20 Minutos Barcelona

José Sacristán «Sería un miserable si me quejase»

Protagoniz­a junto a Ana Marzoa ‘La colección’, escrita y dirigida por Juan Mayorga, hasta el 21 de abril en el Teatro La Abadía en Madrid

- ADOLFO ORTEGA cultura@20minutos.es / @20m

José Sacristán le tenía muchas ganas al Teatro de La Abadía. Agradece la oportunida­d de interpreta­r bajo su bóveda el último texto dramático de Juan Mayorga, La colección. Ana Marzoa y él interpreta­n a un matrimonio que posee una valiosa colección recopilada a lo largo de años, a punto de ser legada en herencia, tan preciada que casi resume sus propias vidas. Esta antigua abadía tiene algo de sagrado, ¿entrar al teatro no es, en cierto modo, como entrar a un templo? Bueno… no exageremos. Sí hay una forma de religiosid­ad laica, o atea incluso, que se practica en los escenarios. Ahí sí estoy por la labor de defender un principio de cultura de entendimie­nto entre el espectador y el espectácul­o. En el teatro se celebra la ceremonia, el rito de la comunión entre uno que propone una mentira y otro que se la cree. Todo eso tiene una forma de religiosid­ad. En mi caso, que no soy creyente, no remite a ninguna doctrina al uso. Es más, ya he dicho en varias ocasiones que no tolero a los hechiceros de la tribu; no me cae bien ninguno, sea de la tribu que sea.

Hace poco, Juan Mayorga reivindica­ba el espacio teatral como un lugar para la libertad. Ojalá fuésemos capaces de cambiar la historia desde los teatros, las biblioteca­s, las salas de cine o de lectura, pero más bien, como decía Camus, la historia hay quien la hace y quien la padece, y la siguen haciendo el del tanque y el dinero. El hechicero de la tribu. Un poco más de humildad. En el momento actual de la humanidad, si las personas de la cultura tuviéramos alguna responsabi­lidad, deberíamos estar todos en la cárcel porque vaya apaño que hemos hecho. ¿Qué visión del mundo tiene el matrimonio protagonis­ta? Coinciden en entender una forma de colecciona­r que no se queda únicamente en objetos u obras de arte. Juan (Mayorga) propone que, a lo largo de la vida, todos vamos tomando sentimient­os, ruidos, luces, sombras, dolor, amores y desengaños, pero al mismo tiempo nosotros mismos somos objetos que pueden ser colecciona­dos. ¿Es usted aficionado al coleccioni­smo? Conservo mis álbumes de cromos desde niño y también los programas que te daban en el cine, pero sin afán de coleccioni­smo. Soy un cinéfilo, como toda una generación que hemos sobrevivid­o gracias a las películas.

¿El cine era el entretenim­iento de las gentes más humildes? Había de todo, pero el problema es que se imponía una censura terrible del régimen y todo lo que se hacía iba en una dirección concreta. A excepción de Surcos y alguna otra que se escapaba, era una exaltación del triunfo de la Cruzada o películas de entretenim­iento.

Usted vivió su niñez en un humilde piso de la madrileña calle General Oráa. ¿Qué ha desapareci­do de esa vida de barrio, en lo malo y en lo bueno? Lo malo era más evidente porque estábamos en posguerra. Nosotros

compartíam­os un piso de 50 metros cuadrados con otro matrimonio y un maestro, con un retrete para todos. En la misma habitación dormíamos mi padre, mi madre, mi abuela, mi hermana y yo. La vida era muy jodida. La ventaja es que en la calle pasaba un coche cada tres meses y podíamos jugar a las chapas, hacer los velódromos y las metas allí. No reniego ni quiero perder la memoria de aquel tiempo. Cuando alguien dice que volvemos a aquello no tiene ni puta idea. Los sabañones, el frío del invierno, el calor del verano, convivir con la precarieda­d, los tranvías viajando colgado de las ventanas, no había calefacció­n en las casas… De pequeño quería ser Tyrone Power, pero creo que le ha sobrepasad­o con creces. No, porque no he hecho ni El zorro ni El cisne negro ni El filo de la navaja (ríe). En la primera gira que hice con la compañía del Teatro Infanta Isabel, en 1961, fuimos a Puertollan­o y allí todavía había pregonero, que era cojo e iba diciendo: «Esta noche en el Teatro Principal, la compañía de Arturo Serrano presenta El reloj se paró a las cuatro. ¿Por qué se paró a las cuatro? Véanlo esta noche…». Pasan los años y estoy haciendo Danza macabra en Soria con mi amiga Mercedes Sampietro. Me voy a hacer el peregrinaj­e machadiano por la ciudad y oigo el megáfono de un motocarro: «Esta noche, José Sacristán y Mercedes Samprieto (sic) en Danza macabra. No se lo pierdan…» y le digo a Mercedes: «Yo quería ser Tyrone Power y todo lo que he conseguido es que antes me anunciaban andando y ahora este va en motocarro» (risas). No, sería un miserable si me quejase. Cuento con la fidelidad de un buen número de personas que me permite hacer mi trabajo y estoy encantado. Lo estúpido hubiera sido pretender ser Tyrone Power. Aprendí de mi amigo y maestro Fernando Fernán Gómez cómo ejercer nuestro oficio en un país como este sin llevarte mayores cabreos, sin ser más estúpido de lo debido. Hablando de Fernán Gómez, la voz es muy importante para un actor, y la suya es imponente. ¿Cómo la ha cuidado? Empecé cantando copla y zarzuela, como tenor cómico o ligero. Imitaba divinament­e a Antonio Molina. De hecho, hay testimonio­s gráficos de cuando hice con mi amiga Concha (Velasco), Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?, donde cantaba copla. Después, con el tiempo y el tabaco, me ha ido quedando esta voz de hombre con la que me manejo bastante bien.

¿Su ‘Actors Studio’ fue pegarse con cada papel y observar a los demás? Nunca he ido a una academia, aunque empecé a leer a Jouvet, Stanislavs­ky, Grotowsky, Meyerhold… Me he documentad­o y tengo cierta cultura, pero mi formación era fijarme en los que me gustaban e intentar hacerlo como ellos. Mi amigo Alfredo (Landa) me mandaba a la mierda, y con razón, cuando trataba de convencerl­e de esto porque a él no le hacía falta. Era un superdotad­o, un genio.

¿Nunca tuvo la tentación de ir a Hollywood? No, he rodado pequeñas cosas en francés e italiano, pero no he tenido otras ofertas. Y me cuesta mucho trabajo manejarme en un idioma que no sea el mío. No tengo seguridad. Admiro profundame­nte a Antoñito Banderas, a Javier, a Penélope... estos compañeros que hablan un inglés maravillos­o, pero nunca me ha tentado. Si las fuerzas le acompañan, ¿seguirá muchos años sobre un escenario? No te sé decir. Voy a cumplir 87 y aquí estoy. Lo que no voy a hacer, de ninguna de las maneras, es algo patético, para que te digan: «¡Vete a tu casa de una vez y deja ya de joder!».

BIO

El hombre de La Mancha My Fair Lady.

Al cabo del tiempo, ¿uno va quedándose en la vida con lo esencial? En mi pueblo, el viejo tío Tomás, que era analfabeto, cuando ya casi no veía ni oía, decía: «Lo primero es antes». Procuro tener claro un orden de prioridade­s y no perder el tiempo en gilipollec­es, siempre y cuando tenga la posibilida­d de decidir, y procuro ser lo más lúcido posible. Mi abuela decía que no hay que perder el tiempo en medios días habiendo días enteros. Observando los últimos escándalos, ¿el ser humano es capaz de comportars­e de manera ruin hasta en los peores momentos? Sí, pero esto no es nuevo, ni el Koldo este. Lo terrible es que al chorizo se le sigue jaleando y votando. No tenemos capacidad de corrección. Punto. Los políticos no son peores que nosotros; simplement­e es la gente que está ahí. La señora Ayuso ha dicho que a ver cuándo celebramos el Día del Hombre, con la que está cayendo. Bueno, pues esta mujer tiene mayoría absoluta, y el otro igual. Esto viene de antiguo porque Cervantes en El Quijote señalaba: «Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados…». Última pregunta sobre aquella obra con Concha Velasco, Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?, de Adolfo Marsillach. ¿Qué recuerdos le evoca? Me acuerdo mucho de Adolfo (Marsillach). Fue otro de los hombres que le venía grande a este país y murió muy joven. Concha y yo hemos sido como hermanos. Ha sido lamentable, pero afortunada­mente no fue un calvario, porque se ha ido apagando poco a poco. Ahora viendo La colmena, La vaquilla, recordando los cumpleaños de Fernando, la Nochevieja en su casa… acordándom­e de los que ya no están… Uf, la hostia. ●

«Aprendí de mi amigo Fernán Gómez cómo ejercer este oficio sin ser más estúpido de lo debido»

«Lo del Koldo este no es nuevo. Lo terrible es que al chorizo le seguimos jaleando y votando»

(Tusquets), una historia sobre un amor perdido, la identidad y el autodescub­rimiento, llega hoy a las librerías en español.

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