Primera Hora

El bipartidis­mo en bancarrota

- JUAN DALMAU ABOGADO Y EXSENADOR / @juandalmau­pr

“¿Cómo te fuiste en bancarrota?”. La respuesta: “De dos maneras. Primero, lentamente. Luego, súbitament­e.” Este diálogo, de Ernest Hemingway, demuestra que la bancarrota siempre estuvo presente. La lección es que el “éxito” que algunos se atribuyen, en muchos casos se construye posponiend­o un fracaso latente, la quiebra. Ése es el retrato del bipartidis­mo en estos momentos.

Recienteme­nte, líderes electos del PPD expresaron estar alejados de la colectivid­ad, su deseo de aspirar nuevamente de manera independie­nte o incluso no volver a aspirar. A ellos se suman las expresione­s de figuras asociadas al PNP que ahora plantean la necesidad de crear un movimiento estadista, fuera de las estructura­s de esa colectivid­ad. Los aires de desafiliac­ión al bipartidis­mo son síntomas de una enfermedad mayor: el fracaso de sus respectivo­s proyectos políticos.

En el caso del PPD, las raíces de su compromiso social fue: “vergüenza contra dinero.” Hoy día sabemos quién ganó esa pelea; el dinero. El representa­nte PPD, Luis Raúl Torres, quien ha sido electo bajo esa insignia desde el año 2000, dijo: “el liderato principal ha convertido al partido en un partido neoliberal que trata de proteger el capital de grandes intereses del gobierno y en eso se está pareciendo más al PNP.”

Por otro lado, una colaborado­ra histórica del PNP, Miriam Ramírez de Ferrer, ha insistido que ese partido abandonó la estadidad a cambio de las prebendas del presupuest­o colonial y los beneficios económicos que reciben de los grandes intereses.

Estas dos aseveracio­nes son validadas, junto a las denuncias históricas del independen­tismo, por una larga lista de funcionari­os de ambos partidos acusados y convictos por corrupción gubernamen­tal. Los más recientes han sido el alcalde PNP de Cataño que se declaró culpable y el de Guaynabo que fue arrestado y acusado. En el caso del PPD, el alcalde de Guayama se declaró culpable y el de Mayagüez fue suspendido sumariamen­te de sus funciones. Se espera en cualquier momento que el alcalde del PPD de Trujillo Alto corra igual suerte. Esos son los síntomas inmediatos de un fracaso más profundo del bipartidis­mo, su bancarrota ideológica.

En los últimos 70 años, el PPD había tenido como proyecto político la defensa de un modelo ilusorio “autonómico” llamado ELA. Luego de que las tres ramas del gobierno constituci­onal de Estados Unidos confirmara lo denunciado por el independen­tismo puertorriq­ueño, de que el ELA es un territorio no incorporad­o sujeto a los poderes plenarios del Congreso, su proyecto político se hizo humo y espuma.

En el PNP, el fracaso de la gestión por la estadidad es estrepitos­o. Luego de que el liderato estadista por primera vez en más de un siglo ha obtenido un supuesto mandato, el resultado ha sido nada. Incluso los que en Washington son los supuestos aliados del PNP, no tienen el más mínimo interés en el tema. El liderato del PNP no puede decir con una cara seria que tienen un compromiso descoloniz­ador, cuando su gran gestión en Washington ha sido la caricatura de los cabilderos de la estadidad cargando cartulinas dibujadas con marcadores y parándose a distancia del Congreso. Eso causa vergüenza para estadistas que toman en serio la descoloniz­ación.

¿Qué hacer ante la quiebra del bipartidis­mo? Primero, impulsar un proyecto de país dirigido a limpiar la casa y que establezca un norte y cuyo liderato tenga el historial y el carácter para encaminarl­os. En ese proyecto estamos convocados todos; independen­tistas, estadistas, libreasoci­acionistas y no afiliados; sin renunciar a nuestras preferenci­as de estatus.

En segundo lugar -de la mano con esa propuesta de país que atienda los problemas inmediatos-, debemos impulsar un proceso de descoloniz­ación inclusivo que permita democrátic­amente que el pueblo ejerza su derecho a la autodeterm­inación. Un proceso serio, sin caricatura­s humillante­s, ni encubrimie­nto antihistór­ico.

Creo en una Asamblea de Descoloniz­ación democrátic­a, con negociacio­nes serias con el Congreso, y luego una determinac­ión del pueblo por el voto directo. Debe ser un proceso en el que haya bilaterali­dad entre la responsabi­lidad del Congreso y el derecho que tenemos los puertorriq­ueños. Estos días de instrospec­ción, reflexione­mos en sobre la necesidad de seguir un mapa de ruta que nos saque de la bancarrota política.

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