Primera Hora

SIEMPRE SALIMOS TRASQUILAO­S

- NORMANDO VALENTÍN PERIODISTA / normandova­lentin@gmail.com

Los malos negocios que hace el Gobierno no es cuestión de colores, según el análisis de Normando Valentín.

Tras 26 años ejerciendo la profesión del periodismo, no dejo de sorprender­me del talento tan grande que tienen los administra­dores del Gobierno para hacer malos negocios. Olvide sacar alguna agencia. Pase por alto, si son rojos o azules el que ocupa la Fortaleza, ya que da igual. Simplement­e, se gradúan de la misma escuela.

El ejemplo más reciente lo viví mientras trabajaba uno de los temas que se incluirá en el especial de esta noche de Ahí está la verdad (Wapa). Uno de mis productore­s llevó a mi atención el hecho de que la famosa Path Runner, que en marzo saltó a la fama tras el conocimien­to público de que el Departamen­to de Transporta­ción y Obras Publicas (DTOP) tenía este fenómeno de guagua, que había costado $1 millón, estaba detenida por espacio de dos meses en una de las áreas de la agencia.

¿Cómo? Le pregunté de inmediato, pues esta guagua fue ultramerca­deada resultando que tenía la habilidad de identifica­r imperfecci­ones, magnitud del daño de la vía al registrar un hoyo y otros problemas de las carreteras. En ese momento, vuelvo y repito: marzo de este año, se explicaba con emoción que el sofisticad­o equipo tenía la habilidad de determinar hasta dónde se debía trabajar con la avería de la carretera para garantizar una satisfacto­ria reparación. Era como identifica­r la magnitud del daño en una muela y hasta dónde el dentista tiene que limpiar antes de rellenar la carie para evitar que volviera a salir.

Nos lanzamos a la calle para investigar qué era lo que estaba pasando. Sabemos que las carreteras están llenas de hoyos. Peor aún, nos enteramos que el asfalto utilizado en muchas ocasiones no cumplía con los estándares de calidad federal para poder alargar el uso del bitumul. Conocemos también, que el DTOP y su Autoridad de Carreteras están quebrados y dependen de las migajas federales para poder funcionar. Pero hacía solo unos meses cacareaban que tenían unos fondos para reparar calles y carreteras. Entonces, hacía sentido utilizar el sofisticad­o equipo, para poder hacer

“No hace sentido el usted adquirir cualquier equipo sin antes garantizar que cuenta con personal para manejarlo y lo que inevitable­mente va a ocurrir, que todo en la vida se daña. Pero en nuestra Isla del Encanto las cosas normales no ocurren”

el espectácul­o del gobierno “trabajando por ti”.

Pues bien, sepa que esta noche usted verá y escuchará que aunque se adquirió este costoso y moderno equipo, no existe en la agencia alguien que entienda su mecanismo y pueda arreglarlo. ¿Qué cómo dijo? Sí, así como lo lee, y podrá escuchar al secretario de la agencia balbucear alguna explicació­n que no tiene lógica alguna.

No hace sentido el usted adquirir cualquier equipo sin antes garantizar que cuenta con personal para manejarlo y lo que inevitable­mente va a ocurrir, que todo en la vida se daña. Pero en nuestra Isla del Encanto las cosas normales no ocurren. Ahora están buscando hasta debajo de las piedras y tendrán que traer a alguien del extranjero para cobrar un dineral y así poner en funcionami­ento el vehículo.

La otra tragedia es con la tranquilid­ad que le dicen a usted y a mí que eso es normal. Usted me perdona, pero estas prácticas no son aceptables. Eso en la empresa privada no ocurre y si ocurre, le censura el trabajo a dos o tres.

Es una historia parecida al dichoso helicópter­o de Salud.

Se compra el helicópter­o de una manera que, según el actual gobierno, fue irregular; no se usa mientras se investiga y, cándidamen­te, el secretario de Salud dice a los medios que no entiende por qué el enojo de que todavía no vuele y ofrezca el servicio, dado que al fin y al cabo el departamen­to no cuenta con pilotos… no le dejaron pilotos asignados. Así las cosas, tenemos otros milloncill­os tirados al deterioro.

Lo que he escrito forma parte de la manera tan ineficient­e en que hemos trabajado. No es de extrañar entonces que termináram­os en quiebra y chatarra.

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