La polarización continúa
Cuando hace un año tomó posesión del Despacho Oval, se esperaba que el presidente archivase definitivamente al personaje estrambótico y faltón que había participado en una de las campañas más sucias y agrias que se recuerdan en la historia de los Estados Unidos. Es cierto que Trump ha sido más pragmático que su personaje y, aun a regañadientes, ha tenido que someterse al juego de contrapesos que imponen los poderes legislativo y judicial. Su Gabinete ha sido una verdadera jaula de grillos hasta que el general John Kelly consiguió disciplinar a todos, incluso al propio presidente.
Ni la reforma fiscal, ni la de la sanidad ni la política migratoria han sido tan fieras como las pintaba. Trump no ha dinamitado la OTAN, ni ha roto la baraja con México o con China. Es verdad que ha apostado por el unilateralismo en temas como la retirada del Acuerdo del Clima o la política respecto a Oriente Medio. En este último caso está por ver si descubrimos a un audaz estratega o, como parece, a un nuevo aprendiz de brujo.
Su inesperado triunfo alimentará el debate de los politólogos durante años, pero está claro que hunde sus raíces en las heridas provocadas por la crisis de 2007. Lo cierto es que tras un año de presidencia no ha disminuido la polarización en los Estados Unidos, y tampoco se ha recuperado el prestigio de unas instituciones a las que el propio Donald Trump sigue atacando con saña. Una parte de sus apoyos parece inmune a cualquier traspié o fracaso presidencial. Sin embargo será interesante observar qué sucede con esa franja moderada que apostó por un outsider para forzar un cambio, hastiada de la tecnocracia y de un radicalismo cultural que tan bien representaba la señora Clinton. Hay indicios de que en ese sector se le está acabando el crédito.