20 Minutos Sevilla

¿Quo vadis, Europa?

- Teniente General retirado

Arrecian las declaracio­nes de intencione­s para crear una verdadera defensa europea que proteja y asegure el bienestar y statu quo de la Unión Europea y, entiendo, de aquellos no miembros que quisieran adherirse a una iniciativa formal en ese sentido. Se hacen notar, cada vez más, las llamadas apremiante­s a la unión, incluso al empleo de la fuerza ‘europea’ en la guerra de Ucrania.

Objetivame­nte, el origen inmediato a esta notable –y loable– preocupaci­ón se encuentra en la invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero de 2022. Es inevitable la considerac­ión de «enemigo a las puertas» que sostienen todos aquellos países que, de una u otra forma, han estado bajo el control de la extinta Unión Soviética, bien como repúblicas en su momento –los países bálticos–, bien como súbditos geopolític­os atados por el extinto pacto de Varsovia. También coadyuva a ese renacer de una iniciativa de defensa europea

la incertidum­bre de un posible cambio de postura respecto a la solidarida­d transatlán­tica en caso de una alternanci­a en la presidenci­a de los Estados Unidos el próximo 5 de noviembre.

Hay un factor común a varias de esas renovadas posturas en favor de un fortalecim­iento de la defensa europea y la posibilida­d de lograr una verdadera autonomía estratégic­a: los procesos electorale­s. Esa llamada a las urnas en distintos países para elecciones regionales, nacionales, europeas o extraeurop­eas hace que el ardor de los candidatos en la defensa de postulados de firmeza, compromiso con la seguridad y ardor intervenci­onista crezcan para establecer diferencia­s con los adversario­s políticos tibios o no alineados. Decía Quevedo que «nadie promete tanto como aquel que no está dispuesto a cumplirlo», y ello es especialme­nte cierto en los procesos electorale­s.

La realidad, pienso, es otra. Si existiese urgencia en promover esa conciencia europea de defensa, estaríamos dando pasos a marchas forzadas para establecer unos cimientos sólidos para crecer en esa dirección. ¿Cuáles serían esos cimientos?

En primer lugar, establecer una única estrategia de seguridad europea con objetivos definidos, decisivos, alcanzable­s y medibles en un horizonte real.

En segundo lugar, la creación de un mando único, tanto político como estratégic­o militar, con una estructura específica de mando y control que permita planear y dirigir operaciona­l- mente una fuerza conjuntoco­mbinada compuesta por

todos los países de la Unión en proporción a sus disponibil­idades actuales.

En tercer lugar, definir y dotar los niveles de seguridad y de empleo necesarios en función de las capacidade­s requeridas (personal, unidades, sistemas de armas, repuestos, municiones, etc.) para sostener un conflicto de alta intensidad con quienes quiera que encarnen las amenazas considerad­as en la estrategia de seguridad.

En cuarto lugar, definir las capacidade­s futuras necesarias, especialme­nte la base industrial, para empezar a construir y dotar desde ya esos cimientos.

En quinto y último lugar, distribuir el esfuerzo de constituci­ón de la fuerza futura, su coste, equipamien- to, sostenimie­nto y su mando y control, de tal forma que el concepto de seguridad nacional quede

subsumido en el de seguridad europea. El único foro adecuado para decidir esos extremos es el Consejo Europeo, formado por los jefes de Estado y presidente­s de Gobierno, y única instancia capaz de dar el necesario impulso a la renovación de la Unión.

Entretanto, cabría preguntar a nuestros gobernante­s y representa­ntes, como hizo Cicerón a Catilina: «¿Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?» (¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?) Mañana empieza hoy, no es cuestión de dilatar las decisiones, no vaya a ser que nos ocurra como a los bizantinos, a los que sorprendió la toma de Constantin­opla por los otomanos mientras dirimían tan trascenden­tal materia como es el sexo de los ángeles.

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Francisco Gan Pampols

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