20 Minutos Valencia

Cómo contarán esto los libros de historia, cómo sabrán lo que nos cambió

El frente en el Dombás ha transforma­do a quienes decidieron luchar por su país

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«No me arrepiento de nada. Luchamos por nuestra libertad. Escribirán sobre nosotros en los libros de historia. Tal vez, algún día, alguien cuente sobre nuestros días aquí, en Donetsk», dice Christina con convicción. Ha transcurri­do casi un año desde nuestro último encuentro. En aquella ocasión, durante el viaje en tren de Dnipro a Pokrovsk, su entusiasmo era palpable al hablar de aquellos que defendían su ciudad natal. Ahora, a sus 33 años, es una de ellos.

Estamos en el Dombás y Christina y sus colegas aprenden a usar un dron para golpear con precisión el «paño blanco», es decir, un enemigo potencial imaginario. Ahora sus movimiento­s de recarga del rifle son totalmente seguros; ya no se percibe el nerviosism­o de la primera noche antes del entrenamie­nto, cuando todo eran dudas y decenas de cigarrillo­s.

Un soldado en su Facebook describía recienteme­nte su recurrente «falta de deseo» de volver al frente, los nervios y cómo se convierte en otra persona con cada rotación. Es difícil describir con más precisión lo que se siente al viajar a una zona de riesgo: el ecosistema del frente tiene sus propias leyes, en cuyo límite parece existir una cierta zona de dolor cuya entrada y salida no son fáciles.

Antes de regresar surgen el frío en las extremidad­es, el cansancio, la ansiedad. Después, un sentimient­o insoportab­lemente doloroso, como si te arrancaran de allí. Los lugares de refugio temporal se llenan de recuerdos que acaban como polvo y piedras. Es difícil notar los cambios propios aquí, pero los de los héroes de tus propios reportajes son sorprenden­tes. En meses se convierten en veteranos de esta guerra.

Nuestra Donetsk

En los altavoces suena un potente gangsta rap y el golpeteo de los bajos hace que el cuerpo vibre hasta las puntas de los dedos. Una botella de bebida energética yace en la mano del conductor. Buscamos en total oscuridad la dirección correcta.

Este invierno, la región emergió nuevamente como el centro neurálgico de los combates por Avdiivka que, tras una larga lucha, se convirtió en otro altar de sacrificio­s sobre el que el Kremlin colocó a miles de soldados. Ahora Avdiivka ya no es ucraniana. El país mantiene silencio sobre las pérdidas, pero unas semanas antes de la retirada de las tropas, los viajeros ocasionale­s en los trenes ya hablaban de ellas. «De los que empezaron conmigo, siguen luchando solo dos o tres personas. De los demás, 200 están muertos, 300 están heridos…», comenta un soldado de Infantería de 37 años de la 110.ª Brigada, cuya mano derecha se niega a funcionar del todo después de un bombardeo con morteros.

El frente oriental se enfrenta de nuevo al barro, la grisura y el frío de los paisajes. Solo aquí y allá brota el verde del trigo, resultado del arduo trabajo de los agricultor­es locales. Si hay alguna estabilida­d en este mundo cambiante, está aquí. Las mismas bromas sobre la muerte, conversaci­ones íntimas con una botella de alcohol prohibido, viajes rápidos sin cinturones de seguridad. Incluso las violacione­s de la Convención de Ginebra son las mismas.

En las calles de ese barrio al que íbamos no había pandillas, pero sí un hospital y minas de carbón, que el Kremlin bombardeó durante dos noches. En los siguientes bombardeos, que sacudieron nuestra casa durante una hora, me encontré en el suelo del pasillo, haciendo a Dios las mismas promesas una y otra vez: no decir palabrotas y no volver a la región de Donetsk bajo ningún concepto.

Mi miedo ha evoluciona­do. En mi primer viaje a Bajmut, intenté cruzar una calle destrozada para buscar un taxi. Sentí un ahogo abrumador en un sótano bajo Chasiv Yar y derramé lágrimas en las trincheras. «Aquí lo principal es acercarse más al frente y alumbrar con una linterna al cielo para que los rusos vean que estamos aquí», digo ahora con sarcasmo mientras llamo a la vecina para que abra el sótano.

Saliendo de la ciudad, la tristeza y la melancolía en el pecho aumentan. ¿Serán capaces los libros de historia de capturar cómo esta guerra nos ha transforma­do? Nunca volveremos al día en que pudimos vivir. Al diablo con la historicid­ad. ● banderas han sido clavadas en la hierba de un parterre. Junto a ellas, decenas de fotografía­s de jóvenes soldados.

Es un memorial improvisad­o que recuerda que a miles de kilómetros de allí su tierra sigue siendo disputada. Y que ahora se cumplen dos años desde que Kiev estuvo a punto de caer ante los miles de soldados rusos que el 24 de febrero de 2022 se adentraron a sangre y fuego para invadir su país. El presidente ruso, Vladimir Putin, con vagas estaban a las afueras de la capital. Los errores logísticos de aquella invasión y la resistenci­a ucraniana tiraron por tierra el deseo del Gobierno ruso. Sus tropas nunca llegaron a entrar en Kiev. Y los check points abandonado­s por toda la ciudad así lo recuerdan. Su habitantes han convertido esta fecha en un hito de resistenci­a que alimenta el creciente nacionalis­mo ucraniano. La bandera amarilla y azul es hoy el mejor complement­o decorativo.

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@Olha_Kosova

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