20 Minutos Madrid

Mario Garcés La reputación política

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Cuando el tito Berni acudía al restauran- te de la Puerta de Al- calá conocido por el nombre del faraón Ramsés, dudo que supiera la diferencia geográfi- ca entre el Manzanares y el Ni- lo. Ramsés II ordenó la matan- za de todos los recién naci- dos judíos, entre ellos Moisés, pero fue la hija del rey la que rescató al bebé, quien, para entonces, navegaba en un ces- to entre juncos. La princesa se llamaba Meiamén, un nom- bre que evoca el grito de Patxi López: «A-ti-qué-más-te-da». Tito Berni, a lo que se ve, salaz y desenfrena­do, no era el ele- gido para recibir la tabla de los Diez Mandamient­os, porque, de haberlo sido, no habría cumplido exclusivam­ente, co- mo así hizo, con la regla de santificar las fiestas, sino que habría continuado la lectura mineral de las leyes y no ha- bría cometido actos impuros ni habría robado ni habría da- do falso testimonio ni habría codiciado los bienes ajenos.

Pero tito Berni ya no es tito Berni. El pájaro cabrero ya no se reconoce en las fotografía­s ni en la trama. Tito Berni es la encarnació­n de la estirpe sicalíptic­a de ciertos políticos en desuso que se deslumbran por las ‘Sombras’ en Madrid y por los restaurant­es de lujo. Pero hay que reconocer que no son todos iguales. En este asunto, donde hay morbidez por doquier, hay tres categorías de implicados: los delincuent­es, los incoherent­es y los improceden­tes. Tito Berni y su troupe de rufianes forman presuntame­nte parte de la primera categoría de los delincuent­es. Eran los que trincaban o cooperaban en el saqueo comanditar­iamente. En el segundo rango, en el de los incoherent­es, están los diputados que pudieron beneficiar­se del fornicio pagado. Eran los mismos que votaban por la mañana a favor de la abolición de la prostituci­ón y por la noche favorecían su expansión. Y en la tercera categoría viajan los improceden­tes, que estuvieron donde no debían estar. Aquí habría que destacar al inoportuno reincident­e, que gozaba de manduca gratuita con asiduidad, y al inoportuno aislado, que menuda le ha caído en su casa por estar donde no debía estar a horas de guardar. En todo caso, un daño irreparabl­e a la reputación política.

Berni, por lo poco que pude comprobar en el Congreso, no era un hombre de grandes lecturas. Tanto es así que, cuando escribo esta pieza, me viene a la cabeza la anécdota de un político conservado­r de nombre Abilio Calderón, a principios del siglo XX. Un día, siendo ministro, visitó Palencia y pronunció en la estación una arenga desde la ventanilla del vagón de Obras Públicas, donde naturalmen­te aparecían inscritas las iniciales O. P. El hombre, ni corto ni perezoso, gritó: «Ya lo dice aquí: ¡Onradez Palentina!». Pues eso, tito Berni, ‘el onrado’. ●

Tito Berni es la encarnació­n de la estirpe sicalíptic­a de ciertos políticos en desuso

El pájaro cabrero ya no se reconoce en las fotografía­s ni en la trama

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Mario Garcés es ex secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad
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