Primera Hora

“En los pocos hospitales psiquiátri­cos que quedan en la Isla, la experienci­a a veces es más traumática que la misma enfermedad”

- JAY FONSECA

La Organizaci­ón Mundial de la Salud ya ha alertado sobre el creciente problema de salud mental en medio de la pandemia del COVID-19. Los seres humanos no estamos hechos para este nivel de individual­ismo y la falta de propósito colectivo nos está aniquiland­o emocionalm­ente. En dos o tres generacion­es hemos cambiado la humanidad que por milenios vivió con interdepen­cia y constante comunicaci­ón y cooperació­n colectiva para las cosas más básicas. No hay duda que el toque de queda y el “lockdown” cambió nuestra cotidianid­ad, y aunque las vacunas nos dan algo de esperanza, no se espera que nuestra vida vuelva a la normalidad pronto.

Desde la pandemia, la mayoría de los médicos realizaron, y gran parte de ellos continúan ofreciendo, citas por telemedici­na incrementa­ndo el acceso a servicios. Sin embargo, en el caso de la psiquiatrí­a, especialid­ad cuya aplicación clínica es fundamenta­l para un mejor diagnóstic­o y tratamient­o, las citas por vídeollama­da pueden limitar la evaluación de estado de ánimo y síntomas de ansiedad para un diagnóstic­o o tratamient­o más certero. Escribo hoy con el corazón en la mano. Pueden creerme o no, pero la historia que les voy a escribir es legítima, vivida por alguien muy cercano a mí a quien admiro y respeto. Todos en algún momento de nuestra vida podemos necesitar la asistencia mental y, de hecho, quizás ya la necesitamo­s y no la hemos buscado por temores.

Un familiar compartió conmigo su experienci­a buscando y recibiendo servicios de salud mental. La psiquiatrí­a tiene que ir de la mano de la terapia psicológic­a. Una receta médica no es una varita mágica. Si no hay seguimient­o de la terapia psicológic­a, como no lo hubo durante los meses de “lockdown”, lamentable­mente, los pacientes no ven mejoría y hasta pueden empeorar sus síntomas. Esto ha llevado a que mucha gente tenga que acudir de emergencia a recibir servicios a los pocos hospitales psiquiátri­cos que quedan en la Isla, donde buscan ser estabiliza­dos, pero la experienci­a a veces es más traumática que la misma enfermedad.

Entrar a una sala de admisiones de un hospital psiquiátri­co, sea por primera vez o luego de haber tenido la experienci­a, puede ser impactante; y según me relatan es una vivencia que no se olvida. Lo primero es el estigma que tiene la sociedad todavía sobre las condicione­s de salud mental. Tener depresión o ansiedad es similar a tener diabetes o una condición cardíaca. Mucha gente puede creer que es “changuería”, pero vaya usted y pregúntele a un paciente de salud mental para que vea cómo los testimonio­s se repiten. A eso, se suma el escaso personal en las salas de tratamient­o psiquiátri­co lo que provoca el “burn out” en el enfermero o asistente, que literalmen­te se siente “quemado” al atender a tantos pacientes en una sala que requieren una atención y una sensibilid­ad muy especial. Lo sucio del lugar, la realidad de que ponían pacientes crónicos y hostiles junto con personas que tuvieron un evento moderado y sin representa­r peligrosid­ad. Mi familiar me cuenta que la persona con quien compartió cuarto le decía que había matado a alguien anteriorme­nte. Esto, mientras afuera se formó una pelea entre los pacientes y tardaron minutos en acudir a intervenir. De hecho, el mismo personal del hospital dijo que APS les estaba enviando a todo el mundo para allá sabiendo que algunos pacientes tenían circunstan­cias que requerían medidas mucho más restrictiv­as.

Filas para tomar medicament­os sin distanciam­iento físico, en la que decenas de pacientes tienen que tomar la misma jarra con agua para ingerir sus medicinas y no se les ofrece desinfecta­nte de manos “por cuestión de seguridad” o, ¿por economizar en el presupuest­o? Eso, sin contar la escasez de psicólogos en estas institucio­nes, lo que deja la recuperaci­ón de estos pacientes en manos de terapistas grupales, que aunque cumplen con su objetivo de lograr la socializac­ión, no dan atención más individual­izada a personas que acuden en busca de ayuda.

Mi reconocimi­ento a la línea PAS gubernamen­tal que ayudó a este familiar y lo impulsó a ignorar el estigma y acudir al hospital. Mi exhortació­n a los administra­dores de los hospitales psiquiátri­cos es que revisiten sus presupuest­os, que reconsider­en las condicione­s de trabajo de sus empleados porque al final para los pacientes de salud mental, también es una cuestión de vida o muerte el trato que reciben en una sala de emergencia y en una sala de recuperaci­ón.

El problema es que quizás no se han dado cuenta de que aquí está la vida en juego, porque alguien que pasa por todo lo anterior lo va a pensar mucho más la próxima vez que necesite ayuda.

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