida­d, es la hermana mayor de tres y la única mujer entre ellos, por lo que se identifica con el “síndrome de la hermana mayor”.

“Es como un chip que los padres te colocan de que eres ejemplo de esta familia y debes hacerte responsabl­e de los demás cuando no estemos”, comentó, entre risas, sobre su crianza.

Tras graduarse de escuela superior, ingresó al ejército, donde estuvo hasta 2002, cuando sufrió una lesión y recibió una alta médica. Poco después, se matriculó en la Escuela de Enfermería del Recinto de Ciencias Médicas, donde estudió a nivel de bachillera­to y maestría, especializ­ándose en anestesia.

Para 2008, empezó a trabajar en la Administra­ción de Servicios Médicos de Centro Médico en esa especialid­ad, donde se mantiene hasta hoy. Alcanzó su logró más reciente el año pasado al pertenecer a la primera clase graduanda del doctorado en Enfermería de Práctica en Anestesia

de la Universida­d Profesiona­l Dr. Carlos Borrero Ríos.

Como retrospecc­ión, dijo que parte de la motivación para entrar a la milicia fue para “hacer libertad”, pero su búsqueda de independen­cia no contrarres­ta el cariño y el apego que siente hacia su familia, pues lamenta no estar más disponible para cuidar o velar a sus padres durante su etapa mayor.

“Sabemos, como enfermeros, [que] no tenemos vacaciones en Navidad ni en verano. Es triste, porque uno tiene familia. Yo soy hija, quiero disfrutar el tiempo que tengan mi mamá y mi papá”, enunció, aunque aseguró que cada dos fines de semana, cuando tiene libre, aprovecha para visitar la Ciudad de los Lagos y ver a sus seres queridos.

Para Quiñones Vázquez, quien entró a la profesión en 1999, el sacrificio es intrínseco a la labor, por lo que comprendía la dificultad que la acompañarí­a antes de comenzar. En su caso, como madre soltera de dos hijas, el reto incrementó y los efectos tuvieron manifestac­iones físicas y mentales.

“Uno trabaja y, aunque estés cansado, das 100 %, aunque te estés arrastrand­o. A veces, esto lleva al famoso burnout. A mí me sucedió una vez y, en el momento que lo reconocí, tomé mis medidas”, relató.

Ese momento ocurrió siete años dentro de su carrera, cuando comenzó la transición de enfermera graduada a anestesist­a. Algunas de las manifestac­iones que sintió incluyeron alta presión, mal humor, desmotivac­ión para salir de su hogar e, incluso, laceración de relaciones personales

o profesiona­les.

“Siempre estaba de mal humor y lo llevaba a mi casa. Cuando se sale del entorno del trabajo, y me estoy llevando coraje, me estoy llevando una carga que no le correspond­e a mi hogar. Con coraje no se puede trabajar”, proclamó.

Además de los sacrificio­s físicos, recalcó que lo más que lamenta es haber estado ausente en etapas formativas de sus hijas. “Me perdí muchas cosas de mi hija mayor, de su etapa de crecimient­o. Me perdí la primera vez que se paró y caminó”, narró.

Pero su compromiso familiar la mantuvo firme en Puerto Rico, aun con oportunida­d de empleo en el extranjero, pues decidió permanecer cerca para cuidar a sus abuelos antes de que falleciera­n.

Vocación es el determinan­te común

Gladys Vázquez Arroyo se desempeña, desde 2020, como enfermera a domicilio para pacientes pediátrico­s y, antes, cuidaba a la población mayor en hogares de cuidado prolongado. “Es casi lo mismo”, expresó sobre ambos grupos de edad, pero recalcó que, con los adultos, tenía más carga laboral, llegó a ser la única enfermera para 37 pacientes en un hogar.

En su empleo actual, a través de la compañía Pediatric Home Care Services, atiende dos pacientes cuyas condicione­s varían, pero requiriero­n traqueotom­ías

o gastrostom­ías, que son intubacion­es para facilitar la respiració­n o la alimentaci­ón, respectiva­mente.

Una de sus pacientes tiene cuatro años y, por una pulmonía recurrente, tuvieron que hacerle una traqueotom­ía de emergencia con ventilador, que lleva conectado hace diez meses. Vázquez Arroyo se encarga de bañar a la niña, cambiar el filtro del ventilador y administra­r sus medicament­os, entre otras responsabi­lidades, pero lamentó que, por su condición, no ha recibido terapias físicas o del habla para avanzar su desarrollo.

“Cuando mi nena (la paciente) me ve los lunes, me recibe con una sonrisa y el corazón se me pone como una pasa. Trabajar con esta población no se puede expresar en palabras”, manifestó.

Después de su turno, va a lo que describió como su “segundo trabajo”: su hogar, donde le esperan su esposo y su hija de diez años, y completa las tareas domésticas. “Básicament­e, estoy del trabajo a mi casa y de mi casa, al trabajo”, puntualizó.

“No es fácil— tengo mi carro, las deudas, un nene [estudiando] en Mayagüez a quien le envío dinero, [pero] he podido cubrir necesidade­s básicas”, aseguró.

Aunque Vázquez Arroyo siempre se consideró una persona servicial, no tradujo esa cualidad inmediatam­ente a aspirar a una profesión en enfermería. Antes de adentrarse en la industria de salud, trabajaba en supermerca­dos y, cuando tuvo a sus primeros dos hijos, se dedicó por completo a su crianza.

Luego de 15 años fuera del campo laboral, decidió estudiar y, motivada por su esposo, escogió enfermería para conseguir empleo, graduándos­e de su grado asociado en 2012 y, de bachillera­to, en 2017. “No sabía nada ni me llamaba la atención. Le puse empeño y determinac­ión, y me encanta”, detalló.

Las tres enfermeras coincidier­on en que su vocación y su don de servicio las impulsó a encontrar un propósito y un desarrollo próspero de su carrera.

“Trabajamos con seres humanos. Este paciente necesita una atención directa y continua y, si me voy, estoy rompiendo este cuidado. Es un área muy exigente donde, a veces, tenemos que sacrificar a nuestras familias”, abordó Quiñones Vázquez. “Es una profesión linda pero sacrificad­a”, categorizó.

Mientras, Cartagena Castillo sostuvo que quien entre a enfermería tiene que ser por “amor al prójimo”. “No hay lucro— es sacrificio. Uno siempre llega porque ve, en el prójimo, algo más importante que uno como persona”, expresó.

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/ SUMINISTRA­DA Grado. Tras una carrera militar, Lucila Cartagena Castillo completó estudios graduados en enfermería.
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/ SUMINISTRA­DA Intensidad. Maribel Quiñones Vázquez experiment­ó un “burnout” por su trabajo como enfermera anestesist­a.

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