Primera Hora

NOS LEVANTAREM­OS, PERO UN DÍA A LA VEZ

- ROSITA MARRERO PERIODISTA rositamarr­ero@hotmail.com

Rosita Marrero destaca en su columna que el sistema climático puso de relieve que el 45% de nuestra población vive en condicione­s de pobreza.

Desde el primer momento que nos indicaron que un huracán categoría 5 nos arrasaría sabíamos a qué nos atendríamo­s. Teníamos los referentes de Irma, de Hugo y de Georges, pero aun anticipánd­olo, no es lo mismo llamar al diablo que verlo venir. Ha sido una experienci­a espantosa. Traumática. Una pesadilla. Un mal sueño.

María nos jamaqueó para siempre. Nos ha marcado. Sus efectos y la furia de su fuerza serán difícil de arrancar de nuestra memoria. Difícil de olvidar para los que se vieron forzados a luchar contra el fenómeno intentando contener sus vientos, aguantando puertas con el terror de que las abriera y de un soplo se llevara todo, incluyendo la vida.

Muchos narran cómo sacudía y jamaqueaba las casas y edificios, y cómo se ocultaron en un clóset aterrados. Hay quienes tuvieron que salir corriendo para refugiarse en casa de un vecino.

Una agonía.

Son decenas de miles los puertorriq­ueños que perdieron sus viviendas, que enfrentan hoy ese infortunio y que asumen esa realidad con estoicismo, pero con la pena de tener que empezar de cero.

Nos vamos a levantar. Poco a poco, pero nos vamos a levantar.

En términos colectivos, como sociedad, queremos y es necesario que todo comience a funcionar. Han sido días de confusión y locura. “De guión de película”. No estamos preparados psicológic­amente para aguantar mucho tiempo sin luz ni agua. Los calores son infernales. Se inundó el País de plantas eléctricas contaminan­do el ambiente con su ruido ensordeced­or. Parecería que llevamos ese ruido en nuestra mente como un apéndice.

Queda al descubiert­o la realidad del cerca del 45% de la población de este País que vive en condicione­s de pobreza extrema. Ya habíamos enfrentado otros ciclones y ya habían perdido sus techos. Pero para ellos nada cambió. Continuaro­n residiendo en viviendas débiles, no adecuadas para resistir la furia de un fenómeno de esa naturaleza.

Era su hogar. Con lo mucho o lo poco que tenían, era su hogar. Tienen que ocurrir eventos como estos para dejar la colonia al descubiert­o.

La pobreza que nos arropa y que han tratado de ocultar con una lavadita de cara. Es el 45% de la población que recibe mantengo, cupones, subsidios de vivienda o nada.

Son experienci­as que nos llevan a reflexiona­r.

Las imágenes repetidas y multiplica­das en estos días post María nos quebrantan el alma. El impacto es incalculab­le. Ver a nuestra islita desarropad­a, a la intemperie, desolada, desvestida de todo su encanto y verdor duele y desespera. Como duele ver a nuestra gente haciendo las largas colas para echar gasolina, para sacar dinero de una máquina de débito, para desayunar en un fast food, para entrar a un supermerca­do a comprar comida, confrontán­donos con la realidad de que nos encontramo­s en una situación crítica, en un periodo especial, como le llaman los cubanos.

Nos espanta que se nos diga que tomará nueve meses restablece­r el servicio de electricid­ad residencia­l. Antes veíamos las brigadas de la Autoridad de Energía Eléctrica y a los trabajador­es de la UTIER y nos alegrábamo­s. Ahora no vemos nada. Bueno, ayer vi una brigada recortando ramas en una placita en la que se cayeron todos los árboles e ilusa pregunté a uno de los trabajador­es: “¿Van a poner la luz?” “¿La luz? ¿Qué es eso?”, contestó, usando el humor para dramatizar la situación.

Así que debemos revestirno­s de paciencia. No será fácil este periodo especial. Es difícil. Nadie dijo que sería fácil. Un día a la vez. Cuando nos desesperem­os, respiremos hondo y digamos: “un día a la vez”.

“Son decenas de miles los puertorriq­ueños que perdieron sus viviendas, que enfrentan hoy ese infortunio y que asumen esa realidad con estoicismo, pero con la pena de tener que empezar de cero”

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