Primera Hora

Personajes de mi pueblo

- NORMANDO VALENTÍN PERIODISTA / normandova­lentin@gmail.com

De regreso a la isla, luego de disfrutar unas pequeñas vacaciones, mi mente acudió al archivo del recuerdo. El tiempo en los aviones es suficiente para realizar múltiples cosas, así que, entre nube y nube, regresé a los tiempos de mi niñez.

Todos saben que vengo de la montaña. De tierra adentro. Donde lo cotidiano es un poco diferente a lo que se vive en la zona metropolit­ana. Esa niñez transcurri­ó entre los años 70 y 80, cuando la adolescenc­ia me abandonó.

Siempre captaban mi atención esos personajes de pueblo. A muchos los veía por la tarde desde la ventana de mi cuarto que daba hacía la carretera, por lo que era el más iluminado en la noche, gracias a un poste del alumbrado eléctrico. Esa claridad mitigaba mis miedos nocturnos, al evitar la oscuridad total.

Por allí los vi pasar a todos. Desde don Manuel que, utilizando un silbato similar al de los policías, anunciaba su llegada con pan caliente. No bien habían salido los primeros claros de la mañana ya se le escuchaba y veía cargando un largo palo, en los cuales llevaba dos enormes sacos de tela. En uno, cargaba el pan sobao y en el otro, el de agua. Mi madre salía con frecuencia a comprarlos para hacer los sándwiches, con los cuales saldría del paso a la hora de enviarnos a la escuela.

Por la tarde, el turno era para el donero. Su nombre se me escapa. Lo recuerdo muy vivo, empujando su carrito que tenía una vitrina de cristal con las donitas azucaradas. “¡Donaaaas!. ¡Siete, un peso; siete, un peso! Con ese pregonar te entregaba una bolsita de papel, con las siete donas. Muchas veces estaban duras, ¡pero vamos!, llegaban a la puerta de tu casa sin mucho esfuerzo.

En las tardes, mientras trataba de meterme en las tareas escolares, el cuarto se impregnaba con el olor a tabaco del “Cabo Kein”. Era un hombre delgado, con gorra militar y que siempre fumaba cigarros. Tenía una espalda doblada y un “tumbao al caminar”, pues siempre estaba metido en palos. Atrás en su mahón estaba la caneca. Todos decían que sobrio era un mecánico estupendo. El reto era lograr que tocara el carro antes que la caneca.

Por allí pasaban también “Puro”, “Malandrín” y “Junito”.

“Puro” era un hombre que siempre caminaba con varios perros. Usaba sombrero y chaqueta negra. Su olor peculiar, denunciaba que con frecuencia le huía a la ducha. Era dócil y muy pocas veces lo escucha hablar. Caminaba con lamento. Siempre se me quedará la duda sobre que vivió ese hombre para terminar en su vejez de esa forma.

“Malandrín” era otra cosa. Era un vacilón. Pequeño de estatura, y con un rostro muy particular, caminaba todo el pueblo. Todos le daban dinero. Se destacaba por tirarle piropos a las muchachas y bailar frente a la tarima en las fiestas patronales. Era el típico “loquito” que usted recuerda en el resto de los 77 pueblos de nuestra isla.

“Junito” era veterano. Un muchacho que llegó totalmente desajustad­o de Vietnam. Camina hablando solo. En ocasiones, detenía su caminar y empezaba a disparar, simulando tener un rifle militar. Ese siempre andaba en su mundo.

Otro de esos personajes era “Juan Rajao”. Recuerdo un día que caminaba con mi hermano y sacó una peinilla. Se le acercó al brazo y la friccionó al tiempo que le decía, “¡te orté, te orté!” en clara referencia a “te corté”. Mi hermano brincó del susto, pero en segundos, todo terminó en chiste.

Estampas que mientras volaba de regreso a Puerto Rico me dibujaban una sonrisa. Hoy comparto estos recuerdos de mi Utuado querido. Sé que usted debe tener los suyos. ¡Qué bueno es poder acudir al disco duro de la memoria y poder repasarlos. Para mí, es un bálsamo y una tregua en lo que vuelvo a empaparme de los temas del Puerto Rico de hoy. Pero sobre esos hablaremos la semana que viene.

“‘Malandrín’ era otra cosa. Era un vacilón. Pequeño de estatura, y con un rostro muy particular, caminaba todo el pueblo... Se destacaba por tirarle piropos a las muchachas y bailar frente a la tarima en las fiestas patronales”

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