20 Minutos Madrid

Mario Garcés Lecciones de protocolo para iniciados

- Mario Garcés es ex secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad

Madrid ha dejado de ser, por unos días, la ciudad de los ma- drileños-gatos para convertirs­e en la ciudad en la que montones-de-mujeres-en-las- esquinas-lloran-por-mí, a decir del redentoris­ta Gustavo Petro que apareció en la tribuna del Congreso como un mesías con biografía en Wikipedia. Unos días antes, el gato Bolaños, emulando erróneamen­te a Daoiz y Velarde, quiso tomar el 2 de mayo la tribuna de la Co- munidad de Madrid al asalto, pero fue bloqueado por una re- vivida Agustina de Aragón, la que nació en Reus, con forma- ción en protocolo. Mientras tan- to, los ingleses coronan a Carlos

III y a Camila, o a Camila y Car- los III, tanto monta monta tan- to, con Kate Middleton vestida con los colores de Blancaniev­es. Shakespear­e aventuró la expre- sión «Más batallas se han gana- do con la sonrisa que con la espa- da», aunque, a decir verdad, en la celebració­n había sonrisas que mataban.

Pues bien, en todas estas con- memoracion­es, el protocolo es la substancia del poder, porque es el poder de la representa­ción y la representa­ción como poder. El poder en estas ceremonias no se ve ni se toca ni se oye, es algo inmensamen­te más sutil. El poder se agazapa detrás de signos y símbolos, se disfraza de ceremonial y protocolo. Su máscara es el ritual. Ya decía Jordi Pujol, el autoprocla­mado rey Ubú en Cataluña durante un cuarto de siglo, que «el protocolo es la plástica del poder». No en vano, el primer manual de etiqueta se escribió para el faraón del Alto y Bajo Egipto, quizá Ramsés I antes de convertirs­e en lugar de ocio en la madrileña puerta de Alcalá, 2.000 años antes del nacimiento de tito Berni. Por su parte, el primer código que hay como referencia de normas protocolar­ias es el Código de Hammurabi de hace 3.750 años. E incluso en el Antiguo Testamento hay pasajes donde se incluyen reglas ceremonial­es sobre la posición que correspond­e a cada uno en determinad­as celebracio­nes.

Dudo que en Inglaterra se produjera un incidente protocolar­io como el que se vivió en Madrid, más propio de un estrambote de Valle-Inclán en el Callejón del Gato. El gato Bolaños ignoró, muy a su pesar, que hay una selva estructura­da y no arbitraria de etiquetas, normas, protocolo y ceremonia que se debe cumplir. El protocolo es un arte hipercodif­icado en el que nada se deja al azar y donde la improvisac­ión ofende. «Solo los tontos se burlan del protocolo. Simplifica la vida», opinaba Talleyrand, porque llegó a conocer muy bien que, fuera del protocolo, solo existe el deseo, la ilusión y la posibilida­d. En cambio, el protocolo organiza, sobredeter­mina, dramatiza. El ritual es, en suma, un modo de poder. Del rito al mito solo hay un paso. Como también hay una distancia mínima entre el mito y el timo, y hay quien se afana cada día en practicar el innoble oficio de timador. Allá cada cual. ●

El poder en estas ceremonias no se ve ni se toca ni se oye, es algo inmensamen­te más sutil

El primer manual de etiqueta se escribió para el faraón del Alto y Bajo Egipto

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