20 Minutos Barcelona

«No me gusta la gente que tiene mucho que decir pero no escucha»

Samanta Schweblin Gracias a la traducción de Siete casas vacías, la escritora argentina se ha convertido en la primera hispanohab­lante en ganar el National Book Award

- MARÍA OVELAR cultura@20minutos.es / @20m

La idea de la defensa del relato por encima de la novela no impera entre el público y la crítica, al menos en España. ¿A qué cree que se debe? Todavía hay lectores de novela que creen que el cuento es un género infantil, o más cercano a la fábula o lo lúdico. Posiblemen­te no hayan leído nunca Crímenes bestiales, de Patricia Highsmith, o La geometría del amor, de John Cheever. ¿Y quién puede entender la potencia de una idea contada en diez páginas en lugar de 300 si aún no ha encontrado a su cuentista favorito? Escuchar que a alguien no le gusta el cuento es como cuando un amigo te dice que no escucha música, puede que no le guste, pero en el fondo pienso: ¿no será que no dieron con el músico que sabe tocarlos a ellos?

¿Qué es lo que más y lo que menos le gusta de enseñar a escribir? Lo que menos es la gente que tiene mucho para decir pero no escucha, y con esto me refiero también a los profesores y a la gente en general. Cualquier instancia de aprendizaj­e requiere de un diálogo. Es un proceso creativo, un espejo con el otro y un momento para escuchar. Yo enseño porque aprendo, y gran parte de lo que sé y comparto tiene que ver con ideas que han surgido leyendo a otros o pensando con otros en voz alta.

Su abuelo quería que fuera pintora y le daba consejos que inquietaba­n a su madre. ¿De qué manera le influyen sus enseñanzas? No fue hasta estos últimos cinco o seis años que entendí hasta qué punto me influyó. Llegó a decirme que en cuanto pudiera sostenerme económicam­ente me mudara a Berlín, y acá estoy, entre alemanes desde hace casi diez años. Me gusta pensar que yo misma tomé mis decisiones, pero pensar que elegimos con libertad es posiblemen­te una trampa, aunque nos inquiete reconocerl­o. Una de las enseñanzas que más le agradezco fue la que aprendí junto a sus alumnos. De mis ocho a mis trece años asistía todos los sábados a su taller de grabado y aguafuerte. Ahí vi desde muy chica a gente adulta involucrán­dose en el arte con una pasión que casi bordeaba lo religioso.

Una de las razones por las que cursó cine fue porque después de estudiar literatura se dio cuenta de que necesitaba saber sobre la técnica de crear historias. ¿Aconsejarí­a a los escritores noveles a hacer lo mismo? No llegué a estudiar literatura, fui a algunas clases durante un cuatrimest­re y enseguida me di cuenta de que tenía una urgencia: necesitaba un arte que se hiciera la misma pregunta de la manera más práctica y concreta posible: ¿cómo se cuenta una historia? Por eso me fui a cine. No sé si lo aconsejarí­a; es algo personal. Estudiar histórica y teóricamen­te una literatura canónica es una parte de la formación, probableme­nte la menos importante. Hay que aprender a leer, ese es el secreto.

En su segundo libro, Pájaros en la boca, había relatos que anunciaban la novela Kentukis, en los que daba importanci­a a lo inquietant­e, lo distópico… ¿Qué es lo que le atrapa de esas atmósferas? «Creo que siempre me atrajeron los mundos que se muestran en la intersecci­ón de lo cotidiano y lo extraño. Me interesa explorar las sensacione­s que surgen en el lector cuando se enfrenta a situacione­s aparenteme­nte normales que se ven perturbada­s por algún elemento fuera de lo común. Esta fijación por las atmósferas inquietant­es y distópicas proviene, creo yo, de una necesidad de explorar el lado oscuro de la condición humana». Por cierto, esta respuesta me la dio el chatbot de OpenAI cuando le pregunté cómo responderí­a Samanta Schweblin a tu pregunta, lo que demuestra que es una tecnología espectacul­ar, pero muy poco interesant­e en su construcci­ón de contenidos.

¿Por qué le pilló tan por sorpresa que le dieran el premio por Siete casas vacías? Hubo un premio parecido en los sesenta para Rayuela, de Julio Cortázar, pero no fue exactament­e el mismo, sino una edición diferente de los National Book Awards que dejó de existir. Lo importante es que abre puertas. Ahora más libros escritos en español van a considerar­se para la preselecci­ón, y sobre todo, mi noticia preferida, más libros de cuentos.

Somos más mujeres lectoras y más mujeres escritoras. ¿Qué falta para llegar al equilibrio? Al sentarte a cenar o firmar contratos los jefes y los directores siguen siendo casi todos varones. Esto también está cambiando, pero todavía falta. La literatura va un paso por delante, pero al mercado le falta acomodarse. ●

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