Primera Hora

Que no camine sola nuestra juventud

- ALVIN BÁEZ DIRECTOR CENTRO DE CONSEJERÍA PROFESIONA­L PUCPR

Una vez nuestros hijos alcanzan la edad para entrar a la universida­d, lo saludable es ayudarlos para que logren una transición a la independen­cia.

Sin embargo, en estos tiempos turbulento­s, nuestros jóvenes pueden experiment­ar temores que nosotros no necesariam­ente enfrentamo­s porque las expectativ­as que se tienen de ellos son mucho mayores, lo que también genera una carga más fuerte.

Con frecuencia se escuchan voces afirmando que los jóvenes son la esperanza para levantar al País. A esta responsabi­lidad que se pone sobre sus hombros se suman todos los cambios típicos de esta etapa: los nuevos retos académicos y económicos, así como los cambios emocionale­s que muchos enfrentan al quizá vivir lejos de casa por primera vez.

No son cargas livianas. Por eso es imprescind­ible que, en ese cruce hacia la independen­cia y la adultez, no se que- den solos.

Las universida­des enfrentan una realidad: muchos jóvenes de nuevo ingreso no aprueban su primer año de estudios debido a las presiones y nuevas responsabi­lidades en las que los sumerge la vida universita­ria.

Esta nueva generación de estudiante­s vive cambios vertiginos­os, tanto tecnológic­os como sociopolít­icos. Todo esto enmarcado en una crisis fiscal agobiante, lo que nos obliga a estar atentos a ellos, porque corremos el riesgo de que no desarrolle­n su potencial y se rindan sin lograr sus metas.

El estudiante de nuevo ingreso inicia una nueva etapa en su vida. Cierra 12 o 13 años de una vida escolar protegida y supervisad­a. Ahora es un joven adulto que comienza a controlar sus decisiones y a darle forma a su futuro. Muchos se enfrentan a la disyuntiva de quedarse en la Isla, con todas las dificultad­es que eso representa en la actual situación que Puerto Rico vive, o arriesgars­e a emigrar, con todas las implicacio­nes que conlleva alejarse de la familia. Son decisiones difíciles para un joven que está en pleno desarrollo de su madurez emocional.

Por eso, hoy más que nunca es responsabi­lidad de las familias, de las comunidade­s y de las universida­des, el proveerles espacios de diálogo y herramient­as de apoyo. Se deben crear programas que les ofrezcan la solidarida­d que necesitan para enfrentar estos cambios.

Hay que tener fe en esta generación. Ellos sí pueden ser la esperanza que el País necesita para levantarse.

Sin embargo, todos, y en particular las universida­des, tenemos la responsabi­lidad de proveerles los recursos y el apoyo necesario para que logren sus metas. Ellos caminan hacia su futuro y nosotros con ellos.

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“Esta nueva generación de estudiante­s vive cambios vertiginos­os, tanto tecnológic­os como sociopolít­icos”

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