LOS ANTIÁCIDOS: ¿NOS HACEN MENOS O MÁS PROPENSOS AL COVID?
Si usted padece de acidez, seguramente esta columna le quitará el sueño, o peor todavía, puede que le agrave sus hervederas. Me explico. Justo al lado de Beverly Hills, California, existe un reconocido hospital a donde acuden muchos de los artistas de Hollywood. Su nombre es Cedars Sinai, y de ahí surge un importante trabajo científico cuyo primer autor es el Dr. Christopher V. Almario.
En ese trabajo, publicado en la prestigiosa revista médica American Journal of Gastroenterology el pasado 7 de julio, los autores nos relatan sus perturbadores resultados en relación al uso de una categoría de potentes antiácidos. Estos antiácidos pertenecen al grupo de inhibidores de la bomba de protones. En ese grupo se encuentran omeprazol pantoprazol y esomeprazol y pantoprazol.
Al leer el título de ese artículo, “Increased Risk of COVID-19 Among Users of Proton Pump Inhibitors”, mi primera reacción fue de escepticismo y desconfianza. La conclusión principal fue que el consumo de esa categoría de antiácidos se asocia con un riesgo mayor de enfermar de COVID-19. No es que el antiácido cause COVID-19. Lo que hace es que aumenta el riesgo de adquirirlo. Los hallazgos de esta encuesta de más de 53,000 estadounidenses sugieren que el uso de esos medicamentos una o dos veces al día aumenta significativamente las probabilidades de COVID-19 en comparación con aquellos que no los toman.
¿Por qué mi desconfianza? Ese tipo de estudio está basado en una encuesta y depende mucho de la memoria de los participantes. Además, la asociación de COVID-19 con el consumo de estas medicinas no prueba necesariamente causalidad. Sin embargo, a medida que iba leyendo el artículo, me iba convenciendo de la precisión y claridad de sus hallazgos.
Comencemos con mi primera duda: ¿Cómo es que un antiácido sube el riesgo de adquirir COVID-19? Al consumir estos antiácidos, los más potentes en el mercado, la acidez del estómago disminuye significativamente. Al disminuir la acidez, el pH del contenido del estómago aumenta. Se conoce de antemano que la incidencia de algunas enfermedades intestinales de origen viral aumenta cuando el pH del estómago sube por encima de tres. En un pH muy bajo, muchos virus se inactivan, y el virus SARS-CoV-1, primo hermano del SARS-CoV-2 que causa el COVID-19, no es una excepción a esta regla. Esto es relevante porque el virus de COVID-19 no solamente puede entrar a nuestro cuerpo a través de los pulmones, sino también por el tracto intestinal. Por tanto, esto nos provee una explicación biológica y no debe sorprendernos que la incidencia de COVID-19 aumente en pacientes que consumen estos medicamentos.
El otro dato que me llamó la atención en este estudio es lo que llamamos la “relación dosis-respuesta”. Esto significa que a mayor la dosis, mayor el efecto. Los autores lograron mostrar que con el consumo una vez al día de estos medicamentos, la incidencia de COVID-19 era poco más de dos veces mayor comparada con los que no consumen estas medicinas, pero cuando la dosis se tomaba dos veces al día, la incidencia aumentaba casi cuatro veces más. Cuando se observa este tipo de relación, usualmente es indicativo de que el fenómeno es real. Los investigadores utilizaron técnicas estadísticas muy sofisticadas para tratar de encontrar si había alguna otra explicación para sus hallazgos, pero siempre regresaban a la misma conclusión: el uso de estos medicamentos parecía aumentar la incidencia del COVID-19.
¿Cómo debemos reaccionar ante estos datos? Usualmente, estos medicamentos se toman una vez al día. El tomarlos dos veces al día es recomendable solo en situaciones de absoluta necesidad.
La otra alternativa es cambiar, siempre que sea posible, a otro antiácido que no sea del grupo de inhibidores de la bomba de protones. Afortunadamente, existe otra familia que es menos potente y, por tanto, no aumenta tanto el pH del estómago. A estos otros antiácidos los llamamos bloqueadores de H-2 y la lista incluye famotidina, cimetidina, ranitidina y nizatidina.
Detrás de la famotidina hay una historia interesante. Michael Callahan, un médico infectólogo de la Universidad de Harvard, trabajó en la ciudad china de Wuhan durante la epidemia del coronavirus, y nos relata que los médicos observaron que muchas de las personas que sobrevivían el COVID-19 tendían a ser más pobres y frecuentemente tomaban famotidina, que es mucho más barato que el omeprazol. Los médicos examinaron los expedientes de más de 6,000 pacientes y encontraron que un número un poco mayor de los que tomaban famotidina habían recuperado, comparado con aquellos que no tomaron ese medicamento. Callahan contactó a Kevin Tracey en Northwell Health, en la ciudad de Nueva York, para conducir un estudio aleatorizado. Pronto después de salir esto en las noticias, las cajas de famotidina desaparecieron de las farmacias.
Mientras tanto, un grupo de investigadores examinaron los expesi dientes de más de 1,600 pacientes con COVID-19 y compararon los resultados de aquellos a quienes se administró famotidina con los que no recibían ese medicamento. Encontraron 84 pacientes que recibieron famotidina intravenoso. Esos pacientes fueron mucho menos propensos a desarrollar fallo respiratorio y morir comparado con los que no recibieron el medicamento.
Para la segunda semana de marzo, después de que Trump declarara el coronavirus como una emergencia nacional, su administración luchaba por ofrecer optimismo agarrándose de cualquier tratamiento que pudiera ofrecer el más mínimo rayito de esperanza. Pero el interés del presidente por soluciones rápidas entró en conflicto con las decisiones respaldadas por la ciencia. La ciencia y la impaciencia chocaron. Veamos.
La administración de Trump concedió un contrato de emergencia de $21 millones a los investigadores. Cuando comenzó el estudio, los pacientes de COVID-19 en Nueva York estaban recibiendo la droga preferida de Trump, hidroxicloroquina. Por tanto, el estudio se tuvo que diseñar para comparar la hidroxicloroquina en combinación con la famotidina versus la hidroxicloroquina más placebo. Pero recién nos enteramos de que la hidroxicloroquina no es buena contra el COVID-19 y, como consecuencia, los investigadores tuvieron que rediseñar el protocolo. A estas alturas el estudio de la famotidina no ha podido comenzar.
¿Será que los astros se han rebelado en contra de Trump? No hay duda de que a este autodenominado prócer de Mount Rushmore todo le sale al revés. Quizás es que una de esas expertas en vudú de Luisiana le hizo un “trabajito”. O quién sabe
Estudio revela que los inhibidores de la bomba de protones se asocian con un riesgo mayor de enfermar de COVID-19
una espiritista de nuestra ciudad bruja de Guayama también participó. Estoy deseoso de que se haga ese estudio, así que ¡por favor!, si fue en Guayama y leen esta columna, retiren el hechizo.
Está a la venta el segundo libro del
Dr. Cabanillas: “Consejos de Cabecera 2. Prevenir y Tratar: Alimentos y vitaminas contra el cáncer”. Lo consigue en Auxilio Centro de Cáncer, en la Farmacia del Auxilio Mutuo y en las principales librerías. Los ingresos son donados al programa “Adopta un paciente”, destinado a ayudar a aquellos enfermos que no cuentan con suficientes fondos para los deducibles médicos.
Y este es el problema: cuando te desvives, desbordas y te sobras, el hombre se siente tan seguro que pierde interés porque se ha empalagado con tanta azúcar que has dado.
¡Ojo! No estoy diciendo que las mujeres tienen que ser frías como un témpano de hielo, puesto que en las relaciones hay que dar para recibir, pero también debe haber un balance de ambas partes.
Recuerda que: mientras más te desvivas por alguien, menos le vas a importar y mientras menos lo busques, más le vas a interesar.
No hay medida perfecta para esta receta. Solo ten en cuenta que la cantidad de azúcar que vas a dar, es la misma que vas a recibir.
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