LA EFECTIVIDAD DEL PARO NACIONAL
Rosita Marrero plantea que el gentío, integrado entre otros por desempleados, religiosos, artistas, obreros y estudiantes llevó su mensaje de repudio a la Ley PROMESA y el Gobierno.
Hacía tiempo que no participaba en un evento tan concurrido, de tanto entusiasmo y tan solidario como el Paro Nacional, en el que se juntó un mar de voluntades para llevarles un mensaje al Gobierno y a la Junta de Control Fiscal: rechazamos la junta, repudiamos PROMESA, las medidas de austeridad, los recortes viciosos de presupuesto, la eliminación de derechos y conquistas de los trabajadores y los intentos de destruir la universidad del pueblo.
Ese mensaje llegó claro en una marcha pacífica, ordenada y bien organizada. No hay disturbios callejeros, ni actos de vandalismo que pudieran haber empañado lo que quisieron comunicar de forma mayoritaria los participantes en el paro: no estamos de acuerdo con lo que intentan hacerle a este pueblo para pagar una deuda que a todas luces es ilegal.
“Auditoría ya”, se gritó a viva voz. Fueron muchas voces y muchas voluntades que no se pueden acallar, ni con arrestos, ni acusaciones, ni intentos de desviar la atención de la gran demostración de unidad que dio este pueblo.
Trabajadores, estudiantes, sindicatos, organizaciones religiosas, profesionales, cívicas y artísticas le hicieron saber al Gobierno y a la Junta de Control Fiscal que se quiere una auditoria prístina, antes de que los usureros y buitres de Wall Street saqueen nuestros haberes, privaticen el patrimonio nacional, destruyan nuestras reservas y áreas protegidas, y el hábitat de nuestras especies.
El mensaje de las miles de personas congregadas en el Paro Nacional, no de un “grupito de delincuentes” como se ha pretendido enmascarar la voluntad de un pueblo, es que no se debe pagar la deuda que no nos corresponde, que no se quiere que se juegue con las habichuelas y el hambre de los puertorriqueños.
Pudiera ser comprensible la perturbación de muchos o pocos, con el rompimiento de vitrinas y los destrozos causados por “los encapuchados” que tienen sus convicciones en torno a las formas en que se debe dejan sentir su malestar, su rabia y sus denuncias. Obviamente, que contaron con la “colaboración” de “estudiantes chotas”, policías infiltrados, agentes federales y estatales encubiertos y cualquier facineroso oportunista.
Los llamados actos vandálicos, en la mayoría de los países del mundo se le llaman estallidos sociales, como en Venezuela, que los opositores del Gobierno destruyen todo a su paso, prenden fuegos y obstruyen carreteras.
Los estallidos sociales que ocurren en el mundo reflejan el malestar ciudadano a la política de los gobiernos, a los abusos, al discrimen, al racismo, a la violación de derechos civiles, entre muchos estados anímicos.
Esas imágenes transmitidas en la televisión en vivo y a todo color, que para muchos puertorriqueños acostumbrados a la paz, a la tranquilidad y también a la docilidad enquistada en nuestro ser, tras 118 años de coloniaje estadounidense, nos pueden parecer extrañas y ajenas a nuestra idiosincrasia, por eso son censuradas.
Al terminar los actos, porque los actos ya habían terminado, muchos de los concurrentes nos acomodamos a descansar cuerpo, piernas, espalda y alma en algún restaurante. La multitud se dispersó. Unos buscaron sus carros. Otros se dirigieron a la estación del Tren Urbano y otros emprendieron otra marcha a pie, alejándose del lugar.
Mientras disfrutaba del almuerzo tardío en un restaurante, nos percatamos de que había comenzado un estallido social o actos vandálicos, como los quiera llamar. No podíamos creer lo que estaba sucediendo. Estaban solos. ¡La Policía se había marchado!
Por voz del propio Gobernador, nos enteramos que ordenó la salida de la Policía por el poder que le confiere el ser “el Comandante en jefe”. El acuerdo con los líderes sindicales era que la Policía permanecería en el lugar.
El día antes del Paro Nacional reinó un ambiente extraño en el País. Era como si se estuviese creando una atmósfera de histeria, lo que comenté en las redes sociales. Las autoridades y la oficialidad advertían sobre las posibilidades de que se suscitarían actos de violencia.
Más que posibilidad, parecía una certeza. El Gobernador dio un breve mensaje televisado expresamente para abordar el asunto, advirtiendo que no permitiría que los delincuentes se apoderaran de nuestra Isla. ¿Por qué habló en esos términos? ¿Acaso sabían que “algo” iba a pasar?
Previo al paro parecía que no había otro tema que no fuera “la violencia”. En la radio, la televisión. En todos lados. Las autoridades estatales y federales advirtieron de antemano que arrestarían a los que violaran la ley, en una marcha que se suponía pacífica. Inclusive, la Superintendente advirtió que estarían atentos a las amenazas que se publicaran en las redes sociales. Había histeria.
Esa atmósfera me trajo reminiscencias del ambiente creado por el Gobierno, previo a los asesinatos de dos jóvenes independentistas que fueron entrampados en el Cerro Maravilla el 25 de julio de 1978.
Un agente encubierto, Alejandro González Malavé, los condujo hasta la muerte; el Gobierno lo sabía. La Policía lo había planificado. La División de Inteligencia urdió la trama.
No quisiera pensar que todo fue planificado. Que se conocía de los planes de unos sectores, que tienen otras convicciones y otras estrategias de lucha, que se reconocen como válidas en otros lugares como Venezuela, y que aquí en Puerto Rico, son prohibidas, ilegales y censuradas.
¿Por qué ordenaron la salida de la Policía? No puedo dejar de pensar en los sucesos del Cerro Maravilla.
“Los estallidos sociales que ocurren en el mundo reflejan el malestar ciudadano a la política de los gobiernos...”