EN CEIBA SE SIENTEN OLVIDADOS
En zonas remotas no ha llegado la ayuda, y en la urbanización Las Lomas temen por su vida
CEIBA. La nieta que Loida Morales Danois ayudó a criar, levantó su casita de madera con mucho esfuerzo en los altos de su abuela en el Barrio Saco. Hoy solo queda el esqueleto de lo que hace poco construyó. Apenas son ahora un montón de trozos de madera tirados en el techo de doña Loida, ventanas en el piso, agua acumulada y muebles hinchados.
“Yo sólo pensaba ‘ay Señor la casita, aguántamela ahí, aguántamela ahí’. Eso fue terrible… ¡ay yo empecé a llorar! porque es una de mis nietas que yo más quiero, porque yo casi la crié, imagínese esos destrozos tan grandes y esos ‘escantillazos’ allá arriba cuando estaba pasando el huracán. Eso metía miedo”, contó doña Loida, de 78 años.
“Me dio una cosa tan grande en el corazón ver esa destrucción… con tanto trabajo que uno pasa para, a veces, obtener las cositas que uno quiere y ayudar a sus hijos, a sus nietos, pues nos causó pesar y dolor y angustia, todo”, agregó.
Lo único que su nieta, Keishla Marie Rivera, pudo salvar fue un matress y la ropa que tenía puesta. Para doña Loida es una ironía muy grande que esa nieta haya nacido dos semanas después del huracán Hugo en el 1989 y ahora con María haya perdido todo.
Su esposo y abuelo de Keishla, José Rivera Lima, dijo que a pesar de lo obvio de las pérdidas, nadie ha pasado por allí para saber si necesitan algo.
“Nadie se ha asomado, no ha habido ayuda de nada”, lamentó, mientras señalaba las filtraciones con las que ahora tiene que lidiar porque no está la casita de su nieta.
La esperanza de ambos es que Keishla tiene a toda su familia de su lado y tiene dónde refugiarse en lo que empieza de nuevo.
Yesenia de Jesús, una ama de casa de 41 años y madre de un niño de 2, también se quedó sin su hogar, el que antes estaba en el barrio Calderona, uno de los más afectados.
Dentro de unos días cumplirá un año más y su expectativa es celebrarlo con la nueva “familia” que ha ganado en el refugio de la escuela Irma Pedraza con una lata de atún por bizcocho y un fósforo como velita para pedir un deseo.
“Perdí mi casa. El techo se fue. Las paredes del cuarto del nene se cayeron. Perdí ropa de cama, bueno, todo”, indicó. , tras insistir en que ni piensa en regresar porque el golpe ha sido muy duro para ella.
La mujer hizo una presolicitud con FEMA que pasó por el refugio, pero tendrá que esperar dos o tres semanas como poco en lo que se restablece la conexión telefónica para completar su proceso de declaración de pérdida.
“Aquí nos hemos apoyado mucho y nos tranquilizan un poco… pero uno se siente solo a veces, en parte puede ser por las personas que conoces, que tal vez perdieron también todo, y no tienen comunicación contigo”, indicó.
Como Yesenia, hay 35 otros refugiados la mayoría de su mismo barrio Calderona o de Punta Figuera. Allí lo más difícil ha sido bregar con la falta de agua potable.
Aunque les han repartido, la han tenido que dividir entre todas las familias y el resto la han usado para tratar de mantener todo limpio.
Otro problema en este municipio es que fue precisamente ayer que FEMA comenzó a repartir toldos a aquellas personas que perdieron su techo, para tratar de mitigar el sol y la lluvia, demasiado tarde para entrevistados que no se quisieron identificar.
Aumenta la amenaza
La muerte sigue rondando a los residente en la urbanización Las Lomas, quienes saben que en cualquier momento el terreno va a ceder y sus casas se perderán.
Pero no se trata de aquellos que ya vieron sus patios rodar cuesta abajo hasta crear un gran cráter, sino los que se sentían seguros porque eran los más alejados de ese derrumbe. Y es que ahora resulta que tras el paso del huracán María, un nuevo peligro se cierne sobre ellos: la montaña detrás de sus propiedades amenaza con caerles encima.
Jaime Sanz, quien compró su casa hace cuatro años, dijo que ya no quiere seguir allí.
Sin embargo, está “pillado” porque no puede vender y allí el peligro es real, nadie le compraría y tampoco tiene dinero para alquilar o adquirir otra propiedad. Por lo tanto, depende de que “los ingenieros” certifiquen lo que todos saben: en cualquier momento sus hogares se deslizarán.
“Hasta que no se declare esto zona de desastre no se puede hacer nada… pero no ha venido nadie del municipio, ni el desarrollador, ése no aparece, ni nadie ha venido. Esto es un cantito de montaña olvidada”, afirmó.
Jasmín Peña, una maestra de escuela pública, dice que cada día llega a su casa con la angustia de no saber cómo estará su interior. Todas las mañanas al levantarse, observa con impotencia una nueva grieta en la pared, o cómo los gabinetes se
“
Parece que están esperando que haya una desgracia aquí para entonces” (hacer algo)
JASMÍN PEÑA RESIDENTE DE LA URB. LAS LOMAS
siguen desprendiendo y hasta cómo los zócalos del piso se siguen rompiendo.
“Compré porque nunca pensé que estábamos bajo una situación como en la que estamos. Se invirtió un dinero que ya no lo tenemos, así que prácticamente no vamos a tener casa. No vamos a tener dinero. No vamos a tener nada”, afirmó.
Lo que más le molesta es que ni el banco, ni el gobierno, ni nadie ha tomado acciones para protegerlos.
“Parece que están esperando que haya una desgracia aquí para entonces” (hacer algo), planteó la mujer cuya casa podría ser la primera en ser sepultada por la montaña.