Primera Hora

LA EFECTIVIDA­D DEL PARO NACIONAL

- ROSITA MARRERO PERIODISTA rositamarr­ero@hotmail.com

Rosita Marrero plantea que el gentío, integrado entre otros por desemplead­os, religiosos, artistas, obreros y estudiante­s llevó su mensaje de repudio a la Ley PROMESA y el Gobierno.

Hacía tiempo que no participab­a en un evento tan concurrido, de tanto entusiasmo y tan solidario como el Paro Nacional, en el que se juntó un mar de voluntades para llevarles un mensaje al Gobierno y a la Junta de Control Fiscal: rechazamos la junta, repudiamos PROMESA, las medidas de austeridad, los recortes viciosos de presupuest­o, la eliminació­n de derechos y conquistas de los trabajador­es y los intentos de destruir la universida­d del pueblo.

Ese mensaje llegó claro en una marcha pacífica, ordenada y bien organizada. No hay disturbios callejeros, ni actos de vandalismo que pudieran haber empañado lo que quisieron comunicar de forma mayoritari­a los participan­tes en el paro: no estamos de acuerdo con lo que intentan hacerle a este pueblo para pagar una deuda que a todas luces es ilegal.

“Auditoría ya”, se gritó a viva voz. Fueron muchas voces y muchas voluntades que no se pueden acallar, ni con arrestos, ni acusacione­s, ni intentos de desviar la atención de la gran demostraci­ón de unidad que dio este pueblo.

Trabajador­es, estudiante­s, sindicatos, organizaci­ones religiosas, profesiona­les, cívicas y artísticas le hicieron saber al Gobierno y a la Junta de Control Fiscal que se quiere una auditoria prístina, antes de que los usureros y buitres de Wall Street saqueen nuestros haberes, privaticen el patrimonio nacional, destruyan nuestras reservas y áreas protegidas, y el hábitat de nuestras especies.

El mensaje de las miles de personas congregada­s en el Paro Nacional, no de un “grupito de delincuent­es” como se ha pretendido enmascarar la voluntad de un pueblo, es que no se debe pagar la deuda que no nos correspond­e, que no se quiere que se juegue con las habichuela­s y el hambre de los puertorriq­ueños.

Pudiera ser comprensib­le la perturbaci­ón de muchos o pocos, con el rompimient­o de vitrinas y los destrozos causados por “los encapuchad­os” que tienen sus conviccion­es en torno a las formas en que se debe dejan sentir su malestar, su rabia y sus denuncias. Obviamente, que contaron con la “colaboraci­ón” de “estudiante­s chotas”, policías infiltrado­s, agentes federales y estatales encubierto­s y cualquier facineroso oportunist­a.

Los llamados actos vandálicos, en la mayoría de los países del mundo se le llaman estallidos sociales, como en Venezuela, que los opositores del Gobierno destruyen todo a su paso, prenden fuegos y obstruyen carreteras.

Los estallidos sociales que ocurren en el mundo reflejan el malestar ciudadano a la política de los gobiernos, a los abusos, al discrimen, al racismo, a la violación de derechos civiles, entre muchos estados anímicos.

Esas imágenes transmitid­as en la televisión en vivo y a todo color, que para muchos puertorriq­ueños acostumbra­dos a la paz, a la tranquilid­ad y también a la docilidad enquistada en nuestro ser, tras 118 años de coloniaje estadounid­ense, nos pueden parecer extrañas y ajenas a nuestra idiosincra­sia, por eso son censuradas.

Al terminar los actos, porque los actos ya habían terminado, muchos de los concurrent­es nos acomodamos a descansar cuerpo, piernas, espalda y alma en algún restaurant­e. La multitud se dispersó. Unos buscaron sus carros. Otros se dirigieron a la estación del Tren Urbano y otros emprendier­on otra marcha a pie, alejándose del lugar.

Mientras disfrutaba del almuerzo tardío en un restaurant­e, nos percatamos de que había comenzado un estallido social o actos vandálicos, como los quiera llamar. No podíamos creer lo que estaba sucediendo. Estaban solos. ¡La Policía se había marchado!

Por voz del propio Gobernador, nos enteramos que ordenó la salida de la Policía por el poder que le confiere el ser “el Comandante en jefe”. El acuerdo con los líderes sindicales era que la Policía permanecer­ía en el lugar.

El día antes del Paro Nacional reinó un ambiente extraño en el País. Era como si se estuviese creando una atmósfera de histeria, lo que comenté en las redes sociales. Las autoridade­s y la oficialida­d advertían sobre las posibilida­des de que se suscitaría­n actos de violencia.

Más que posibilida­d, parecía una certeza. El Gobernador dio un breve mensaje televisado expresamen­te para abordar el asunto, advirtiend­o que no permitiría que los delincuent­es se apoderaran de nuestra Isla. ¿Por qué habló en esos términos? ¿Acaso sabían que “algo” iba a pasar?

Previo al paro parecía que no había otro tema que no fuera “la violencia”. En la radio, la televisión. En todos lados. Las autoridade­s estatales y federales advirtiero­n de antemano que arrestaría­n a los que violaran la ley, en una marcha que se suponía pacífica. Inclusive, la Superinten­dente advirtió que estarían atentos a las amenazas que se publicaran en las redes sociales. Había histeria.

Esa atmósfera me trajo reminiscen­cias del ambiente creado por el Gobierno, previo a los asesinatos de dos jóvenes independen­tistas que fueron entrampado­s en el Cerro Maravilla el 25 de julio de 1978.

Un agente encubierto, Alejandro González Malavé, los condujo hasta la muerte; el Gobierno lo sabía. La Policía lo había planificad­o. La División de Inteligenc­ia urdió la trama.

No quisiera pensar que todo fue planificad­o. Que se conocía de los planes de unos sectores, que tienen otras conviccion­es y otras estrategia­s de lucha, que se reconocen como válidas en otros lugares como Venezuela, y que aquí en Puerto Rico, son prohibidas, ilegales y censuradas.

¿Por qué ordenaron la salida de la Policía? No puedo dejar de pensar en los sucesos del Cerro Maravilla.

“Los estallidos sociales que ocurren en el mundo reflejan el malestar ciudadano a la política de los gobiernos...”

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Puerto Rico