Que no camine sola nuestra juventud
Una vez nuestros hijos alcanzan la edad para entrar a la universidad, lo saludable es ayudarlos para que logren una transición a la independencia.
Sin embargo, en estos tiempos turbulentos, nuestros jóvenes pueden experimentar temores que nosotros no necesariamente enfrentamos porque las expectativas que se tienen de ellos son mucho mayores, lo que también genera una carga más fuerte.
Con frecuencia se escuchan voces afirmando que los jóvenes son la esperanza para levantar al País. A esta responsabilidad que se pone sobre sus hombros se suman todos los cambios típicos de esta etapa: los nuevos retos académicos y económicos, así como los cambios emocionales que muchos enfrentan al quizá vivir lejos de casa por primera vez.
No son cargas livianas. Por eso es imprescindible que, en ese cruce hacia la independencia y la adultez, no se que- den solos.
Las universidades enfrentan una realidad: muchos jóvenes de nuevo ingreso no aprueban su primer año de estudios debido a las presiones y nuevas responsabilidades en las que los sumerge la vida universitaria.
Esta nueva generación de estudiantes vive cambios vertiginosos, tanto tecnológicos como sociopolíticos. Todo esto enmarcado en una crisis fiscal agobiante, lo que nos obliga a estar atentos a ellos, porque corremos el riesgo de que no desarrollen su potencial y se rindan sin lograr sus metas.
El estudiante de nuevo ingreso inicia una nueva etapa en su vida. Cierra 12 o 13 años de una vida escolar protegida y supervisada. Ahora es un joven adulto que comienza a controlar sus decisiones y a darle forma a su futuro. Muchos se enfrentan a la disyuntiva de quedarse en la Isla, con todas las dificultades que eso representa en la actual situación que Puerto Rico vive, o arriesgarse a emigrar, con todas las implicaciones que conlleva alejarse de la familia. Son decisiones difíciles para un joven que está en pleno desarrollo de su madurez emocional.
Por eso, hoy más que nunca es responsabilidad de las familias, de las comunidades y de las universidades, el proveerles espacios de diálogo y herramientas de apoyo. Se deben crear programas que les ofrezcan la solidaridad que necesitan para enfrentar estos cambios.
Hay que tener fe en esta generación. Ellos sí pueden ser la esperanza que el País necesita para levantarse.
Sin embargo, todos, y en particular las universidades, tenemos la responsabilidad de proveerles los recursos y el apoyo necesario para que logren sus metas. Ellos caminan hacia su futuro y nosotros con ellos.
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“Esta nueva generación de estudiantes vive cambios vertiginosos, tanto tecnológicos como sociopolíticos”