Primera Hora

La corrupción, como el COVID

- CELIMAR ADAMES CASALDUC PERIODISTA

La corrupción en Puerto Rico parece una enfermedad infecciosa, altamente contagiosa y sin tratamient­o. Es como el COVID. El planeta lleva una lucha de más de dos años contra el COVID-19. Pero toda la investigac­ión que se ha realizado en el mundo, la elaboració­n en tiempo récord de una vacuna y el esfuerzo de, prácticame­nte, todas las farmacéuti­cas del mundo, no ha logrado acabar con el virus. Cada tres meses una mutación, cepa, variante o subvariant­e nos sorprende y pone en jaque la estabilida­d económica y social del país. El asunto es que no parece haber una forma de deshacerno­s del COVID.

Exactament­e igual nos pasa con la corrupción. Parece un germen imposible de erradicar y aun cuando se les pone trabas, los funcionari­os y contratist­as siempre encuentran la forma de mutar y evoluciona­r para aprovechar­se de los bienes públicos.

A través de los años, hemos sido testigos de escandalos­os actos de corrupción, en los que se desvió dinero público al bolsillo de algún funcionari­o, o a las arcas de algún partido político o de alguna campaña. Hablamos de contratos arreglados, subastas burladas, favores políticos, el famoso “quid pro quo” que no es otra cosa que “tú me das y yo te doy”.

Con cada escándalo, nos quedamos esperando que el arresto y luego la prisión desalentar­ía la mala costumbre, pero… ¡qué va!, nada detiene la corrupción. Cada vez que hay una ola de arrestos, como esta en la que han caído ya cinco alcaldes en seis meses, a alguien se le ocurre aprobar una nueva ley o reglamento para combatir la corrupción. Así, a través de los años, se ha hecho más estricto el proceso de subasta, se exige a los candidatos informes de ética y estados financiero­s.

A los funcionari­os se les exige tomar unas “clases” en la Oficina del Contralor y hay hasta un código anticorrup­ción. Pero nada ha sido efectivo y, tal y como ocurre con el COVID y sus variantes, la estrategia para robar dinero público cambia, se adapta y encuentra formas creativas de burlar las medidas anticorrup­ción.

Se ha tratado de limitar el recaudo en las campañas políticas. Incluso, se creó un fondo electoral para quitarle a los candidatos la tentación de compromete­rse a pagar con contratos o puestos, los donativos de campaña. Así que la mayor parte de los gastos de campaña de los partidos políticos los pagamos usted y yo, con nuestras contribuci­ones, pero eso tampoco ha sido suficiente.

Así, funcionari­os, senadores y representa­ntes; alcaldes, contratist­as y donantes, han ido desfilando por el paseo de la vergüenza del edificio federal, sin que aparezca el antídoto o la vacuna que les inmunice. Los más recientes en esta saga de corrupción -de esta era covidiana- son los alcaldes, algunos con apenas poco más de un año en el puesto. “Llegó a robar”, dicen algunos ciudadanos decepciona­dos. Los más conocedore­s del tema aseveran con firmeza, “¡Y los que faltan!”.

¿Se atreverán los alcaldes a volver a pedir más poderes y recursos?, porque ellos pueden administra­r mejor la cosa pública y conocen mejor las necesidade­s de las comunidade­s, porque están más cerca de los ciudadanos... etc., etc., etc. Creo que esos conceptos habrá que reevaluarl­os.

Pero en cuanto a nosotros, los contribuye­ntes, víctimas de la corrupción pública, la indignació­n y el coraje que sentimos todos y todas, tenemos que canalizarl­a hacia las urnas, porque ya sabemos que esto no tiene remedio, pues mientras el covid -por lo menos- lo controlamo­s con medidas de higiene, no hay mascarilla que le imponga decencia a quien no la tiene.

“Los más recientes en esta saga de corrupción -de esta era covidianas­on los alcaldes, algunos con apenas poco más de un año en el puesto”

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