Carta del editor Tribus
El cierre de decenas de escuelas públicas y el recorte masivo de fondos para la Universidad de Puerto Rico son asuntos que incomodan a todos los puertorriqueños, aun cuando existan un mar de opiniones y puntos de vista sobre esta situación, sus causas, responsables y soluciones. En el fondo se trata de que el acceso a la educación -motor de progreso de cualquier sociedad- está en peligro, sobre todo para los sectores con menos recursos económicos y cuyo potencial rezago educativo impactaría a todo el país, a la vez que amplía el abismo de diferencias sociales y la inequidad.
El tema de la UPR es uno amargo. Uno se pregunta, ¿qué va a quedar de nuestra universidad una vez la despojen de tanto presupuesto? ¿Podrá considerársele universidad? Proponer recortes tan drásticos a la institución que ha generado y puede seguir generando un cambio social positivo y trascendental en el país al tiempo que vemos como los ríos de dinero siguen fluyendo a las carteras de los “amigos super conectados”, no provoca otra cosa que una inmensa desconfianza en el sistema.
Pero en el caso del cierre de escuelas públicas hay situaciones que igualmente hay que mirar con distancia y detenimiento.
En días pasados como parte de la cobertura noticiosa televisiva de este tema, una líder comunitaria explicaba que se oponía al cierre de la escuela de su barrio porque sus niños y los de sus vecinos tendrían que moverse a otra escuela, en el pueblo, y “todo el mundo sabía” que entre los residentes de los dos sectores existen riñas, razón por la que los niños podrían correr enfrentarse a un ambiente hostil y peligroso.
Señores, es en casos como estos en los que nos colgamos como sociedad.
Esa mirada tan pequeña a un tema tan crucial ejemplifica por qué no progresamos como pueblo.
La Secretaria de Educación Julia Keleher está tomando decisiones para nada simpáticas, pero tratar de convencerla de que una escuela no cierre por culpa de disputas viejas y estériles, al estilo de Montesco y Capuleto es absurdo. La población infantil de Puerto Rico ha mermado y no tiene sentido que todas las escuelas permanezcan abiertas. También sabemos que -conociendo el historial de despilfarro económico y el gran batatal político que es Educación- es muy probable que tener menos escuelas no se traduzca en mejores servicios educativos; pero hay razones y hay razones.
Es lamentable que los adultos pasen a las próximas generaciones una mirada tan reducida de su entorno, en lugar de fomentar un sentido amplio de comunidad.
Claro, en nuestra cultura se ha enraizado el divisionismo, el tribalismo porque -aunque ellos y ellas no son culpables de todolos llamados líderes del país lo han promovido con sus palabras y acciones a lo largo del tiempo para su conveniencia.
A mí déjenme solo con dos tribus: la de Abrante y la de Pirulo. Esas sí me gustan. Aunque hay otra que me preocupa, no la de los pelús, sino la tribu de los encorbatados y acicalados que han jugado con el retiro de nuestros trabajadores, el acceso a la salud de nuestros viejos y la educación de nuestras próximas generaciones.