Joaquim Coll
Cordialidad portuguesa, ‘com certeza’
Desde hace años algu- nos sentimos por Portugal envidia sa- na. Pese a tener un PIB algo inferior a España, su sistema educativo saca mejores notas, hay menos desigualdades so- ciales y el clima institucional es leal y respetuoso. Mientras aquí la política es un duelo a garrotazos, en el país vecino hay cordialidad entre los dos grandes partidos.
El socialista António Costa llegó al poder en 2015 gracias a una moción de censura con otras fuerzas más a la izquier- da, algunas bastantes radica- les. Sin embargo, la derecha supo hacer una oposición constructiva y arrimó el hom- bro durante la pandemia. Los aciertos en la gestión y el tono
Portugal muestra que la confrontación no tiene por qué imponerse a la concordia
En España la política siempre ha tenido grandes dosis de crispación
afable del líder socialista le va- lieron una histórica mayoría absoluta en 2022. Hace unos meses, un escándalo de co- rrupción, minúsculo y aún por dilucidar, llevó a Costa a dimi- tir. En España, un comporta- miento tan ejemplar es inima- ginable. Se convocaron nue- vas elecciones, y el centroderecha (Alianza De- mocrática) se impuso por muy poco al Partido Socialista. La sorpresa fue el crecimiento de los ultras de la Chega. Pero el fin de las mayorías absolutas no ha llevado a una dinámica de bloques, y ahora es la izquierda moderada quien se muestra dispuesta a colaborar con el futuro primer ministro Luis Montenegro.
Los paralelismos son a veces tramposos, pero Portugal muestra que la confrontación no tiene por qué imponerse a la concordia. El diálogo como actitud siempre es mejor. En el país vecino la derecha no pacta con la extrema derecha, prefiere gobernar con mayor fragilidad, mientras los socialistas no han sido nunca rehenes de otros extremos. Cierto que en Portugal los partidos regionalistas están prohibidos, y eso limita las tensiones territoriales. En España sería constitucionalmente imposible, socialmente inviable, pero tampoco justifica que toda la política nacional esté supeditada desde hace una década a lo que sucede en Cataluña. O ahora mismo a la espera de cómo quede la relación de Pedro Sánchez con sus socios independentistas tras las autonómicas del 12 de mayo, lo que ha impedido de entrada que se aprueben nuevos Presupuestos.
Cada país es diferente, y en España la política siempre ha tenido grandes dosis de crispación. Ahora bien, los que tenemos una edad recordamos que la rivalidad no estaba reñida con la cordialidad de fondo entre Adolfo Suárez y Felipe González, o entre Manuel Fraga y Santiago Carrillo. Se dirá que eran otros tiempos, pero objetivamente eran peores desde muchos puntos de vista, empezando por la economía. El franquismo no era un lejano espectro, como lo es ahora, y ETA existía y mataba. Hoy el panorama político es desolador y merece una censura general hacia todos, mientras sentimos envidia de la cordialidad portuguesa, com certeza.●
Vivo en el sur de Francia, en un barrio gentrificado donde lo que más se valora de una vivienda es su tranquilidad. Los nuevos edificios se enorgullecen de disfrutar de un silencio sepulcral, no hay vecinos gritones ni música alta ni llantos de niños. También hacen gala de un olor aséptico, con escaleras muy limpias por donde nunca se cuela el olor a potaje, a fritanga, a curry, ni siquiera a bizcocho. Parece una buena idea, pero es lo más parecido a estar más solo que la una. Y yo que amo el silencio, echo de menos esos cantares que a media mañana se colaban por el patio de la casa de mis padres cuando era niño, la sintonía de la radio encendida…, no sé, algo de vida.
En los centros históricos de las grandes ciudades de España está pasando algo parecido. Grandes fortunas inversoras están comprando edificios enteros que han pasado de ser bulliciosos y llenos de música a estar callados y aburridos. La multiculturalidad es un incordio. Los nuevos propietarios dictan cómo debe ser, oler y sonar el sitio que acaban de conquistar a golpe de talonario. Soy el primero en buscar tranquilidad y abominar del reguetón a todo trapo, pero una cosa es respetar el descanso de los demás y otra convertir los barrios en silenciosos cementerios por cuyas limpias calles tan solo circulan los repartidores de comida basura, esa que ni huele fuerte ni ensucia las cocinas pero nos enferma.
Paradójicamente, al mismo tiempo aceptamos la conversión de algunas calles céntricas en restaurantes a cielo abierto donde, ahí sí, se puede hacer todo el ruido que se quiera a mayor gloria del negocio. Porque encima de esos bares ya no vive nadie. Y si queda alguno está más callado que un muerto, no lo vayan a echar. O montar un Airbnb. ●
–Mi primo ha conseguido que lo contraten como ascensorista en la Torre Eiffel. El trabajo de su vida. –Y de bajada. @regresandovoy
–¿Es aquí el club de las expresiones de desprecio? –Sí. –Apunte meh. @LarryWalters_