Nada como sus sonrisas, pero con el corazón roto
Ni cuando recibió el resultado de las elecciones lo había visto tan descompuesto.
Sentado en su falda, nuestro hijo Adrián, le había confesado a David, de forma directa, sin anestesia, y justo el día antes de Navidad algo que no esperaba: “Papá, yo sé que son ustedes”, fueron sus palabras en respuesta a una historia que su padre le estaba contando sobre la Navidad y lo que iba a ocurrir en nuestra casa el 25 de diciembre por la mañana.
Aquello fue un balde de agua fría para el padre, quien no podía ocultar su sorpresa. Estaba triste. Mi marido no se dio por vencido y fue todo lo creativo que pudo para mantener viva la ilusión, pero el niño estaba firme y convencido.
“No te preocupes papá, no le voy a decir nada a Miranda”, fue su sentencia final.
La verdad que fue duro para él. Nada más bonito que la alegría de los niños esa mañana del 25 de diciembre y el 6 de enero, cuando ven consumada su ilusión.
Es también un buen ejercicio de enseñanza cuando se evita caer en el materialismo y se vincula el dar y recibir regalos como recompensa por buen comportamiento y enseñanza de valores.
Claro, esto puede mantenerse independiente de la edad de los hijos, pero ese período en que viven la ilusión es mágico e irrepetible. Por eso tratamos de que dure el mayor tiempo posible y cuando se desvanece nos duele en el alma.
Así fue lo que nos comentó un pequeño comerciante que encontramos tocando el timbre de la casa de mi cuñado, vecino nuestro, con una caja de patines en sus manos. Era el regalito que deseaba mi sobrina y de manera inadvertida el cuñado se había traído el tamaño equivocado.
“Gracias a Dios que los encuentro. Aquí les dejo los patines con el tamaño correcto. Se me hubiese roto el corazón si no hubiera resuelto este problema”, expresó el comerciante.
Un gesto hermoso de aquel señor quien era consciente de la importancia que tenía para mi cuñado regalarle alegría a su hija el día de Navidad.
En la mañana de ayer todo fue como de costumbre. Adrián reaccionó como siempre, lleno de alegría. Hablaba de Santa Claus con ilusión y agradecimiento. Miranda, ni contarles.
Al final la magia.
“La verdad que fue duro para él. Nada más bonito que la alegría de los niños esa mañana del 25 de diciembre y el 6 de enero, cuando ven consumada su ilusión”