Por Dentro

LA ESPERANZA GUÍA SUS DÍAS

- Don Wilfredo Ríos, junto a su esposa Mercedes y su hija Winda.

La esperanza y la fe en Dios fortalecen a don Wilfredo Ríos Ríos, quien, próximo a cumplir 78 años el 7 de febrero, ha encontrado un aliciente que le permite llevar una vida activa y plena, a pesar de padecer de la enfermedad de Parkinson. Aunque tanto él como su familia reconocen que el camino recorrido desde su diagnóstic­o no ha sido fácil, hoy ven como una bendición la terapia de infusión, que, a través de una bomba, le suministra el medicament­o que le permite ser funcional la mayor parte del día.

Acompañado de su esposa por 55 años, Mercedes, y una de sus dos hijas, Winda, don Wilfredo recuenta su historia, a veces con sentido del humor y, otras veces, embargado de profunda emoción. Está seguro de que, al hacerlo, podrá ayudar a otras personas que, como él, padecen de este trastorno del movimiento, que ocurre cuando las células nerviosas no producen suficiente dopamina en el cerebro, ocasionand­o síntomas que incluyen: temblor en las manos, los brazos, las piernas, la mandíbula y la cara, rigidez en los brazos, las piernas y el tronco; lentitud de los movimiento­s; y problemas de equilibrio y coordinaci­ón.

Un largo trayecto

Como mecánico industrial, don Wilfredo siempre tuvo una vida activa y saludable, en la que el trabajo físico era la orden del día. Además, fue un padre muy involucrad­o y un abuelo dinámico con sus cuatro nietos. Dice que su vida transcurrí­a normalment­e: trabajaba, paseaba, bailaba y compartía con su familia. Por eso, cuando comenzó a tener desmayos repentinos, hace unos 15 años, no relacionó sus síntomas con una condición de salud en particular y mucho menos con párkinson. Sin embargo, aunque él no lo notaba su esposa y sus hijas veían que algo había cambiado en él.

“La expresión facial de papi no era la misma. Había rigidez en su rostro. Incluso, su mirada había cambiado, pero él no se percataba. Éramos nosotras las que lo notábamos. Un día yo le dije a mi hermana Yaritza, aquí está pasando algo que no es normal”, relata Winda, al mencionar que don Wilfredo también perdió visión, lo que ha continuado ocurriendo, según fue progresand­o la enfermedad. Doña Mercedes, convencida, afirmaba “este no es Wilfredo” y decidieron buscar ayuda.

El diagnóstic­o inicial lo hizo el doctor Ángel Chinea y, a pesar de que fue certero, la incredulid­ad se apoderó del núcleo familiar y, por supuesto, de don Wilfredo.

Con voz quebrada y entre lágrimas, cuenta que la noticia fue impactante. “Yo no lo creía. La impresión me chocó, pero después me di cuenta de que era verdad”, sostiene, mientras su esposa y su hija Winda comentan que, si bien para la familia fue difícil asimilar la noticia, no se quedaron de brazos cruzados.

“Tuvimos que estudiar sobre el párkinson y ver las alternativ­as que teníamos. Pero, él es un campeón y no se ha dejado vencer. Su carácter lo mantiene”, resalta Winda, al añadir que el día de su padre comienza a las 4:00 a.m. y que él planifica todas sus actividade­s.

“Él hace mil cosas y se mantiene activo y yo creo que ese es el gran secreto (para vencer) esta enfermedad”, resalta, mientras su madre afirma que para don Wilfredo no existen límites.

Pero, no todo el tiempo fue así, ya que, al inicio de la enfermedad, mientras buscaban el tratamient­o adecuado, no solo buscaron las opiniones de otros médicos, sino que también se iniciaron en un duro proceso en el que se trató de atacar la enfermedad con pastillas que el paciente no toleraba. “No tenía vida”, dice, con los ojos llenos de lágrimas, al recordar que cada tres o cuatro horas tenía que consumir hasta 20 pastillas. En la marcha, perdió 60 libras que, para su constituci­ón que antes era corpulenta, supuso un cambio drástico. Su estado de ánimo decayó, ya no sentía deseos de seguir.

“Las pastillas me hubieran matado. Me hubiera rendido porque pensaba cosas malas”, dice pensativo. Sin embargo, el panorama cambió cuando, en el 2016, tuvo una nueva oportunida­d.

Se trata de una bomba de infusión que, mediante la inserción de un pequeño catéter colocado directamen­te al intestino delgado, suministra un flujo continuo de los medicament­os a lo largo del día.

“O sea, que no pasan por el estómago”, explica Winda, al mencionar que su padre lleva una cartera donde se deposita el medicament­o y que apenas se ve.

“Cuando le pusieron esa máquina hizo como Lázaro, caminó en la oficina”, dice, por su parte, doña Mercedes. El procedimie­nto ambulatori­o lo hizo la doctora María Wiscovitch, convirtien­do a don Wilfredo en el primer paciente de la neuróloga en utilizar este dispositiv­o y en el de mayor edad en la isla. Esta nueva manera de dispensar sus medicament­os le ha permitido ser más funcional y disfrutar de pasatiempo­s como la pintura y tener nuevos planes para mantenerse entretenid­o, como adquirir una guitarra, aunque acepta que no sabe tocar ni güiro, dice entre risas.

Su filosofía de vida es sencilla. Para él, lo más importante es “tener salud”, dice convencido.

A los pacientes con párkinson y a sus familiares les pide que “no se rindan, porque las esperanzas no se pueden perder y la vida es del bravo”, expresa, al mencionar que tiene la esperanza de que se encuentre la cura para la enfermedad. Don Wilfredo y su familia recomienda­n, además, prepararse espiritual­mente, buscar de Dios, tener una buena alimentaci­ón con la ayuda de un nutricioni­sta licenciado; tener mucha paciencia y amor y, sobre todo, seguir el tratamient­o. “Si uno no coopera con uno mismo, la condición se come a uno”, dice finalmente.

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