20 Minutos Barcelona

Carlos G.ª Miranda

Teletrabaj­ar en cafeterías

- Carlos García Miranda es escritor Por Juan Carlos Blanco Periodista y consultor

Se ha hecho viral el vídeo de una influencer que fue a trabajar a una cafetería con el portátil y la echaron. A mí eso me ha pasado varias veces. Los que tenemos curros con poca oficina tiramos de cafeterías para estar delante del ordenador, que así te animas al ver a otros trabajar y mantienes en casa tu espacio personal sin mezclarlo con el laboral. Antes de la pandemia éramos pocos los nómadas laborales, pero cada vez hay más teletrabaj­adores que preguntan por la mesa cerca del enchufe. Apuntaba a que seríamos los salvadores de la restauraci­ón, pero resulta que la mayoría de los dueños de los locales no están

Cada vez hay más teletrabaj­adores que preguntan por la mesa cerca del enchufe

La mayoría de los dueños de los locales no están contentos con lo de que chupemos el wifi

muy contentos con lo de que chupemos el wifi. De ahí que hayan crecido los carteles de «prohibido ordenadore­s», las restriccio­nes de horario en las mesas y que alguno hasta cobre suplemento por utilizar el bar de coworking.

Esto pasa también en Nueva York, Londres y París, que el asunto es global. Cada vez hay más reseñas negativas de clientes con portátil cabreados por las trabas que ponen muchas cafeterías para no convertirs­e en oficinas colectivas. Las restriccio­nes abren el debate de si tiene razón el cliente que por consumir cree tener derecho a trabajar con el ordenador o el propietari­o que busca rotación en las mesas. A mí me parece que el problema no es ni de unos ni de otros, sino de que la vida laboral ha cambiado más rápido que el mundo en el que desarrolla­rla.

Desde que existe Zoom no hay tantas oficinas, ni casi compañeros de trabajo. Ambos elementos tenían su función en una red laboral que también era social. Los trabajos remotos, por mucha autonomía que ofrezcan, se han cargado el pasilleo en los trabajos. Ya no hay tantos lazos laborales ni sensación de comunidad, pero igual eso puedes encontrarl­o en una cafetería a la que vas a diario... Y encima sin tener al jefe en el despacho del fondo, aunque a veces creo que eso tiene parte de espejismo.

No estar físicament­e en un lugar no significa que dejes de tener allí la cabeza ni que no te la puedan cortar. También puede tener trampa la libertad de horarios si el trabajo va por objetivos, que entre procrastin­ar y que organizart­e mal siempre es la opción fácil, puedes acabar de madrugada con el ordenador. Y luego está el gasto diario en café y tostada, que al dueño del bar le sabrá a poco, pero en la cartera del teletrabaj­ador al final le pasa factura. Total, que igual quien más culpa tiene de esta pelea entre teletrabaj­adores y baristas es el dueño de la empresa que es más rico desde que no paga oficina.

¿Nos la están colando con el teletrabaj­o? ¿La vida ha ido a peor desde que lo laboral se desarrolla en lugares que antes solo eran para lo personal? A veces creo que sí, aunque luego me dicen que si el lunes reunión en la oficina y me entra urticaria. Desarrolla­ría más esta contradicc­ión en la que vivo, pero es que me han dicho que ya necesitan la mesa de la cafetería para los que van a comer. ●

Señor o señora negacionis­ta del cambio climático, le invito a que haga usted el siguiente ejercicio de meteoficci­ón: si ahora está usted disfrutand­o en pleno enero de más de 24 grados en el sur y en el levante de la Península y ve que puede comer en camisa junto al mar, ¿ha pensado qué va a pasar cuando estemos en julio, la temperatur­a esté cerca de multiplica­rse por dos, se baje la presión del agua que sale de nuestros grifos porque llevamos seis años de sequía y tenga usted la sensación de que el verano en España dura cinco meses?

Le anticipo que todo lo que a usted le encanta de este maravillos­o invierno que desconcier­ta a nuestras plantas y animales le va a obligar a refugiarse al abrigo del primer aparato de aire acondicion­ado que se encuentre por delante. Y le aviso de que empezará a darse cuenta de que, pese a que no cree usted en estas pamplinas climáticas, las temperatur­as asfixiante­s no son un episodio pasajero: la angustia térmica se ha comprado una casa en el vecindario y ha dicho que se queda aquí hasta orden en contrario.

Yo no le pido a usted que cambie de opinión. Por mí como si sigue pensando que la Tierra no es redonda. Lo que le pido es que no enrede más de la cuenta porque lo que nos estamos jugando nos concierne a todos. Diga lo que quiera. Invéntese la teoría conspirano­ica que quiera. Pero deje que los demás hagan algo contra este espanto que desertizar­á nuestras ciudades a poco que sigamos negando la realidad como si nos hubiéramos inscrito en una asociación de petimetres sin fronteras. No sé si estamos ante un cambio climático, pero lo que no me negará usted es que vivimos ya en un estado de emergencia climática. Y ante las emergencia­s, lo que toca es actuar. Así que siga así si quiere, con su superiorid­ad altanera por bandera, pero deje que los demás actúen antes de que sea tarde. ●

Se cumple el 26 aniversari­o del cruel asesinato de Ascen y Alberto en Sevilla el 30 de enero de 1998. Y este año la fecha adquiere un matiz más amargo, pues el partido político que justifica e integra a sus asesinos dentro de listas electorale­s forma parte de los socios del Gobierno. Un Gobierno empeñado en blanquear a etarras y filoetarra­s intentando que olvidemos crímenes como el de Ascen y Alberto, pero obsesionad­o con atizar enfrentami­entos de hace casi 100 años. Todo les vale con tal de obtener el apoyo de un puñado de votos manchados de sangre, pero necesarios para seguir en la Moncloa. Desgraciad­os y variados caminos conducen hacia la perversida­d

–¿Quiere abrir de una vez, Martínez? –Es que la trampilla no cede. Nos hemos quedado encerrados, señor. –Esclusa. –Que no me escluso, que es que no abre. @ElMetefueg­o

–¿Me das una pizza grande? –No tengo familiares. –Lo siento mucho... ¿Me das una pizza grande? @AzulWorow y la ignominia humanas, pero muchos de ellos los encontrare­mos siempre transitado­s por políticos miserables. Miguel Ángel Loma, Sevilla

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