Primera Hora

Hoy vemos cómo esa política migratoria mantiene separados a miles de padres e hijos de migrantes sin la más mínima sensibilid­ad”

- ELWOOD CRUZ PERIODISTA / minuevavoz@elwoodcruz­digital.com

ELWOOD CRUZ

Soy una persona de campo. De esos que cortaba matojos con el garabato y mocho. Que comía plátano, guineo y aguacate del patio. Tuve una pequeña crianza de cabritos, gallinas ponedoras y una que otra guinea. No soy un jíbaro casta’o como mis cuñados que sí viven, trabajan y disfrutan de las bondades de la tierra.

En mi casa todos los animales vivían en libertad. Nuestros perros corrían libres por el patio y solo se les ponía cadena en una situación breve o necesaria. Siempre he creído que la libertad de los seres vivos es fundamenta­l. A través de los siglos el ser humano ha esclavizad­o, golpeado y encerrado a seres vivientes para explotarlo­s y sacarle el máximo provecho para su beneficio. Y la peor de las esclavitud­es es la del hombre por el hombre.

Conocemos las historias bíblicas, las del llamado descubrimi­ento de “un nuevo mundo”, las de pueblos invasores y de imperios que esclavizan. Para mí el tesoro más preciado del ser humano es la libertad en todos los sentidos. A través de los tiempos esa ha sido y será la lucha eterna del hombre y los pueblos.

Por eso me indigna, me avergüenza, me duele y sufro la política de “tolerancia cero” del gobierno de Donald Trump contra los inmigrante­s que llegan por diversas circunstan­cias a territorio estadounid­ense. Más aún cuando se trata de un país que se jacta de ser símbolo de la libertad y que van por el mundo “defendiend­o” la democracia.

Claro, podemos entender que todos los países ejercen control en sus fronteras, pero el sentido humano y la dignidad deben prevalecer sobre todas las cosas. Digo, así debería ser en cualquier sociedad de avanzada. Lamentable­mente, quien no conoce su historia está condenado a repetirla.

Los Estados Unidos ha tenido momentos oscuros en su expansión y desarrollo como nación como la guerra civil cuya razón, entre otros asuntos, era lo económico y la esclavitud. En la Segunda Guerra Mundial, mientras el mundo condenaba con furia el genocidio hacia los judíos, en EE.UU. surgió una histeria colectiva tras el ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Organizaro­n campos de concentrac­ión que alojaron a unas 120,000 personas, mayormente de etnia japonesa. Más de la mitad eran ciudadanos estadounid­enses y japoneses provenient­es de Latinoamér­ica, principalm­ente de Brasil y Perú, quienes fueron deportados bajo presión del gobierno estadounid­ense.

Hoy vemos cómo esa política migratoria mantiene separados a miles de padres, madres e hijos de migrantes sin la más mínima sensibilid­ad. Desde el mismo país y alrededor del mundo truenan las voces en contra de esa barbarie.

Y nosotros... ¿qué? Muchas veces nos creemos el ombligo del mundo y no miramos lo que ocurre más allá del 100 x 35. Nos negamos a opinar, protestar, reclamar, señalar y participar. Y en este asunto no debe importar la afiliación política. Pensamos que eso ocurre lejos de nosotros y que ya tenemos suficiente­s problemas. Se nos olvida que nuestros indios y negros fueron también esclavos.

Lo triste es que cerca de un 43 por ciento de los republican­os avalan esa política perturbada de Trump. O sea que un 43 por ciento de esos electores piensan sobre los inmigrante­s como piensa Trump. Hay que destacar la valentía de la primera dama Melania Trump al oponerse a esta política. Es momento de que los estadounid­enses digan ¡no! al encierro de niños y la separación de sus padres y que demuestren que la libertad y democracia es mucho más que un estribillo y exijan el cierre inmediato de estas “cárceles” de niños, que no es más que un crimen contra la humanidad.

Nosotros no podemos mirar hacia lado y tenemos que ser parte del reclamo mundial.

Como respuesta, los Estados Unidos se salió del Consejo de Derechos Humanos de la Organizaci­ón de Naciones Unidas, en una política de aislamient­o de ese país que lo colocaría al margen de cualquier acto ilegal contra los derechos humanos. Los estadunide­nses tienen que entender que políticas como esas son un retroceso y un peligro, no solo para ellos, también para el planeta.

Detengan la barbarie porque cuando la bestia se come todo lo que tiene a su alrededor muy pronto comenzará a comerse sus propias entrañas.

“Por eso me indigna, me avergüenza, me duele y sufro la política de “tolerancia cero” del gobierno de

Donald Trump contra los inmigrante­s...”

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