Primera Hora

LÁGRIMAS DE ALEGRÍA Y SUFRIMIENT­O

A 20 días del paso del ciclón, esta es la realidad que se vive en las zonas más afectadas de la Isla

- ISTRA PACHECO istra.pacheco@primerahor­a.com

#HURACANMAR­IA

YAUCO. Tras las casas pintadas de colores llamativos como parte de un proyecto especial en El Cerro, hay un pequeño sector que no se ve, cuyas paredes no se beneficiar­on de esa iniciativa.

Tampoco han recibido las ayudas que debían llegar tras el paso del huracán María.

Se trata del sector al que unos llamaban la barriada Galarza, aunque ahora se le conoce más como Chichamba.

Allí, al costado más al este de El Cerro, pasa el río Luchetti que el 20 de septiembre, se metió con una fuerza arrollador­a entre las casas y calles.

Tan crítica era la situación que, 14 días después del paso del devastador ciclón, todavía algunas de las estructura­s seguían llenas de agua o de fango húmedo, sin alimentos ni agua suficiente­s, y apenas una máquina comenzaba a sacar tierra de la zona más cercana.

Por eso, adentrarse en esas calles que desembocan en el río es una odisea. Los escombros, las ramas de toda clase de árboles, los muebles y mattress podridos están apilados frente a las casas junto con el fango.

En la casa de Rosa Nellie Santana Rodríguez, de 54 años, paciente de diabetes y alta presión, había cerca de pie y medio de lodo en que se hundían los zapatos y luego quedaban las marcas como si fuera cemento fresco.

La nevera estaba tirada en el pasillo que da a la cocina, según la corriente la empujó.

Del mismo modo, los muebles estaban virados.

Nada estaba en su lugar. La línea recta en medio de la pared, como a cinco pies de altura, evidenciab­a dónde llegó el agua en su punto más alto.

Afuera una licuadora y utensilios de cocina se adivinaban semienterr­ados en el fango.

“Como perdí mi casa no ten- go dónde vivir. Tengo ganas de morirme. (Fueron) muchas las cosas que pensé. Estuve con ganas de correr, no sé. El freezer tenía carne. Todo se perdió. La nevera está ahí tirada, todo. La cama está por allá. No se puede ni pasar”, dijo llorando la mujer tras la puerta que no se puede abrir completa por el lodo.

Rosa Nellie está durmiendo de forma temporera en un asilo de ancianos donde había un espacio porque en su casa plagada de mosquitos, no queda ni un solo rincón habitable.

“Yo pienso si me voy a quedar ahí porque en el asilo uno molesta. No todo el tiempo va a estar uno dependiend­o del asilo”, lamentó al tiempo en que dijo no tener ningún otro lugar dónde ir luego de 15 años.

“No ha venido nadie. Yo no he llamado a los de FEMA, ni nada, no tengo ni cómo”, dijo.

A diferencia de sus vecinos de la urbanizaci­ón Luchetti que fueron convocados a una reunión, las 25 familias de Chichamba no estaban invitadas.

De todos modos se enteraron y algunos llegaron, y no fue hasta que se identifica­ron como residentes del sector que el alcalde “se acordó”, dijo Iris Dávila, de 37 años.

En ese momento le exigieron que se les atendiera del mismo modo, dijo por su parte César Torres Martínez.

“Había gente de FEMA en la reunión. Ellos ni siquiera sabían que Chichamba existe”, declaró Keishla Maldonado, de 19 años.

Hasta el miércoles pasado el alcalde Angel ‘Luiggi’ Torres solo había ido a este sector un día previo al huracán a informarle­s que debían desalojar la zona. Dos días después envió agua. Las dos reuniones que el alcalde dice haber tenido fueron en el

estadio a las afueras del pueblo.

“Cuando el alcalde estaba buscando votos vino y se retrató en cada una de las casas… y ahora no aparece”, dijo Sonia Vargas, de 62 años, y su hermano Rafael Vargas, de 75 años, perdió gran parte del techo de su hogar; ahora reside con ella en lo que puede encontrar un toldo y reparar la casita de madera.

Milania González Galarza, de 45 años, reside en el sótano de una de las casas de Chichamba, en que para ir de un cuartito al otro tiene que agacharse.

El techo es tan bajito que no puede estirar por completo los brazos hacia arriba.

Su esperanza es que ahora por fin la puedan ayudar a “salir de aquí”.

Como en las casas de sus vecinos, el agua entró en su hogar dañando sus pocas pertenenci­as.

“Esto me tiene mal de los nervios”, afirmó.

En la casa del lado de Milania reside un hombre que no ha podido regresar al hogar y la mujer insistía en que había que asomarse por las ventanas. Como no se habían abierto las puertas, el agua acumulada apenas dejaba dos pies de pared secos.

“Los mosquitos tienen eso de paraíso”, comentó Milania.

Mientras, Elena Santiago quien ha residido toda su vida en Chichamba, sale de su casa todos los días para tratar de conseguir pañales para su nieto que en 10 meses ha tenido luchas campales por sobrevivir: nació de apenas 6 meses y se fue en un paro renal. Los médicos lograron revivirlo y desde entonces es el milagro de la familia. La mamá del bebé tuvo tantas complicaci­ones con el parto que falleció. La lucha por encontrar alimentos para el bebé, llamado Danyiel, es cuesta arriba dice Elena. “Tampoco consigo los

es bien difícil esto”, indicó. Tanto los vecinos de este sector, como los de la urbanizaci­ón Luchetti, coinciden en que la descomunal reacción del río, que incluso cubrió durante más de una semana un tramo de la PR-2 imposibili­tando el paso, fue debido a los trabajos de reubicació­n del cauce para beneficio de una finca de guineos que llaman la bananera Pagán.

“El dueño de esa bananera siempre ha dicho que quiere esto para extender la finca… consiguió los permisos, yo no sé cómo, puede ser que ahora nos desalojen y él logre quedarse con esto”, afirmó Iris Dávila.

“La zanja que hicieron dividió el río… eso no se podía hacer”, afirmó Sonia Vargas.

Mientras el alcalde defendía su gestión en Chichamba, dijo que no puede hacer algo sobre la desviación del cauce del río, pero haría gestiones con el gobierno central para atender el problema.

“Hasta que no venga el Cuerpo de Ingenieros y me certifique si a ciencia cierta taparon algún tipo de curso del río… porque alegan que era algo centenario y que el curso original era detrás de la Hacienda Luchetti y no detrás del río Yauco por donde está, es algo que no tengo los datos… (y) tendríamos que ver con la Junta de Planificac­ión si tendrá algún tipo de mecanismo para revertir eso. El municipio es la quinta jerarquía en términos de permisos, dependemos de la Junta”, alegó el alcalde.

Víctor Torres, representa­nte por el Distrito 23, que comprende Yauco, Guayanilla, Peñuelas y Ponce, estaba en el coliseo Raúl “Pipote” Oliveras que sirve de oasis y dijo que sabía de la situación en Chichamba, pero reconoció que no había ido porque “yo me he dedicado al distrito”.

Sin embargo, se comprometi­ó a presentar una resolución de investigac­ión sobre la canalizaci­ón que se hizo del río “tan pronto se pueda”.

Cuando el alcalde estaba buscando votos vino y se retrató en cada una de las casas… y ahora no aparece” SONIA VARGAS VECINA DE CHICHAMBA

Había gente de FEMA en la reunión. Ellos ni siquiera sabían que Chichamba existe” KEISHLA MALDONADO VECINA DE CHICHAMBA

Como perdí mi casa no tengo dónde vivir. Tengo ganas de morirme. (Fueron) muchas las cosas que pensé. Estuve con ganas de correr, no sé. El freezer tenía carne. Todo se perdió. La nevera está ahí tirada, todo. La cama está por allá. No se puede ni pasar” ROSA NELLIE SANTANA RODRÍGUEZ / VECINA DE CHICHAMBA

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Xavier.araujo@gfrmedia.com
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Los vecinos aseguraron que la única ayuda que han recibido ha sido de la Iglesia Bautista.
SE SIENTEN OLVIDADOS Los vecinos aseguraron que la única ayuda que han recibido ha sido de la Iglesia Bautista.
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En el sector Damián Arriba recibieron con emoción la ayuda de la Guardia Nacional.
OROCOVIS En el sector Damián Arriba recibieron con emoción la ayuda de la Guardia Nacional.
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La casa de doña Rosa, en la barriada Chichamba, todavía está llena de fango.
YAUCO La casa de doña Rosa, en la barriada Chichamba, todavía está llena de fango.
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DESESPERAN­ZA
A Rosa Nellie Santana Rodríguez, de 54 años, se le llenó la casa de lodo, lo que la obligó a mudarse temporeram­ente a un asilo de ancianos.
LOS ARROPA LA DESESPERAN­ZA A Rosa Nellie Santana Rodríguez, de 54 años, se le llenó la casa de lodo, lo que la obligó a mudarse temporeram­ente a un asilo de ancianos.

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