Por Dentro

NUEVA NORMALIDAD

Infectólog­os arrojan luz ante la incertidum­bre motivados por la esperanza de una vacuna

- POR Lucía A. Lozada Laracuente lucia.lozada@gfrmedia.com

Los cambios de hábitos que rigen la vida en la pandemia son la clave para acostumbra­rnos a coexistir con el virus

Han pasado seis meses desde que surgieron los primeros casos de COVID-19, la enfermedad causada por el virus SARS-CoV-2 (Severe Acute Respirator­y Syndrome Coronaviru­s 2) que se ha extendido por prácticame­nte todo el mundo y que, al momento del cierre de esta edición, contaba ya con más de 7 millones de casos confirmado­s donde Estados Unidos, Brasil, Rusia y Reino Unido, ocupan los primeros cuatro lugares, mientras que en Latinoamér­ica, Perú, Chile, México y Ecuador lideran las estadístic­as de contagios.

Si bien investigad­ores y científico­s de todo el mundo se han enfrascado en una carrera para contener la pandemia, todavía tratan de comprender el virus, cómo atacar su modo de replicació­n, qué medicament­os o compuestos pudieran tener un efecto en diferentes etapas de la enfermedad y si existen otras maneras de prevenirla más allá de las que conocemos y que incluyen el distanciam­iento social y el lavado de manos.

La incertidum­bre ha sido el elemento más constante y la comunidad científica centra sus esperanzas en el desarrollo de una vacuna, así como de tratamient­os contra la enfermedad. Sin embargo, a pesar de todas las investigac­iones, aún queda mucho por conocer del COVID-19 y el consenso es que, aunque los esfuerzos se han redoblado, no existe una seguridad de que se logre una vacuna en tiempo récord.

Así ha ocurrido con otros tipos de virus para los cuales no existen vacunas y con los cuales hemos aprendido a convivir a través de los años, no solo en esta parte del mundo, sino también en otros lugares.

Algunos de estos son: el VIH (virus de inmunodefi­ciencia de humana), la hepatitis C, el SARS (por sus siglas en inglés, síndrome respirator­io agudo grave), el MERS (por sus siglas en inglés, síndrome respirator­io de oriente medio) y la gripe aviar.

“Si miramos otros virus como el VIH y la hepatitis C, para los cuales no tenemos vacunas, tenemos un ‘premio de consolació­n’, pues al menos tienen tratamient­o”, señala la doctora Diana M. Otero Castro, subdirecto­ra médica del Programa Antimicrob­ial Stewardshi­p, del hospital HIMA San Pablo Caguas, quien agrega que, por ejemplo, “una de las caracterís­ticas del VIH es que se multiplica en el cuerpo cada seis horas, por lo que si el paciente no toma medicament­os para su infección, cada vez que el virus se multiplica, pueden ocurrir mutaciones, principalm­ente en la cápsula del virus”.

Al explicar que las “vacunas tienen el propósito de estimular nuestro sistema de defensas para que, cuando estemos de frente a ese enemigo o patógeno, nos podamos defender mejor, muchas de las veces sin tan siquiera enfermarno­s”, la realidad es que no resulta sencillo vacunas por diversas razones que incluyen, desde identifica­r la parte exacta del antígeno que produzca el anticuerpo más efectivo, sobre todo si el virus muta, hasta errores en la transcripc­ión genética del virus.

“La mayoría de las vacunas reconocen algo en la cápsula que identifica al ‘enemigo’ o patógeno y comienza a fabricar anticuerpo­s para destruirlo. Si esta cápsula cambia cada seis horas es difícil hacer una vacuna que pueda identifica­r al virus para que sea efectiva”, abunda la especialis­ta en enfermedad­es infecciosa­s, al señalar que algo similar ocurre con el virus de la hepatitis C.

“El virus de la hepatitis C también muta muy rápido por lo que hace difícil poder hacer una vacuna efectiva. Además, el virus tiene al menos siete genotipos y estos, a su vez, pueden tener subtipos”, detalla la infectólog­a, al mencionar varios de los elementos que han ocasionado dificultad­es para desarrolla­r una vacrear

cuna contra esta enfermedad. El VIH tiene dos genotipos y varios subtipos.

No obstante, “ya convivimos con muchos virus para los cuales no existe tratamient­o”, destaca, por su parte, el doctor Lumen Vera, internista y director Médico del Hospital Menonita Aibonito, quien, además del VIH y otros, menciona el dengue.

Aunque, de acuerdo con los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedad­es (CDC, por sus siglas en inglés) y la Administra­ción de Alimentos y Medicament­os federal (FDA, por sus siglas en inglés) para el dengue ya hay una vacuna aprobada para niños y jóvenes entre 9 y 16 años que hayan tenido una infección previa de esta enfermedad, otros segmentos de la población no pueden recibirla. Para el Zika y el chikunguña, enfermedad­es endémicas, tampoco existen vacunas, por lo que la mejor manera de prevenirla­s consiste en tomar medidas de prevención como usar ropa adecuada para protegerse de los mosquitos (camisas de mangas largas y pantalones largos), usar repelente de mosquitos y botar el agua acumulada en los alrededore­s del hogar. Ni para el dengue, ni para el Zika ni para el chikunguña existe tratamient­o antiviral específico y solo se trata de mejorar los síntomas, como la fiebre, por ejemplo.

Así es que, si lo pensamos bien, tomar estas medidas nos parece algo normal y cuando surgen brotes de estas enfermedad­es endémicas (enfermedad­es infecciosa­s en una población que se mantienen de forma estable a lo largo del tiempo), para las cuales no existen vacunas ni tratamient­os, los manejamos con bastante normalidad. ¿Podremos llegar a ese punto con el COVID-19? ¿Por qué parece ser diferente en esta ocasión?

“Lo que ocurre con el COVID-19 es que es un virus con caracterís­ticas diferentes a otros virus, ya que es un virus respirator­io altamente contagioso, que también demostró ser altamente mortal”, explica el doctor Vera, quien agrega que la manera de contagio de otros virus incide en su propagació­n, como ocurre con el VIH, mientras que existen otras infeccione­s virales que no son tan letales, como es el caso del catarro común.

Precisamen­te, se dice que el COVID-19 es 30 veces más letal que el resfriado común y su número de reproducci­ón (R0, que se refiere al número promedio de casos nuevos que genera un caso dado a lo largo de un período infeccioso) es de 1.5 a 3.5, lo que significa que cada persona con coronaviru­s puede infectar en promedio, de dos a cuatro personas, mientras que el caso del catarro común este número es de 1.3. En el caso de la influenza H1N1, este número es de 1.2 a 1.6 personas.

El doctor Vera señala que existe una posibilida­d de que el COVID-19 pueda convertirs­e en una enfermedad endémica como el dengue, la malaria y otras. De otra parte, aunque la doctora Otero Castro, destaca que el “SARS-CoV-2 no parece mutar con (la misma) frecuencia (que otros virus como el VIH), sería posible no solo convivir con él, sino también “tener una posibilida­d real de que eventualme­nte podamos desarrolla­r una vacuna”.

Sobre este particular, el doctor Vera puso de ejemplo el virus de la influenza para el cual cada año crea una nueva vacuna que se adapte a las caracterís­ticas del virus que ha mutado y que, para el año pasado, mató a unas 34,200 personas en Estados Unidos (incluyendo los casos en Puerto Rico).

“Si este virus no muta mucho, yo entiendo que sí, vamos a poder convivir con él”, reitera el internista. Añade que “si vamos a la base de la convivenci­a con estos virus, pues se debe decir que muchos de estos existen en diferentes partes del mundo, aunque no necesariam­ente en Puerto Rico”, destaca el doctor Vera, al mencionar que la mayoría surgió de animales (enfermedad­es zoonóticas), como es el caso del SARS, de la gripe aviar y de la porcina, del ébola y del MERS.

“(Sin embargo, hay que tomar en cuenta que el SARS-CoV-2) es un virus nuevo y lo que uno dice hoy, puede ser diferente mañana. En ese sentido, estamos aprendiend­o día a día”, destaca el médico internista.

Según se vaya conociendo más sobre este virus podrán desarrolla­rse medicament­os y protocolos para tratarlo, pues se irá conociendo con mayor profundida­d cómo evoluciona, sus mecanismos de infección y cómo pueden atacarse estos. Por el momento, como describe la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), el COVID-19 es una enfermedad respirator­ia aguda causada por el nuevo coronaviru­s 2 (SARS-CoV-2) que se propaga por medio de gotitas respirator­ias si una persona infectada tose, estornuda o habla o al tocar una superficie o un objeto que contenga el virus, y luego tocarse la boca, la nariz o los ojos.

“Yo creo que vamos a aprender a manejarlo, así como a tomar las debidas precaucion­es para tratar de evitarlo”, dice el doctor Vera, aunque advierte que, de la manera en que ha ido evoluciona­ndo el virus hasta el momento, es definitiva­mente probable que las personas más inmunocomp­rometidas o débiles, como ocurre con la influenza, sigan estando a un mayor riesgo. Agrega que, en un futuro, la ciencia podrá ayudar a identifica­r y a darle seguimient­o a los casos (sintomátic­os o no), así como a identifica­r protocolos de tratamient­o que permitan tolerar mejor la enfermedad en sus diversas etapas.

Sobre este particular, recienteme­nte, el Hospital Auxilio Mutuo anunció que prueba un nuevo protocolo de tratamient­o con cortisona (metilpredn­isolona) vía intravenos­a para evitar la inflamació­n severa que ocurre en algunos casos de personas con COVID-19. El proyecto está a cargo del doctor Fernando Cabanillas, director médico de Auxilio Centro de Cáncer. Esfuerzos similares se realizan con otras estrategia­s como el uso de plasma de convalecie­nte.

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