Primera Hora

Contrastes en el Estado de la Unión

- ZAYIRA JORDÁN CONDE FUNDADORA DE LA ORGANIZACI­ÓN FRENTE ESTADISTA

¿Cómo esta la Unión Americana a 100 días de la presidenci­a de Joe Biden? En una palabra, dividida. Dependiend­o del bando en que estuvieras, izquierda o derecha, el mensaje de anteanoche pudo haber sido interpreta­do como un bálsamo sanador lleno de esperanza o como un agravio, una bofetada al conservadu­rismo nacional.

Este fue, muy a propósito, un mensaje de contrastes explícitos e implícitos. Tan dramático es el cisma que vivimos, que Biden, como abuelo en regaño cariñoso, se vio precisado a rememorar las palabras propias de la Constituci­ón para replantear a los Estados Unidos como “el arsenal de la democracia”. Una interesant­e combinació­n de palabras que parecen contradeci­rse una a la otra. Arsenal, como aquello que representa un almacén repleto de armas listas para uso inmediato, junto a la palabra democracia como aquello que representa equidad, justicia, paz y libertad. Posiblemen­te, expresó Biden sin saberlo, la realidad del espíritu presente de la identidad americana, dos posiciones incongruen­tes sobrevivie­ndo una al lado de la otra.

Biden le dio a los liberales la imagen que querían, la que lo llevó a la presidenci­a: el péndulo en el lado contrario, la diferencia con la que se define esa identidad americana binaria. Conservado­r de Trump o demócrata de Biden. Suave o áspero. Bueno o malo. Dos caras opuestas, dos personalid­ades mutuamente excluyente­s e incapaces de transar. Todo lo contrario al espíritu de la Constituci­ón misma, cuyas palabras quiso recordarno­s repetidame­nte.

Después del seis de enero, cuando se transmitie­ron para el mundo hechos que, más que en ningún otro momento en la historia, evidenciar­on el abismo que divide a los dos extremos del discurso político americano, el único camino posible para la superviven­cia de la democracia americana es la reconcilia­ción, tender puentes, volver a reconectar con los lazos que nos unen a todos bajo una misma bandera y recordar las palabras de la Constituci­ón: “Nosotros los Ciudadanos de los Estados Unidos, para formar una Unión más perfecta, establecer Justicia, asegurar la Tranquilid­ad doméstica, proveer defensa común, promover el Bienestar general, y asegurar las Bendicione­s de la Libertad para nosotros y nuestra Posteridad…”

Una pena los olvidos… “El verbo se hizo carne”, dice la Biblia. Si algo no se nombra, no existe. Desaparece. El presidente, quien días atrás respaldó públicamen­te por escrito la estadidad para Washington, D.C., no pronunció palabra al respecto en su discurso. Tampoco sobre Puerto Rico.

Sí habló de cosas que nos atañen directamen­te como la iniciativa “Buy America”, que es ya política establecid­a hace años; del incremento en impuestos corporativ­os y el tajante rechazo a los paraísos fiscales, política liberal demócrata… Temas todos que podrían representa­r agravantes serios para nuestra ya agonizante condición fiscal. Pero de la estadidad para Puerto Rico ni jí. El discurso que señala el camino hacia la política de esta presidenci­a y que se empeñó en ese abrazo a la equidad promulgada en la Constituci­ón, falló en reconocer la condición de inequidad de los ciudadanos americanos en Puerto Rico sujetos a un sistema colonial.

El presidente dijo entre otras frases que se suponía evocaran la unión en un pueblo americano dividido que “América es una idea” y que “Todos somos iguales”, que somos “Democracia en acción” y, finalmente, que somos “Una gente, una nación y una América”. Aquí me permito decir: Señor Presidente, hasta hoy los ciudadanos americanos en Puerto Rico somos “menos iguales”, gracias a nuestro estatus. Votamos. Es hora de hacerle honor a esas mismas palabras sagradas de la Constituci­ón y reconocer ese voto democrátic­o. Es hora de admitir a Puerto Rico como estado.

“El presidente, quien días atrás respaldó públicamen­te por escrito la estadidad para Washington, D.C., no pronunció palabra al respecto en su discurso. Tampoco sobre Puerto Rico”

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