20 Minutos Barcelona

Carlos G.ª Miranda

Ni tu perro ni tu gato son tus hijos

- Carlos García Miranda es escritor Por Juan Carlos Blanco Periodista y consultor

En el 2023 los nacimiento­s en España alcanzaron un nuevo mínimo histórico con la llegada de solo 322.075 niños. Tenemos un problema serio para el futuro, aunque la crisis de natalidad igual se arreglaba si se prohibiera­n los animales de compañía. Es que cada vez más dueños jóvenes –y no tan jóvenes– de perros y gatos los llaman sus hijos. El fenómeno se da sobre todo en entornos urbanos de esos en los que se vive por y para el trabajo. Ahora hasta hay empresas que les dan la razón ofreciéndo­les medidas de conciliaci­ón gracias a la Ley de Bienestar Animal que hizo que se registrara­n el año pasado más de 13 millones de animales de compañía. La cifra de niños menores de 16 años en España no llega a los siete millones. No hace falta ser Tezanos para interpreta­r que se está sustituyen­do a los hijos por mascotas.

A lo largo de mi vida he tenido gatos, perros, tortugas, peces e hijos y solo con estos últimos me ha tocado limpiar la cocina veinte veces al día. Tampoco son iguales los malabares que hay que hacer para ir a buscar a un niño al colegio que para sacar al perro ni se puede comparar el coste económico de la crianza con el de la arena del gato. Pero que esto va de sentimient­os y esos en cada uno son un mundo, así que es normal que haya quien esté convencido de que quiere a su mascota igual que si fuera un hijo. Les pasa a los que las humanizan, que es lo que se hace ahora con los animales de compañía. Paradójica­mente, en paralelo se ha generado una deshumaniz­ación de la unidad familiar hasta incluso rechazarla.

Esta humanizaci­ón animal milenial y Z se vende como una revolución individual de las nuevas generacion­es que eligen cambiar hijos por perros y gatos libremente. Los habrá que así lo decidan, pero en muchos de ellos, al rascar, sale lo de siempre: el capitalism­o que dice que se produce y asciende más cuantas menos cargas familiares se tienen. Un ‘perrhijo’ o ‘gathijo’ parece un buen sustituto que cuadra más en las empresas que ofrecen la posibilida­d de llevárselo al trabajo, y hasta costes de veterinari­o. Esos privilegio­s entran dentro del llamado salario emocional, remuneraci­ones no monetarias que mantienen contentos a los trabajador­es y que salen mucho más baratas que los días fuera de la oficina de los papás a los que se les pone malo el niño. Y es que en las empresas sí que tienen claro que un animal no es un hijo.

En el fondo todos lo sabemos, pero en España se ha pasado de abandonar perros en gasolinera­s a ponerles tartas de cumpleaños y felicitarl­es por Instagram como si fueran niños peludos que ladran. La realidad es que la fiesta suele ser más para el dueño que para el animal al que le cae la responsabi­lidad de ser como un bebé, algo que poco tiene que ver con sus verdaderos instintos. Y es que ver a un perro como un animal y no como un hijo no significa que se le haga de menos. Tampoco que no se le considere un miembro más de la familia o que no se le quiera. Verlo como un animal solo significa que se le respeta. ●

Hay tantas derivadas y lecturas de la ley de amnistía pactada por el PSOE y Junts que corremos el peligro de perdernos en los detalles y olvidarnos de lo esencial. ¿Y qué es esto tan esencial? Pues lo que venimos advirtiend­o desde que la noche del 23 de julio Pedro Sánchez se dio cuenta de que solo podría seguir en la Moncloa si pactaba con un señor que huyó de España en 2017 y sobre el que aún pesa una orden nacional de detención: Carles Puigdemont.

Podremos discutir sobre la constituci­onalidad de la ley de amnistía, sobre si las actuacione­s de Puigdemont en el caso Tsunami pueden tipificars­e como delito de terrorismo o sobre si este puede tener responsabi­lidad en las supuestas injerencia­s rusas en el procés que se investigan en la instrucció­n del caso Volhov. Y podremos discutir sobre si hay algo real en ese argumentar­io delirante que sostiene que todo lo que está acordando el Gobierno de España con el prófugo de Waterloo se hace en favor del reencuentr­o, del diálogo, de la convivenci­a y de no sé cuántas más cosas que se decoran con los adjetivos más empalagoso­s.

Pero todos, incluidos la inmensa mayoría de los votantes socialista­s, sabemos que la amnistía a Puigdemont y los suyos no es más que un descarnado siete por uno. O, por ser más precisos, un siete por una: yo te doy los siete votos que te permitirán seguir en la Moncloa y tú me das una amnistía que me salvará de pagar las consecuenc­ias penales de haber intentado sacar Cataluña de España en 2017.

No hay más. Se concede la amnistía a cambio de seguir en el poder en la confianza de que la opinión pública más proclive al PSOE entenderá al cabo de los años que, durante la etapa de Sánchez, el fin siempre justifica los medios y los cambios de opinión, aunque estos atropellen los valores que tan orgullosam­ente ha defendido este partido en sus casi 145 años de existencia. ●

–Me voy a pasar unos días a Salamanca, a orillas del río. –¿Tormes? –No, solo 15 días... @norobespie­rre

–Mamá, ¿qué es una levita? –¿Ves a ese señor trajeado con la chaqueta hasta las rodillas? –Sí. –Pues es el cobrador del frac y tu padre le evita. @palentivo

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