La soledad del banco azul
En los ministerios de asignación podemita todos se sentían a cubierto, fuera del radio de acción de Sánchez
En los de cuota socialista cundía la incertidumbre por si el movimiento acabara arrastrando a más
Eran las nueve de la mañana y a nadie le subía la bilirrubina. Se presentía la primavera y las temperaturas habían ganado unos grados centígrados. Empezaba a cambiar el aire con la proximidad de los relevos en el Gobierno. Había que cesar a las ministras de Industria, Comercio y Turismo, Reyes Maroto, y de Sanidad, Carolina Darias, predestinadas para encabezar las candidaturas a los ayuntamientos de las ciudades de Madrid y de Las Palmas de Gran Canaria. En los ministerios de asignación podemita todos se sentían a cubierto, intocables, fuera del radio de acción de Pedro Sánchez, pero en los de cuota socialista cundía la incertidumbre por si el movimiento de las ministras de salida obligada acabara arrastrando a otras colegas. Entre los periodistas se detectaba un punto de interés adicional. La tribuna de prensa del hemiciclo, habitualmente desierta, registraba un cuarto de entrada, pese a la ausencia del presidente, Pedro Sánchez, que había cambiado la seda por el percal, el palacio de la carrera de San Jerónimo por la residencia de La Mareta en la isla de Lanzarote, para hacer el paseíllo y emplearse en la lidia de un mano a mano con el primer ministro de Portugal, Antonio Costa.
Los curiosos insaciables que cuestionen el lugar ele- gido para la cita debían saber que para el Falcon no hay distancias y que, además, la oportunidad de recuperar los recuerdos del premio No- bel José Saramago contados por Pilar del Río garantizaba un engarce hispano-luso fa- vorable.
La delegación que había embarcado la víspera en Torrejón para acompañar al presidente sumaba nueve miembros del Gobierno –vi- cepresidenta segunda, Yo- landa Díaz; vicepresidenta tercera, Teresa Ribera; y titulares de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares; Justi- cia, María Pilar Llop; Trans- portes, Movilidad y Agenda Urbana, Raquel Sánchez; Educación y Formación Profesional, Pilar Alegría; Cultu- ra, Miquel Iceta; Sanidad, Carolina Darias; y Universidades, Joan Subirats– y deja- ba otros tantos huecos en el banco azul que con el asigna- do al presidente en la cabe- cera hacían diez de un total de veintitrés disponibles. O sea, lo nunca visto. Por tanto, quedaban trece posibles culiparlantes que hubieran podido comparecer, pero esos descartados de Canarias tampoco estuvieron por la labor y apenas se asomaron a la sesión de control, de mo- do que, en ocasiones, el mi- nistro cuestionado era el único que se encontraba en la patera.
Sonaba la sintonía que anunciaba la inminencia pa- ra que se reanudara la se- sión. La presidenta, Meritxell Batet, estrenando blusa ce- ñida mil rayas de arcoíris, ocupaba su sitial. El orden de las preguntas había desaparecido en el mar de las ausencias. La vicepresidenta primera y ministra de Economía, Nadia Calviño, prefería retranquearse eligiendo intervenir al final de los turnos y todos los titulares de los distintos departamentos ministeriales se atenían al principio de evitar cualquier respuesta sobre la cuestión que les fuere planteada. Competían en agilidad a la búsqueda en los treinta años anteriores, e incluso más atrás a partir de la fundación de AP en 1976, de algún desastre atribuible a sus antagonistas de ahora. Luego, sin pausa, se lanzaban uno tras otro a recitar la consabida catarata de autoelogios, sin ahorrar cifras ininteligibles, seguros de que nadie las sometería a verificación y contraste. ¿Imaginan qué sucedería si un equipo periodístico afrontara esa tarea de modo que pudiera ofrecerse el resultado en la prensa de la mañana siguiente? Atentos. ●