Primera Hora

BABY DRIVER Mucha acción y más música

Estelariza­da por Ansel Elgort, estrena hoy con una propuesta original alejada de las secuelas que invaden los cines hoy día

- MARIO ALEGRE FEMENÍAS mario.alegre@gfrmedia.com

La música siempre ha sido un componente esencial en la filmografí­a de Edgar Wright. Y en Baby Driver es la sangre que corre por sus venas.

Poco ocurre en el energético nuevo filme del director británico sin que se escuchen los acordes de una de la treintena de canciones que componen la ecléctica selección hecha por Wright para acompañar su oda a películas como The Driver, Bullit, The Italian Job y Vanishing Point, recordadas -entre otras cosas- por sus fantástica­s persecucio­nes automovilí­sticas.

Desde Barry White y Simon & Garfunkel hasta Beck y T. Rex, no hay disparo, estallido, beso o frenazo que no esté editado al ritmo de uno de sus éxitos. El que no pueda ser catalogada como un musical solo se debe a que ningún personaje comienza a cantar de la nada en medio de un atraco.

Tan integrada está la música en la médula del largometra­je que su protagonis­ta prácticame­nte necesita de ella para funcionar. “Baby” (Ansel Elgort) es un experto chofer (descrito como el “Young Mozart of Go-Karts”) encargado de llevar a los ladrones a los lugares que asaltan y ponerlos a salvo durante los asedios de la policía. Un trauma de la infancia -tanto físico como emocionall­e dejó como cicatriz el padecimien­to conocido como "tinnitus", por lo que ahora se la pasa enchufado a uno de sus múltiples iPods para no escuchar el zumbido constante en sus oídos.

Al igual que muchos otros criminales de la pantalla grande, “Baby” quiere abandonar su peligroso oficio, pero su patrón -interpreta­do por Kevin Spacey con el sardónico sentido del humor que es su especialid­adlo obliga a regresar tras creer que ya estaba fuera del bajo mundo. La trama no pare más, pero tampoco necesita por qué hacerlo. La efectivida­d de películas como Baby

Driver penden de la ejecución de su acción y en este departamen­to Wright no decepciona.

Desde la excitante persecució­n con la que abre la película, el director exhibe pleno dominio de sus destrezas a través de un agudo sentido de espacio que permite seguir y disfrutar la acción claramente, sin la errática edición ni dependenci­a de efectos digitales que plaga tantas produccion­es modernas.

En Baby Driver lo que ves es lo que hay. Wright recurre a efectos prácticos, stunts y su usual talento para la edición para coreografi­ar tiroteos y huidas sobre ruedas que poseen gravedad, humillando a toda la serie de The Fast & The

Furious y otras películas de esa índole.

Si de algo sufre el estreno de hoy es de dejar al público con las ganas de una persecució­n de carros más. El desenlace no resulta tan emocionant­e como todo lo que vino antes, aunque si amarra el argumento satisfacto­riamente. Cabe destacar la labor de Elgort en un papel que no le exige un mayor rango histriónic­o y que aun así logra cargar con la película entera, particular­mente en las escenas romanticon­as junto a Lily James, con quien entabla buena química.

Estrenos como Baby Driver son una especie en peligro de extinción: produccion­es de estudio de mediano presupuest­o, originales, no por que nunca se haya visto nada similar, sino porque no son una adaptación, remake o secuela, hechas por cineastas comprometi­dos con su arte. En este nivel, ninguno iguala o supera a Wright, quien se ha convertido en el auteur del cine de género.

Ya sea trabajando dentro del horror (Shaun of the Dead), acción (Hot Fuzz), ciencia ficción

(The World’s End) o adaptando un cómic (Scott Pilgrim vs

the World), sus películas no se conforman con ser puro escapismo. En ellas se observa el conocimien­to de un director enamorado del medio y enfocado en dejar su huella en él. Este mixtape que llega hoy al cine es una prueba más de ello, ofreciendo una clase de cine, estupenda música y entretenim­iento a granel.

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