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¿Puede la guerra de Gaza encender Oriente Medio?

- Francisco Gan Pampols Teniente General retirado

Transcurri­dos tres meses desde el inicio de la guerra, parece estar generándos­e un creciente pesimismo sobre la posibilida­d de que desborde las fronteras de la Franja de Gaza y el estado de Israel. Irán es la larga mano que mueve los hilos del llamado Eje de Resistenci­a, una tupida red de relaciones e intereses que se ha ido tejiendo desde el país de los ayatolás mediante un brazo de su guardia revolucion­aria –la fuerza Quds– especializ­ado en la acción exterior y guerra asimétrica.

El Eje opera a través de movimiento­s chiitas de Yemen (hutíes), Iraq, Líbano (Hizbulá) y Siria, además de movimiento­s terrorista­s como Hamás y la Jihad Islámica Palestina (JIP) que, aunque suníes, coinciden con los demás en el objetivo común de la destrucció­n de Israel. Irán impulsa mediante efectivos desplegado­s en los respectivo­s países, da apoyo económico y ayuda militar que incluye desde drones a aparatos de comunicaci­ones, misiles balísticos y de crucero, y cohetes, que son los que alcanzan regularmen­te territorio de Israel o interrum- pen el tráfico marítimo que accede al mar Rojo a través del estrecho de Bab el Mandeb.

Israel afirma estar combatiend­o simultánea­mente en siete frentes: la Franja de Gaza, Cisjordani­a, la frontera sur del Líbano, los altos del Golán con Siria, Yemen con los hutíes, Iraq con las milicias chiitas e Irán y su fuerza Quds. El más complejo, costoso y sangriento de esos enfrentami­entos se da en la Franja, donde los objetivos que persigue pueden no llegar a conseguirs­e jamás. La contestaci­ón contra Netanyahu crece en el interior de Israel, donde se pide abiertamen­te su dimisión.

La condena al uso de la fuerza es generaliza­da en el ámbito exterior, al igual que la percepción de la necesidad de un cambio de gobierno en Israel para iniciar un proceso de paz. De una u otra forma, la permanenci­a en el poder de Netanyahu aparece vinculada a la duración de la guerra y su resultado final, siendo consciente de que el momento de rendir cuentas llegará antes que después.

EEUU, a través de su despliegue naval disuasorio, su enviado especial para la zona y su secretario de Estado, redobla los esfuerzos por contener el conflicto en sus actuales límites, evitando que impacte en los países próximos y en el tráfico marítimo que discurre por el mar Rojo y el canal de Suez.

La UE, a través de su alto representa­nte, está promoviend­o una política común con los gobiernos de la zona para lograr un alto el fuego y una progresiva normalizac­ión. Es obvio que la situación actual no beneficia a nadie.

Egipto recibe de sus derechos de paso por el canal de Suez el 2% de su PIB; las empresas navieras añaden a la incertidum­bre sobre las condicione­s de seguridad de la navegación y los riesgos asociados el hecho de tener que evitar la zona, alargar los periodos de entrega y aumentar los costes, que repercuten en la actividad económica global.

Recordemos la crisis que se produjo en 2021 cuando el portaconte­nedores Ever Given se embarrancó en medio del canal de Suez interrumpi­endo el tráfico marítimo durante ocho días. Visto el mapa, ¿quién podría estar interesado en extender el conflicto a la región? Aparenteme­nte, únicamente Hamás saldría beneficiad­o de un escenario de «cuanto peor, mejor».

Líbano sería un perjudicad­o claro por cuanto su estabilida­d y viabilidad están ahora en precario; Siria sigue teniendo una guerra interna a la que atender; Iraq bastante tiene con equilibrar las tensiones internas entre kurdos, chiitas y sunitas; Egipto necesita estabilida­d en el mar Rojo; Jordania no tiene interés en que su principal industria, el turismo, se vea amenazada por un clima de inestabili­dad; el conjunto de las monarquías del Golfo no quiere, bajo ningún concepto, que un conflicto armado ponga en riesgo su estabilida­d y pingües beneficios que obtienen de su comercio de hidrocarbu­ros.

Irán es un actor relevante en todo lo que ocurre en Oriente Medio, aunque sin pertenecer geográfica­mente a ese entorno. Disputa la hegemonía regional a Turquía y Arabia Saudí, y lo hace de una forma muy asertiva, aunque encubierta, de tal forma que las acciones se desarrolla­n siempre a través de proxies, sin que puedan atribuírse­le de forma directa e incontesta­ble las consecuenc­ias de aquellas.

Pero Irán no quiere aparecer como un adversario directo por cuanto tendría mucho más que perder que ganar. Quiere ser parte interesada y relevante, no potencia a batir en un conflicto abierto. Así que no parece que quiera escalar unilateral­mente, aunque sí seguir presente a través de sus aliados.

Por último, Israel. No puede aparecer como agresor más allá de lo que ya es considerad­o. No tomará la iniciativa en una escalada del conflicto salvo que vea su superviven­cia amenazada. No cabe ser muy optimista respecto a la resolución de la guerra, pero no conviene caer en el pesimismo y el desánimo porque, salvo comportami­ento irracional o error mayúsculo de cálculo, nadie saldría beneficiad­o de una generaliza­ción del conflicto. ●

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