Primera Hora

Un boricua dondequier­a

- ALEXANDRA FUENTES PRESENTADO­RA DE TV / alefuentes­ph@gmail.com

Nada más cierto que la afirmación de que en cada rincón del planeta hay un boricua. Cuando salgo de viaje, no importa donde sea, siempre me encuentro a uno de los nuestros.

Esta vez, andaba por Alaska con mi familia. Un viaje que llevaba mucho tiempo coordinand­o. Fue una experienci­a hermosa, un lugar como pocos en el planeta. No defraudó Alaska, por el contrario, superó todas las expectativ­as de los padres y, más importante, de los hijos.

Tampoco faltó el boricua residente que, como buen coquí, buscó la forma de contactarn­os. Así llegamos al Salmon Market, un frecuentad­o negocio en el área de Ketchikan, Alaska, donde venden salmón empacado al vacío, preparado de diferentes maneras.

Allí nos recibieron -con música de Bad BunnyGlory y Haydée, ambas boricuas de pura cepa.

“Puse la música alta por si la escuchaban supieran que estaban cerca”, fue lo primero que dijo la simpática comerciant­e, quien tuvo que emigrar a Alaska en busca de oportunida­des.

Me cuenta que se siente feliz, se le nota por la forma en que atiende a los clientes, y que está agradecida de la oportunida­d que encontró en Alaska para ganarse la vida. Eso sí, su corazón sigue en la Isla y las navidades siempre las pasa acá, en Borinquen.

Por más que uno quiera a su tierra, las circunstan­cias nos obligan, en ocasiones, a retirarnos de ella.

En el caso de Glory, la tienda en que trabajaba en el

“Quienes por alguna razón abandonan la Isla, siempre sueñan con regresar, pero mientras tanto hacen vida en otro espacio. Por eso, quienes tenemos la bendición de ganarnos la vida en nuestro país, debemos agradecerl­o y procurar siempre dar el máximo”

Viejo San Juan cerró repentinam­ente.

Quienes por alguna razón abandonan la Isla, siempre sueñan con regresar, pero mientras tanto hacen vida en otro espacio. Por eso, quienes tenemos la bendición de ganarnos la vida en nuestro país, debemos agradecerl­o y procurar siempre dar el máximo.

Recargué baterías en Alaska, pues me hacían falta esas vacaciones. Fueron muchas las experienci­as, pero sin dudas los 10 minutos que compartí con Glory y Haydée valen la pena reconocerl­os. Esos momentos en que lejos del país nos encontramo­s con los nuestros son siempre especiales.

En Alaska, Rusia o donde sea, esa alegría que sentimos al compartir con alguien que no conocemos, pero que comparte nuestra nacionalid­ad, nos llena el alma y nos hace sentir orgullosos de ser puertorriq­ueños.

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