Cuando la percepción se hace realidad
La alta oficialidad de la Policía tiene un problema serio en sus manos. Es mucho peor que el presupuestario, que ya de por sí es un problema de reto complicado. Se trata de credibilidad. Nuestra gente no cree en la efectividad de la agencia. Aunque los datos estadísticos demuestran una baja significativa en importantes renglones de los delitos Tipo I, Juan del pueblo frunce el ceño y levanta la trompa, como el viejito del anuncio del fiao para decir “umjú”.
Lo interesante del asunto es que la manera en que se recopilan o tabulan los datos estadísticos no ha cambiado en décadas. Nadie de la oposición política del Gobierno le lanza críticas negativas a la manera de compilar los datos. Si hubiese alguna falla en dicho proceso, hace rato que abrían ordenado esa oportunidad. Entonces. ¿Dónde radica el problema? Es un problema de percepción.
A esto se le une un pésimo sistema de comunicación, principalmente del responsable de la dirección de la sombrilla de Seguridad Pública, Héctor Pesquera, un exitoso profesional que ha ocupado importantes cargos a nivel federal, pero no es el mejor comunicador. El tacto no es su destreza y ni le preocupa. Es una persona de esas que dice lo que siente sin importar lo que usted piense. Es áspero en su carácter. Ante estos “dotes”, sabemos que eso es fatal en el mundo de las relaciones públicas.
Si fuera una agencia privada no importaría mucho, pues el resultado es el principal propósito de la encomienda. Pero cuando usted está en el Gobierno, es importante comunicar de manera efectiva. El resultado efectivo es vital, pero es importante que usted demuestre que está en control y que es capaz de pasar ese sosiego a los ciudadanos.
Podemos mencionar a Pedro Toledo y José Caldero como dos extraordinarios comunicadores. Los dos fueron exitosos por conocer en profundidad y controlar el complejo aparato administrativo de la Policía. Ambos eran accesibles, acudían a cuanta comparecencia pública o privada. Estaban de manera frecuente en la radio y la televisión. Se metían en medio de las redadas o grandes intervenciones, en apoyo a la labor de sus subalternos. En fin, proyectaban confianza; eso aquí no ha ocurrido.
Esta parte es vital para llevar a puerto seguro a esta dependencia. Como dije, los policías están desmoralizados. Se les recortó injustamente su retiro. Sus cuarteles dan grima por las pobres condiciones en que se encuentran. No cuentan con los equipos necesarios para un combate igualitario con los elementos del bajo mundo. Se les impuso una reforma en la que se da la impresión de que la fuerza policial es un cuerpo castrense violento, insensible e inmisericorde. Atrás quedó la imagen de que el policía es en efecto mi amigo.
¿Dónde han estado los directivos policiales para confortar a los agentes del orden público? Me consta que se sienten huérfanos de apoyo. Por eso renuncian o se marchan a los Estados Unidos en busca de un mejor bienestar. Los que están no pueden con tanta hornilla prendida.
Usted pregunta, cómo hicimos en Ahí Está La Verdad, la razón del por qué el ciudadano se siente inseguro y lo primero que dicen es que no ven policías en la calle. ¿Saben qué? Están en lo cierto. Para sazonar todo esto tenemos los teléfonos móviles que registran en sus cámaras cuanto incidente ocurre. Siempre ocurrieron, pero ahora retumban más, pues se postea en cuanta red social existe. Décadas atrás solo trascendía a los medios los hechos más sangrientos o violentos. Ahora no. Usted en la comodidad de su casa entra a Facebook y le aparece cuanta escaramuza, tiroteo, pelea gritería o asesinato ocurre en la Isla. Eso ha servido de amplificador. Eso escandaliza.
Es por eso por lo que se alimenta la percepción de inseguridad convirtiéndose en una realidad. El tiempo corre. Opera en contra del Gobierno, pues muchos se preguntan: ¿quién manda aquí?
“Para sazonar todo esto tenemos los teléfonos móviles que registran en sus cámaras cuanto incidente ocurre”