Sílvia Pérez Cruz «La música limpia lo que duele»
«Se está perdiendo oficio en la música, hoy todo es efímero. Necesitamos tiempo para reflexionar»
La cantante presenta su nuevo disco, ‘Toda la vida, un día’, un álbum conceptual, el octavo, que empezó a fraguarse en el confinamiento
Incluso en el breve lapso de una entrevista en las oficinas de la discográfica Sony, Sílvia Pérez Cruz es capaz de contagiar su hermosa energía.
¿Por qué un disco conceptual y sinestésico alrededor de las etapas de la vida?
La idea surgió a mitad de proceso, tras componer una canción para la cantante argentina Liliana Herrero, que ahora tiene 74 años. También coincide con el momento en el que cumplo 40 años y puedo repasar lo que me ha ocurrido y lo que está por venir. Entonces, decido ordenar las sonoridades por movimientos, como se hacía con la música clásica.
En una de las canciones confiesa: «Quisiera cantar para curarme». ¿Cuánto hay de exorcismo, de sanación, en su arte?
Cantar y tocar en directo es reencontrarme a mí misma. Es algo místico que me ayuda a ubicarme y a celebrar la felicidad más absoluta, el amor más universal. La música limpia lo que duele: para mí es salud.
Afirma que cantar es como salirse de uno mismo, que cuando canta no es «ni joven ni vieja», porque «se para el tiempo».
Cuando canto, intento abrir puertas, no pensar, para que pase a través de mí toda la emoción. Después de un concierto, se me acercó una mujer y me dijo, «¿quién te ha contado mi pena que la has cantado?», y yo le respondí: «Es que no canto tu pena ni la mía; canto la universal». La mía toma tanto espacio que duele. Pero si le cantas a la alegría o al desamor, sanas y compartes.
«Mi pena toma tanto espacio que duele. Pero si le cantas a la alegría o al desamor, sanas»
En reflexiona sobre los límites de la palabra. ¿La música llega ahí donde la palabra no llega? Nombrar es imposible,
Sí. La música es para todos, para el más matemático, el más abstracto, el más culto, el más inculto… Es un milagro. No me deja de sorprender. Conmigo funciona como un termómetro: me dice cómo estoy. No la puedo engañar. Es un amparo.
En el tema Sin vuelve al saxo. ¿Cómo ha sido el viaje de regreso? El viaje con un instrumento es una relación de amor-odio. Transmitir lo que sientes con un instrumento requiere pasar por algo matemático, que, al principio, es contradictorio con la emoción. Pero con el tiempo, conectas y la técnica se diluye… es como si cantaras. Estudié saxo desde los siete años, piano desde los cinco, la guitarra estaba en casa… Tengo una relación diferente con cada instrumento. El saxo siempre fue mi instrumento; en mi pueblo todo el mundo sabía que lo tocaba. Cuando empiezo a cantar profesionalmente y me siento libre, el saxo se vuelve un freno. Siento que miento, porque tengo que traducir el sentimiento a la limitación de lo que hacen los dedos, una técnica que va evolucionando. Ahora, puedo volver y disfrutar. Es una manera distinta de expresarme.
Cuando crea música, ¿se lo pasa bien? Los ingleses, los franceses, hablan de jugar, play music. Yo me lo paso muy bien. Este disco me ha ocupado tres años: pensar lo que compongo, de qué color lo veo, la forma, el orden, cómo contarlo, cómo explicarlo… Son 21 canciones, 69 minutos, así que pienso en una serie: si alguien no puede hacer el recorrido entero, puede escuchar un movimiento –unos doce minutos–, como si fueran capítulos de una serie. Mi intención no ha sido limitarme a cuidar la canción; sino cada movimiento y el disco entero.
A las mujeres se nos sigue viendo como musas o intérpretes cuando somos creadoras, productoras… Hace poco dijo: «También pensamos. Mis discos me los produzco yo. Es triste tener que reivindicarlo, pero me voy dando cuenta de que es necesario. Si uno no dice nada, se presupone que no lo has hecho tú». Me nace contarlo porque se presupone que si no lo dices siendo mujer es que no lo has hecho tú. Siempre he estado comprometida con todo el proceso. En la discográfica me propusieron en esta ocasión hablar de cada parte del proceso de creación. Igual es mucha información, pero puede crear más conexión con las canciones.
Alejarse de las modas no es usual; en los 90 en lo alternativo se miraba fuera, se cantaba en inglés. ¿Cómo vive experimentar con el flamenco, la copla, la bossanova, las jotas? He estado enamorada de la música toda la vida, me cuesta mucho ordenarla en estilos; entiendo que cada uno tiene un lenguaje, pero para mí todo es música. Depende de lo que necesite expresar: necesito la fuerza del flamenco, pero quiero una actitud punky, unas letras poéticas, que suene popular y arriesgar con sintetizadores. Yo estoy abierta a eso y es algo que valoro en cada canción. ¿Falta oficio en la música? Se está perdiendo, sí. Creo que lo estoy reivindicando. Me gusta mimar la composición, las letras, los arreglos, la producción… dedicarles el tiempo que necesitan. Hoy todo esto es rápido, efímero y se descuidan muchas cosas. Eso sí, creo que hay que saber aprovechar el impulso. Estoy muy contenta de esa conexión tan directa con la palabra. Antes no la tenía. Todos estamos en una vorágine: encontrar el equilibrio entre la belleza del impulso y el tempo lento de la artesanía es clave. Necesitamos tiempo para reflexionar.