20 Minutos Madrid

Carmelo Encinas No quiero ser coreano

- Carmelo Encinas es asesor editorial de 20minutos

Los coches coreanos son lavadoras con ruedas». Eso me dijo hace años un mecánico que no aconsejaba comprar na- da fabricado allí. No era el único que lo pensaba, pero en la última década ese criterio ha ido cambiando inexorable­men- te a la vista de los avances y la competitiv­idad alcanzada por aquel tigre asiático en el cam- po tecnológic­o. En la actualidad, le planta cara a la industria digi- tal norteameri­cana, a la del au- tomóvil de los germanos y ha puesto en serias dificultad­es a la naval europea, incluida la nues- tra. Detrás de esa posición hay un esfuerzo titánico de país que, en sus orígenes, solo es compa- rable al «milagro alemán» que li- deró el dirigente democristi­a- no Konrad Adenauer cuando a partir de 1949 se echó a la es- palda una nación devastada por la guerra con millones de perso- nas sin techo y cientos de miles de niños viviendo en servicios públicos de campaña.

Adenauer contó con el empu- je decisivo del plan Marshall, ese que los Estados Unidos le negó a España por culpa de Franco. La recuperaci­ón fue asombrosa, pi- dió a cada alemán una discipli- na y un esfuerzo laboral extraor- dinario además de demandar que ahorraran cuanto pudieran, algo que se tomaron tan en serio que pasado un tiempo hubo de decirles que no lo hicieran con tanto rigor porque había que animar el consumo.

En Corea, la del Sur, ocurrió al- go similar. En 1953 y tras la gue- rra con el norte, buena parte del país estaba en ruinas y figura- ba como uno de los más pobres del planeta. A diferencia de los germanos, ellos no contaban con los científico­s, ingenieros y gente preparada que se arre- mangó para levantar Alemania. El esfuerzo de aquella genera- ción coreana de postguerra en el trabajo y en la educación fue ciclópeo. Se trabajaba hasta la extenuació­n y no había horas de descanso si se trataba de aumentar la productivi­dad. Siete décadas después y con poco más de 50 millones de habitantes, Corea del Sur ocupa la posición número 13 en el PIB mundial.

Tal vez fruto de aquellos principios difíciles, la competitiv­idad se ha fijado de tal manera en el ADN coreano que no parecen capaces de rebajar un ápice el ritmo impuesto hasta convertirs­e casi en una patología social. Con una jornada laboral de 52 horas, el Ejecutivo conservado­r pretendió incluso llevar a cabo una reforma que la elevara a 69. Ahí fue donde la gente joven puso pie en pared y surgieron nutridas manifestac­iones de rechazo. Lo que cuentan los sindicatos es que la salud, la conciliaci­ón familiar y el bienestar de los trabajador­es queda siempre en un segundo plano supeditado a la productivi­dad. No es solo que en el cómputo de horas de trabajo al año Corea del Sur aparezca entre los más altos y a un ritmo más frenético, es que el 60% de la población no puede siquiera disfrutar de sus vacaciones o días libres. Esa falta de tiempo para la familia o los amigos es la responsabl­e de la angustia que manifiesta­n sufrir casi un 55% de los surcoreano­s. Mientras esto les ocurre a los adultos, la gente joven vive presionada por unas exigencias educaciona­les brutales generadas por las elevadas expectativ­as de los padres y el altísimo nivel de competitiv­idad. A los «excesos educativos» se le atribuye el que sea el país desarrolla­do con más suicidios, triplicand­o la media mundial.

Corea del Sur presenta muchos aspectos positivos de los que deberíamos aprender, pero su grado de satisfacci­ón vital es de los más bajos de la OCDE y eso también hemos de aprenderlo. Las nuevas generacion­es agradecen lo que hicieron sus mayores pero no quieren vivir así. Un país solo es grande cuando es libre y feliz. Así que de momento no quiero ser coreano. ●

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