Primera Hora

CREAN EMPLEOS PUNTADA A PUNTADA

Seis mujeres conforman la Cooperativ­a Industrial de la Aguja de Cayey, creada tras el grupo enfrentars­e al cierre de su centro de trabajo

- OSMAN PÉREZ MÉNDEZ osman.perez@gfrmedia.com

Hace algo más de dos años, recibieron la dura noticia de que la fábrica textil donde habían trabajado por años cerraría.

De la noche a la mañana la seguridad laboral se esfumó, como le ha pasado a tantos miles de personas en estos tiempos de crisis. Cientos se quedaron entonces sin trabajo cuando cerró aquella fábrica en Cayey, incluyendo a decenas de costureras. Pero al menos seis de esas cesanteada­s lograron convertir la pesadilla en esperanza, tomando otra vez el destino en sus laboriosas manos.

Hoy día, a su alrededor si- guen sonando los motores de las máquinas de coser y las agujas se mueven a velocidad sorprenden­te alrededor de sus dedos mientras sacan adelante cientos de uniformes deportivos, escolares o alguna otra pieza, en un local que ya parece quedarse pequeño para la demanda que tiene la Cooperativ­a Industrial de la Aguja de Cayey, que conforman Severiana Solís, Jaqueline Alvarado, Silvia Mercado, Carmen Franco, Ruth N. Martínez e Ismelda Gonel.

Como recuenta una de estas emprendedo­ras, luego de botar el golpe de caer en el desempleo, sintieron que quedarse de manos cruzadas no era una opción, así que aceptaron una certera recomendac­ión y se unieron para crear una cooperativ­a.

“Ese día nos anunciaron los despidos y el cierre. Nos dieron una carta y nos dijeron que ya no había más producción”, recordó Solís, quien t rabajó por 42 años en la fábrica cerrada. “Fueron como cien personas que se quedaron sin trabajo. Fue fuerte. Hubo gente que cayó en depresión y todo”.

Para ese tiempo, el doctor José Vargas Vidot había visitado la fábrica porque necesitaba un birrete. Al conocer que la instalació­n iba a cerrar, se quedó con la preocupaci­ón de qué pasaría con los empleados y los convocó para ver cómo podía ayudarles. Al reunirse con un grupo, les sugirió la idea de unirse en una cooperativ­a.

“Ahí empezamos a hacer gestiones, a averiguar cómo trabaja una cooperativ­a”, recordó Solís sobre los primeros pasos que dieron.

Al principio, destacó Solís, el proceso se les hacía complicado, más que nada por el desconocim­iento de cómo funcionaba­n las cosas. Pero tras inscribirs­e en el Departamen­to de Estado recibieron la asistencia de personal de la Comisión de Desarrollo Cooperativ­o. “Una persona nos ayudó a hacer todo el proceso de inscribir. Cada una de nosotras hizo un préstamo (para crear la cooperativ­a) y nos dieron un préstamo para financiar (la compra de) las máquinas (de coser), que son de uso, pero funcionan”.

Poco después alquilaron el local donde hoy trabajan, y ahí “el primer cliente nos trajo una carga de sudaderas, y así fue que arrancamos. Luego empezaron a llegar clientes, por referencia­s. Los mismos clientes nos dieron promoción. Luego hicimos la página de Facebook, y así se fue regando la voz”.

Al mismo tiempo, y para educarse y poder administra­r mejor su cooperativ­a, acudieron al Programa de Incubadora de Cooperativ­as, del Instituto de Cooperativ­ismo de la Universida­d de Puerto Rico. “Son unas clases, todos los sábados, sobre temas de cooperativ­as. Son muy buenos recursos. Todavía estamos tomando las clases. En diciembre nos graduamos”, explicó Solís.

La empresa ha marchado lo suficiente­mente bien en estos dos años como para que al momento estén empezando a considerar un nuevo paso adelante. “Ahora tenemos tanto trabajo que quizás tengamos que expandir y hasta traer más operarias”, evaluó Solís con evidente satisfacci­ón.

Además, la cooperativ­ista aseguró que la empresa está cumpliendo “con todo, Seguro Social, IRS (Servicio de Rentas Internas federal), el Fondo del Seguro del Estado… Gracias a Dios estamos cumpliendo con todo. Estamos al día y aspiramos a más”.

“Desde la primera vez que hice un encargo, me pareció muy bien. Siempre nos hemos mantenido con ellas. Si necesitas algo ‘rush’ (muy rápido) ellas hacen el esfuerzo para sacarlo. Es excelente. De verdad, no hay quejas”, dijo uno de los clientes Diego Reyes.

Solís resaltó cómo la cooperativ­a, además de un nuevo trabajo, significó también una nueva forma de pensar.

“Fuimos del desempleo no solo a tener trabajo, sino que ahora no trabajamos para un dueño, ahora somos socias, somos dueñas”, afirmó con orgullo, aclarando que todas las decisiones que toman se hacen por consenso y que cada miembro de la cooperativ­a está a cargo de varias tareas.

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CALIDAD Y SERVICIO. El grupo procura cumplir con las expectativ­as de los clientes en cuanto a entrega y pedido.
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