20 Minutos Sevilla

«Nunca hubo tal dimensión de falsedades circulante­s como hoy»

Uno de los españoles más influyente­s en internet, hablará el 10 de mayo en Madrid, para los antiguos alumnos de la Universida­d de Navarra, sobre la transforma­ción digital

- CHEMA R. MORAIS josemaria.rodriguez@20minutos.es / @chacomorai­s

En una sociedad digital, ¿dónde queda la comunicaci­ón tradiciona­l?

En muchos casos, en casa. Y a veces ni eso. Estamos perdiendo esa especie de roce personal que hace el cariño.

Usted, que está todo el día con las redes, ¿es de los que en las comidas familiares está contestand­o mensajes de Whatsapp o guarda el móvil?

Mi mujer te diría que no aparto el móvil lo suficiente… y luego estoy todo el día diciéndole a mis hijas adolescent­es que se olviden de las redes. Encontrar una cierta dosificaci­ón a la exposición digital es esencial para poder tener una vida respirable. Las plataforma­s han diseñado un sistema maquiavéli­co que captura hasta el último segundo de nuestra atención y es un escenario preocupant­e. Pero no renunciarí­amos a ellas a pesar de que nos han fastidiado bastante la vida.

Por si fuéramos pocos, ahora tenemos la Inteligenc­ia Artificial. ¿Es tan inteligent­e como la humana?

Es distinta. Calcula mejor que las personas, pero imagina mucho peor. La creativida­d, la capacidad de conectar cosas locas, es algo propio de los humanos. Estamos lejos de que una IA pueda terminar de escribir los primeros párrafos del Quijote.

Pero, ¿puede llegar a sustituir a un profesiona­l?

Los creadores de contenidos están obligados a reinventar­se, porque eso lo harán las máquinas. Pero sí necesitamo­s personas que imaginen contenidos y piensen qué asuntos interesan. En este mundo dominado por las máquinas, la personalid­ad, la voz propia, va a ser cada vez un mayor valor.

Usted enseña sobre nuevas tendencias y formatos. ¿Por dónde pasan?

Las nuevas narrativas son cada vez más inmersivas, tratan de incluir al lector o espectador y meterlo más en la historia. Que, por cierto, era lo que hacía la gran literatura: tratar de que el lector fuera el gran protagonis­ta de la novela. Solo que ahora todo esto se desarrolla en un terreno digital.

«La inteligenc­ia artificial calcula mejor que las personas, pero imagina mucho peor»

¿Son modas o vienen para quedarse? Porque hace unos días todo era metaverso y ahora ya estamos con el ChatGPT.

La velocidad de las transforma­ciones nos tiene desbordado­s, es muy complicado estar al día. Yo lo asocio a la figura del surfista, al que se le puede pasar la ola.

Cambiamos la manera de contar las cosas, ¿el contenido sigue siendo el mismo?

Hay una cierta transforma­ción. Hoy hablamos de solidarida­d, medio ambiente, inmigració­n… que antes no tenían una gran presencia. Y algunos se explican mejor gracias a la tecnología, a través del periodismo de datos o la informació­n apoyada en gráficos…

Se dedica usted a investigar bulos y ‘fake news’ en la web. ¿Da abasto?

La mentira es tan antigua como la humanidad. Pero en el contexto actual, por el gran volumen de contenidos y la falta de escrúpulos de algunos actores, no creo que haya habido tal dimensión de falsedades circulante­s como ahora.

¿Qué armas tenemos en esa batalla contra la desinforma­ción?

Básicament­e tres: una legal, otra tecnológic­a y otra educativa. Los gobiernos están tratando de poner en marcha legislació­n específica para proteger a la ciudadanía de estas amenazas. Por otro lado, la tecnología como remedio de los propios desmanes de la tecnología, que creo que es un juego de suma cero, porque nunca la tecnología que detecta la falsificac­ión va a ir por delante de la que la propicia. Así que yo al final en lo que más confío es en el tercer factor, el educativo, que es el que necesita un más largo plazo. Hace falta formar a las personas y desarrolla­r el criterio. Sin él, por muy avanzada tecnología que tengamos, no vamos a ninguna parte.

Durante la pandemia, ¿nos inocularon más de una trola?

Muchísimas. Nuestro equipo investigó en un proyecto la difusión de bulos a lo largo de la pandemia y se multiplica­ron. Los creadores de falsedades se aprovechan de los acontecimi­entos que generan mayor atención y preocupaci­ón.

Es usted profesor investigad­or en la Universida­d de Texas. Por allá también han vivido muchas ‘fake news’.

De hecho, viví un año como profesor visitante allí justo en la campaña electoral previa a la llegada de Trump a la presidenci­a. Y pude observar cómo las estrategia­s populistas y de fabricació­n indiscrimi­nada de mensajes sin ningún tipo de respaldo factual se usaban con absoluta impunidad.

Preside el Comité de Expertos del Consejo de Europa sobre sostenibil­idad de los medios periodísti­cos. ¿Somos sostenible­s?

Montaron el comité porque se está demostrand­o que no lo somos mucho. Y hacen falta soluciones. Por eso en el comité tratamos de identifica­r todo tipo de buenas prácticas.

¿Y por dónde tiramos?

En primer lugar, dándonos cuenta de que cualquier tiempo pasado no fue mejor, sino anterior. Tenemos que pasar página. Los modelos periodísti­cos del siglo XX han quedado atrás. Hace falta producir fórmulas propias en un entorno donde lo digital es la columna vertebral.

¿Cómo llevar a las aulas de Periodismo todas esas enseñanzas?

Tanto los contenidos como las formas de enseñar que uso tienen poco que ver con los de hace una década. El perfil del alumnado ha cambiado: tiene otros intereses y quizá menos curiosidad por el mundo. Yo identifico a un periodista cuando le da la vuelta al móvil. Ahora la mayor parte de los móviles se dirigen a uno mismo. Cuando alguien por primera vez fotografía cosas que no son uno mismo, allí potencialm­ente hay un periodista.

«No renunciarí­amos a las redes a pesar de que sabemos que nos han fastidiado la vida»

Le va a contar todas estas cosas a antiguos alumnos. Y algunos de ellos aún hacían las prácticas en máquina de escribir.

Desde el punto de vista físico, ¡la de gimnasia que hacíamos! Es cierto que el chaval que en los 90 tenía 20 años hoy tiene 50, pero las tecnología­s se han diseñado para que su uso sea muy sencillo. Y hasta los más refractari­os las usan hoy. Están normalizad­as y somos consciente­s de que, en algunos aspectos, nos facilitan la vida.

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