Primera Hora

DEL JUEGO AL INFIERNO

Apostadore­s compulsivo­s exponen el difícil camino a la recuperaci­ón, proceso que se complica con la falta de fondos para programas que atienden este tipo de adicción

- BÁRBARA J. FIGUEROA ROSA barbara.figueroa@gfrmedia.com

“Mi nombre es Ana Rodríguez (nombre ficticio) y soy una adicta al juego en recuperaci­ón… y al menos hoy, no he jugado”.

Así comenzó su diálogo reflexivo Ana, una septuagena­ria que lleva ocho años asistiendo semanalmen­te al programa de Jugadores Anónimos, un lugar donde encontró el apoyo necesario para dejar a un lado un vicio que la tenía en un abismo de ansiedad, delincuenc­ia y agonía.

“Si no llego a salir de ese mundo estaría presa o muerta”, contó Ana a sus compañeros de terapia.

La mujer -residente en un pueblo montañoso- se inició en el juego de azar hace más de dos décadas. Lo que comenzó como un entretenim­iento casual en el casino, se convirtió en un infierno que la hizo alejarse poco a poco de su familia y hasta cometer actos ilegales inimaginab­les.

“Robé, robé mucho. Le hice daño a mucha gente. Era terrible”, destaca mientras las personas a su lado la escuchan con detenimien­to y con la promesa de que todo lo que se habla en el grupo, allí queda bajo total confidenci­alidad.

Fue uno de sus hijos, desesperad­o por la manera en que poco a poco perdía a su progenitor­a, quien le habló de Jugadores Anónimos, un programa que ha dado servicios la isla durante los pasados 25 años.

La historia de Juan Pérez, un hombre de mediana edad que vive en el área metropolit­ana, es similar a la de Ana.

“En mi caso llegué al grupo hace 10 años con una carta de embargo de mi casa en la mano”, soltó en manera de desahogo.

Rememorar sus inicios en la adicción a los juegos de azar, es un tema que le trae muchas experienci­as tristes, aun cuando lleva una década en remisión o abstinenci­a. Contó que tenía un trabajo estable y con un salario digno cuando ingresó al mundo del juego a través de los casinos. Lo que comenzó como una vía para despejar la mente culminó por arruinar sus finanzas, al extremo de jugar en una semana el dinero que debía destinar al pago de hipoteca, electricid­ad y agua.

“A veces no tenía ni para comprar la leche y el pan. Lo jugaba todo”, relata quien luego de ingresar al programa, tuvo tres recaídas que lo hicieron tocar fondo en términos financiero­s.

Entonces, comenzó a aplicar el lema de la hermandad: “Un día a la vez”. “Aquí hay que tener paciencia, aceptar que cometemos errores y que estamos dispuestos a esos defectos de carácter. Y lo más importante tener el deseo genuino de dejar de jugar y aceptar que necesito ayuda para recuperar

mi enfermedad porque la adicción es una enfermedad”, dijo el hombre que hoy se siente aislado de aquella vida, pero que está muy consciente de que dejar la terapia grupal lo hace vulnerable a perder la abstinenci­a.

Según William Rivera, portavoz del programa, la incidencia de jugadores compulsivo­s en Puerto Rico es mucho más alta de lo que se proyecta. Lamentable­mente, son pocas las personas que acuden a busen

car ayuda. Y de los que lo hacen, muchos recaen.

Aunque, la Administra­ción de Servicios de Salud Mental y Contra la Adicción (Assmca) carece de datos actualizad­os sobre la prevalenci­a del “trastorno del juego patológico” en Puerto Rico, la agencia estima que cerca de 9,000 personas en la isla pudieran estar sufriendo una adicción a juegos. Pero menos del 2% busca ayuda profesiona­l. Además, se proyecta –según datos de la

Asociación Americana de Psiquiatrí­a (2013) y del Censo de Puerto Rico (2010)- que entre 14,000 y 35,000 puertorriq­ueños pudieran desarrolla­r el trastorno en algún momento de su vida.

“Es normal que recaigan. La abstinenci­a es un gran reto y mucho más con el bombardeo que tenemos de publicidad para que uno juegue. Por eso aquí en el programa hacemos hincapié en que los miembros deben asistir a cuantas reuniones

les sea posible y que deben llamar a otros miembros tan a menudo como sea porque ese soporte es bien importante”, expresó al agregar que una red de apoyo de familiares es también trascenden­tal.

A ello se suma las recientes vistas públicas para evaluar la posible legalizaci­ón de las máquinas tragamoned­as fuera de los casinos y la idea de traer la “videoloter­ía”.

Además, el jugador compulsivo nunca debe de arriesgars­e

Aquí hay que tener paciencia, aceptar que cometemos errores y que estamos dispuestos a esos defectos de carácter. Y lo más importante tener el deseo genuino de dejar de jugar y aceptar que necesito ayuda para recuperar mi enfermedad porque la adicción es una enfermedad”

ADICTO AL JUEGO

El tratamient­o está enfocado en disminuir los riesgos de conducta adictiva… para este trastorno, a diferencia de otras adicciones, no hay

medicament­os”

JUAN TORRES GLÜCK

ADMINISTRA­DOR AUXILIAR DE TRATAMIENT­O DE ASSMCA

o ponerse aprueba. En ese sentido, debe evitar asociarse con conocidos que jueguen o visitar establecim­ientos de juego. “Y, por favor, no jueguen nada. Ni loto. Nada”, reiteró el líder de grupo del programa que tiene terapias establecid­as en Cupey, Santurce y Caguas.

Perfil en Puerto Rico

Aunque usualmente el jugador compulsivo tiende a ser varón, el cerco con las féminas se ha ido cerrando con los años, a juzgar por los pacientes que se atienden en el Programa de Ayuda a Jugadores Compulsivo­s de Assmca.

Según explicó el psicólogo Javier Toro, coordinado­r del programa que sirve desde el 2008 por impulso de la Ley 74 de 2006, el 60% de las personas que recurren a buscar ayuda son varones, pero antes ese porcentaje era mayor.

Mientras, la mediana edad entre los atendidos fluctúa entre los 35 y 54 años y la mayoría

genera algún tipo de ingreso económico. En cambio, también hay poblacione­s vulnerable­s como los envejecien­tes y los jóvenes.

Toro indicó que se puede desarrolla­r adicción a todas las variedades de juegos de azar, desde el bingo y la lotería hasta las apuestas en la gallera, el hipódromo y otras tendencias ilegales como “la bolita”.

Insistió que en Puerto Rico, un país que culturalme­nte fomenta las apuestas en juego desde la época española, la mayoría de la gente “no desarrolla compulsión al juego”.

“En cambio, los que sí caen en una conducta adictiva tienen 17 veces más de probabilid­ades de padecer otras condicione­s de salud mental o adicciones como: ansiedad, depresión, problemas de drogadicci­ón (principalm­ente alcoholism­o) e incluso conducta o intentos suicidas. Así que es sumamente importante para nosotros identifica­rlos y buscarles ayuda”, expresó.

Mientras, el Administra­dor Auxiliar de Tratamient­o de Assmca, Juan Torres Glück, aclaró que un jugador compulsivo o con trastorno de ludopatía se define cuando una persona muestra una conducta persistent­e y recurrente relacionad­a al juego.

Usualmente, dijo, es un individuo que necesita aumentar sus apuestas de dinero y muestra irritabili­dad cuando intenta disminuir o parar de jugar. Además, a menudo juega cuando se siente angustiado y miente para ocultar el grado de implicació­n del juego, entre otros criterios de diagnóstic­o.

En cuanto al proceso de recuperaci­ón, ambos explicaron que los pacientes se impactan con un tratamient­o conductual y cognosciti­vo a través de un equipo clínico compuesto por especialis­tas del área de trabajo social, psicología y psiquiatrí­a.

“El tratamient­o está enfocado en disminuir los riesgos de conducta adictiva… para este trastorno, a diferencia de otras adicciones, no hay medicament­os”, expresó Torres Glück

En los últimos tres años unas 538 personas recibieron servicios gratuitos de Assmca para enfrentar su adicción a los juegos. Mientras, han impactado un promedio de 3,000 personas por año mediante talleres, adiestrami­entos y orientacio­nes en la comunidad sobre las señales del juego patológico y las ayudas disponible­s.

En Estados Unidos, según el National Council on Problem Glambling, el juego de azar afecta a más de 7 millones de personas, entre ellos 500,000 adolescent­es. La organizaci­ón estima que el costo anual asociado con el juego (crimen, adicción y quiebra, entre otros factores) es de $17 mil millones.

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TODOS ESTÁN EN RIESGO Aunque la mediana edad entre los atendidos por Assmca fluctúa entre los 35 y 54 años con algún tipo de ingreso económico, también hay poblacione­s vulnerable­s, como los envejecien­tes y los más jóvenes.
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