El dolor de los padres frente a la educación
Los dolores en los padres, hoy, parecen exceder las quejas comunes. La gran frustración desatada ante procesos que nos confrontan con el cambio inminente y la negación ante la nueva realidad que dejará un saldo de NUNCA VOLVERÁ A SER COMO ANTES. La rutina cambió porque ahora no tengo nada que se parezca a mi realidad anterior.
No coincidimos en horarios. Muchos toman la dura decisión de proveer alimentos, casa y útiles para que sus hijos estén “bien” y no poder quedarse y participar del proceso. Sin lugar a dudas, la realidad social nos priva de poder estar presentes al menos en esos horarios que se “supone” tomen la clase.
No domino el idioma. Es justo ahí, donde se despunta la frustración, porque, ante algo que debería ser de beneficio para que el niño tenga mayores oportunidades, se convierte en el muro que detiene al padre para ayudarlo.
No domino el contenido o destrezas. ¿Cómo el maestro pretende que yo me acuerde de esto, si esto lo tomé hace tanto tiempo? Este dolor es más notable cuando tenemos más de un estudiante en casa.
Los dolores en ocasiones provocan gritos y los gritos más frecuentes surgen ante un nivel de impotencia sin precedente que experimenta un padre que no decidió educar en casa, pero la pandemia lo ha obligado. “Yo para eso pago; No soy maestro; No puedo con todo; Yo trabajo; Qué mala es la escuela; Qué desconsiderada es la maestra”.
Lo que pasamos por alto en medio de este desborde de emociones ante los toques inaplazables de límites, es que el dolor emerge de ambas direcciones, la escuela y la familia. Advertimos que si estos dolores se consolidan, tendremos ante nosotros la catástrofe y el colapso de dos de las más antiguas instituciones: la familia y la escuela.
¿Estamos dispuestos a pasar a este avance mundial perdiendo aún más de lo que hemos perdido hasta ahora? Yo me pongo en pie para gritar ¡NO! Propongo que lo enfrentemos. La buena noticia es que ya estamos caminando en un espacio donde solo impera la voz latente de un grupo de profesionales que han decidido ser la punta lanza para revolucionar la educación de un país.
Comencemos por salir de la caja de un horario o de un pensamiento lineal y antiguo, donde solo creemos que de 7:30 a.m. a 3:30 p.m. es dónde los estudiantes pueden aprender. Los niños están aprendiendo a cada minuto. Crea un horario que le funcione a tu familia. No mires atrás para ver cómo otros lo hacen, cada familia es diferente. Deja a un lado la presión social y los estilos que solo causan ansiedad.
Identifica qué puedes adelantar con poca supervisión y en qué tareas necesitan más apoyo. Esto te permitirá establecer un horario donde el niño pueda completar tareas mientras trabajas. Identifica herramientas como traductores que te permitan entender un poco más el material. Reorganiza tu tiempo. Coordina con el maestro secciones adicionales en tus horarios disponibles para aclarar dudas. Busca recursos de apoyo a través de vídeos y lecturas. Que los medios sean los facilitadores y no los que nos roban el tiempo.
No insistas en que todo sea como antes, acepta la nueva realidad e instala en ti las fuerzas para continuar. Establece acuerdos con el estudiante y a su vez con el maestro, la clave estará en el trabajo en equipo. Aprovecha lo que la pandemia puso en tus manos. No te enfoques en la lista de pérdidas, hoy son ustedes los padres los que poseen todo el poder para crear influencia sobre sus hijos. No me refiero a un área en específico, sino a un ambiente que sí pueden controlar. Puedes dejar un legado sobre ellos comenzando por el modelaje de comportamiento en medio de los cambios.
Lo que la pandemia puso en nuestras manos más allá de un poco de desinfectante fue a nuestros hijos. Hoy somos equipo para entregarle a los niños conocimiento = poder. Aceptemos el reto y no claudiquemos ante un nuevo sistema y una nueva forma de educar.
“Los niños están aprendiendo a cada minuto. Crea un horario que le funcione a tu familia. No mires atrás para ver cómo otros lo hacen, cada familia es diferente”