Decorar las armas
«a la hora que sea», las alarmas antiaéreas de Kiev suenan alertando de un posible ataque. Los niños deben bajar ordenadamente al sótano. Varias salas con literas les esperan. Cojines de colores y algún peluche tratan de romper con la estética de lo que realmente es: un refugio antiaéreo. «Al principio de la guerra no había nada. Tenemos que arreglarlo poco a poco», cuenta Yuliya. Varios misiles impactaron en los muros del patio. Aunque hoy se han reconstruido, les recuerda a diario la acertada decisión de evacuar a los niños ante la inminente llegada de
Una profesora nos invita a ver la artesanía que hacen los niños. Desde bolas de Navidad hasta sacos de tela para decorar la casa. «Hacemos esto para luego venderlo», explica. También mandan velas hechas a mano para que los soldados puedan mantenerse calientes y preparar comida. «Los jóvenes nos piden hacer algo para ayudar y esta es la mejor forma que tenemos», reconocen. Ya han conseguido enviar tres drones al frente gracias al dinero recaudado, afirman orgullosos.
Las adopciones son cada vez más escasas. Las familias extranjeras ya no pueden adoptar en Ucrania y, en las condiciones actuales, no muchas ucranianas pueden hacerlo, confirma la directora. A los 16 años les espera una vida fuera de estos muros, aunque muchos de ellos vuelven regularmente cuando necesitan algo. Los niños siguen creciendo y, por ello, todas las trabajadoras insisten en que sientan ese lugar como una casa. La guerra decidió por ellos. Pero en la medida de lo posible, intentan combatirla. ●
trabajar, recibir asistencia médica y estudiar durante un año –prorrogable hasta tres– sin tener que pedir asilo.
Aprendiendo castellano con su móvil, Oksana empezó a trabajar en limpieza y cuidando a una anciana francesa. «Hemos recibido muchísima ayuda de los españoles», agradece. Cuatro días a la semana se reúne con otros ucranianos en la Puerta del Sol para pedir fondos para su país. Es su lucha, la lucha contra el olvido. «Tenemos mucho miedo de que la gente se olvide de Ucrania», admite. «Nos gustaría venir a otro país como turistas y a dar un paseo, pero ahora tenemos que luchar». ●