EL DILEMA
Con el crecimiento de la industria del bienestar en la que abundan los gurús e “influencers” de la alimentación, cada día es más difícil mirar los alimentos sin asignarles un lugar en la lista de los buenos o los malos
así como de las redes sociales o, incluso, de las últimas investigaciones científicas en torno a algo que de tan natural, pareciera que ya no sabemos hacer: ¿qué comer? ¿Cómo comer saludablemente?
El estudioso del tema, el estadounidense Michael Pollan, encontró en una frase la respuesta a esta pregunta: Come comida, no demasiada, mayormente plantas. Lo establece así por entender que aquellos alimentos que no vienen de una planta, y que más bien fueron hechos en una planta, no deberían tener la dignidad de llamarse comida. Pero su credo no satisface a un sector más crítico de su obra, que considera que esa idea no toma en cuenta las relaciones psicológicas, económicas, sociales y de raza que atraviesan el acceso a la alimentación, particularmente, en los Estados Unidos pero también alrededor del mundo. Pues, la llamada dieta occidental cada día se reproduce más alrededor del mundo, con sus naturales efectos negativos en la salud. Y a su vez, cada día más personas viven obsesionadas con una dieta saludable —promoviendo “limpiezas” de jugos o casi venerando vegetales como el kale— al punto que ya existe un nombre para esta actitud hacia la comida, la ortorexia, un término que aunque aún no es considerado un desorden alimenticio, ya va generando preocupación en la comunidad que estudia y trabaja con estos desórdenes. Pues, una cosa es comer saludable y otra cosa es tenerle miedo a la comida.
Entonces, ¿tenemos que aprender a comer desde cero otra vez? Para la autora